La mayoría, a dos voces, con acompañamiento de dos violines y un bajo todavía a la usanza barroca en el caso de las más antiguas; o con guitarra, o con piano, en las más recientes, que evidencian la intención de aproximarse a las arias italianas de ópera y, más adelante, los ritmos caribeños de moda en aquel entonces.
Por la retórica de su estructura y el tratamiento de los textos, la audición de estas canciones revistió un interés musicológico e histórico, en la medida en que demostró desde cuándo se usan las mismas formas guatemaltecas de componer, que aún prevalecen cien años después, sin grandes cambios.
Desde luego, la representación artística en el escenario de un teatro, con técnica de bel canto, puede llevarnos a olvidar que, en su origen, estas canciones cumplirían un cometido diferente, en especial las que funcionaban como entretenimiento doméstico a cargo de músicos aficionados, en las reuniones familiares de cierto nivel socioeconómico. Así, la interrogante sobre la sustentación de lo “intrínsecamente popular” que caracterizaría a este repertorio, quedó flotando al final de la velada. De pronto, una posibilidad para un conversatorio en el que sería agradable conocer las consideraciones del doctor de Gandarias a ese respecto.
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