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Tradición y unión familiar: La vida de los itinerantes de las ferias en Guatemala 

Para muchos comerciantes de ferias, todo empezó con una necesidad de cubrir lo básico para sobrevivir y, sin esperarlo, terminaron dejando amistades, familia y recuerdos en cada rincón de Guatemala. 

En la foto se ve a madre, hijo y abuelo, tres generaciones de vendedores de ferias.

La familia Rodríguez es una de las más reconocidas en el comercio ferial. Han dedicado cuatro generaciones a la venta en ferias. (Foto: Prensa Libre, Erick Ávila)

“Hoy estamos aquí, mañana en otro lado”, dice uno de los numerosos vendedores de la Feria de Jocotenango, dejando claro que su vida gira en torno a este tipo de evento, no importa dónde se celebre.

Ese espíritu aventurero y hasta cierto punto sacrificado no es común en cualquier persona, ya que formar parte de esta comunidad implica llevar un ritmo de vida acelerado. Por ejemplo, para algunos, después de participar en algunas ferias en la capital, su siguiente destino los llevará a Coatepeque, Quetzaltenango, Tecpán y Escuintla. 

Origen e importancia  

Según el historiador Johan Melchor, cronista del Ayuntamiento de Antigua Guatemala, las ferias tienen sus raíces en actividades de mercado, comercio e intercambio que datan de la época prehispánica. Durante la Colonia, estas se ampliaron y se convirtieron en puntos de encuentro para la distribución e intercambio de productos entre España y Mesoamérica.  

El antropólogo Alfonso Arrivillaga expresa que las ferias son importantes porque desde siempre han sido marcadores sociales y brindan una pausa en la rutina. En el período precolombino los mayas celebraban eventos especiales, según el nahual. Después, durante la época colonial, los españoles también trajeron y asentaron sus celebraciones particulares. 

Así se produjo una fusión entre ambas culturas, dando lugar a una nueva y que hasta estos días es parte importante de la identidad y el folclor guatemalteco. 

Herencia cultural 

Ser feriante es una profesión que no se elige, sino que se hereda y se pasa de una generación a otra.  

Para Arrivillaga, este gremio itinerante demuestra resiliencia y un profundo amor por conservar la herencia de sus bisabuelos, abuelos y padres.   

Por ello, más allá de las dificultades, el grupo ferial está decidido a seguir manteniendo el negocio familiar, pues forma parte de una tradición

Aunque la pandemia resultó en extremo perjudicial para dicha actividad y muchos tuvieron que buscar otros derroteros para sobrevivir, otros la retomaron más fortalecidos. 

Ericka Rodríguez, propietaria de una venta de churros y miembro de una de las familias más destacadas en el ámbito ferial, narra su experiencia: “Nuestros padres nos enseñaron a trabajar en todo lo relacionado con la feria, así como ellos aprendieron de sus propios padres. Durante la pandemia, almacenamos nuestras cosas y nos dedicamos a vender verduras. Sin embargo, nunca dejamos de vender churros, aunque las ventas fueron bajas durante ese tiempo”. 

Luis Aroche, quien lleva más de 41 años con un puesto de juegos, comenta: “Crecí en las ferias y las echo de menos. Cuando no soy parte de una, me hace falta ver gente, las luces, el bullicio”. Dice que observar la alegría de los visitantes y familias que recorren los pasillos de la feria le colma el corazón.   

Puesto de venta de dulces en la Feria del Cerrito del Carmen
Juan Carlos, vendedor de dulces típicos es un trabajo de herencia trabaja junto a su esposa e hijos a quienes a sacado a delante por medio de las ventas de dulces. (Foto: Prensa Libre, Erick Ávila)

No obstante, mantener con vida las tradiciones feriales es responsabilidad de una sociedad en su conjunto, porque la clave para que perduren es la unidad familiar. No solo por el esfuerzo de los comerciantes, sino que también participe la población. Ambos contribuyen a dar vida a esta actividad popular.

Una familia 

Sin duda, es agotador enfrentar las inclemencias del tiempo, el cansancio de viajar y, algunas veces, ser víctimas de la delincuencia, pero tiene su recompensa. Para los feriantes, ser migrantes en su propio país les ha permitido cultivar amistades de décadas en diferentes lugares.   

La continuidad y permanencia en ese entorno han creado la unidad y nexos fuertes entre los vendedores ambulantes. El hecho de que algunos coincidan en las mismas ferias permite que se conozcan, se apoyen y, en algunos casos, formen nuevas familias. 

Juan Carlos, quien durante los últimos 35 años de su vida ha llevado sabores dulces a muchos guatemaltecos, refiere que trabajando en una feria conoció a su esposa. Agrega que la preparación de los dulces para cada actividad demanda, por lo menos tres días de trabajo, da inicio por   la madrugada y concluye hasta entrada la noche. 

Es alegre compartir lo que sé hacer con la sociedad y mantener las tradiciones de nuestro país”, manifiesta con sano orgullo Juan Carlos, y comparte está enseñando a sus hijos a preparar los productos.  

Este grupo es exclusivo y selectivo, puesto que la mayoría de los colaboradores que asisten a los comerciantes son amigos que conocen en los pueblos que forman parte de su itinerario y con algunos han tejido lazos tan profundos que han perdurado más de cuatro décadas.   

dueños de juegos mecánicos en la feria del Cerrito del Carmen
Carlos fuentes y Sandra Guzmán, aunque no son familia de sangre Sandra conoce a la familia de Carlos desde hace 35 años, cuando llegaban a la Feria de la Democracia (Foto: Prensa Libre, Erick Ávila)

Para muchos, después de una jornada ardua, el mismo local o champa se convierte en su casa y la competencia en familia. De esta manera van consolidando un espíritu de grupo y se establecen relaciones entre las propias familias y comunitarias. 

El hijo de la feria

“Mi vida, mi escuela, mi educación, mi cobija y mi familia están aquí en la feria”, dice Isaías Valenzuela, al agregar que según le contaron, cuando era un bebé sus familiares lo regalaron a los inquilinos de una feria y los comerciantes no dudaron en acogerlo como uno más de ellos.


Con el paso de los años descubrió lo afortunado que era al formar parte de esta vasta familia, pues contaba con muchos padres, madres y hermanos. Decidió, entonces, que nunca abandonaría el nido que le ofrecía tanto calor humano.

Juego de azar aros en la Feria del Cerrito del Carmen
Isaías Valenzuela, añora los tiempos en donde los horarios de las ferias era extendido y cerraban justo cuando empezaba a salir el sol. (Foto Prensa Libre: Erick Ávila)


Ya con 83 años, no concibe la idea de estar fuera de los límites de la feria, aunque a veces sus piernas le recuerden que debe descansar. Ver familias completas, percibir los aromas de la comida y las voces de alegría de los jóvenes mientras gozan de algún juego le inyecta positivismo y le da razones para seguir luchando cada día.

“Las ferias son las que acogen a una persona y le dan vida a cualquiera. No solo para nosotros, también para los visitantes”, opina, e insiste que ahí cerrará sus ojos.

Cómo se organizan  

En 1991 se fundó la Asociación de Comerciantes de Ferias de Guatemala (Acofegua). Luis Castellanos, presidente de la entidad y propietario de un negocio con más de 75 años de trayectoria, explica que a nivel nacional congregan alrededor de unas 20 mil familias dedicadas a esta actividad itinerante.  

Asimismo, puntualiza que solo participan cuando las municipalidades les convocan y que la programación exige una buena organización y la voluntad de todos los miembros.  

No siempre pueden asistir a todos los eventos que quieren. Por citar un caso, en la Feria de Jocotenango la comuna capitalina autorizó 250 puestos. Después de analizar los elementos y los puestos necesarios, se concluyó que podrían participar mil familias.  

Además, deben mantener una buena comunicación y conocerse bien. Hay quienes tienen la capacidad, las energías y el deseo de participar en dos ferias por mes, mientras que otros, debido a su edad u otras circunstancias, solo pueden hacerlo en cinco a lo largo del año

“El día que nosotros desaparezcamos sería como si ya no existieran los sábados de tamales”, Luis Castellanos, presidente de Acofegua 

Dentro de este mundo se alternan temporadas prósperas con otras que les traen frustraciones. Sin embargo, los miembros de esta comunidad siempre están orgullosos de mantener vivo el legado que heredaron de sus mayores. 

Todos los feriantes valoran la libertad que les brinda su vida itinerante, pero esto no significa que estén exentos del estrés que conlleva los desafíos logísticos de transportar sus pertenencias y productos, sin olvidar el agotamiento de montar y desmontar sus locales en cada evento. Este proceso les toma seis días.  

Melchor y Arrivillaga consideran imprescindible que las autoridades valoren el significado de las ferias para que no se corra el riesgo de verlas desaparecer.   

“la única forma de conservar las ferias es con la voluntad de la gente que asiste, que participa y que juega”, Melchor y Arrivillaga

Por tal razón, invitan a fortalecer la visibilidad e importancia de cada elemento que la conforma, como los juegos, la comida, los dulces, la venta de pan tradicional, y sobre todo el papel de los comerciantes como guardianes de una de las tradiciones más representativas de Guatemala. 

Ruleta de la suerte, Feria del Cerrito del Carmen
Luis Aroche, se ha dedicado al trabajo de los juegos en las ferias por más de 40 años. (Foto: Prensa Libre. Erick Ávila)

Para este colectivo, cuando llega el último día, todos saben que se vienen noches cortas y jornadas laboriosas, porque les tocará madrugar para comenzar a desmontar los puestos, lo cual les puede llevar hasta tres días.  

Entre ellos, también habrá algunos que se preparan para emprender camino, porque hay un pueblo, barrio o colonia esperando su llegada. En todo caso, unos y otros demuestran lo que significa ser adaptable, trabajar con ahínco y tener pasión por lo que hacen. 

ESCRITO POR:

Glenda Burrión

Periodista de Prensa Libre especializada en economía con más de 7 años de experiencia como correctora de textos y creación de contenido digital.