Con faldas hasta los tobillos, casi siempre con el torso desnudo, pintada de amarillo, verde o rojo y coronada por un tocado de hojas o flores, Uýra nutre su propuesta estética de semillas, ramas y otros materiales naturales que recolecta poco antes de su metamorfosis, un proceso que demora unas dos horas.
Con faldas hasta los tobillos, casi siempre con el torso desnudo, pintada de amarillo, verde o rojo y coronada por un tocado de hojas o flores, Uýra nutre su propuesta estética de semillas, ramas y otros materiales naturales que recolecta poco antes de su metamorfosis, un proceso que demora unas dos horas.
En evolución continua, el resultado nunca es igual. Luciendo casi como una extensión de la tierra o como un bicho camuflado en la selva, participa en proyectos educacionales, enseñando a jóvenes de comunidades amazónicas a conectarse con la naturaleza y a protegerla.
“En una época de cambios me pregunté cómo quería trabajar con conservación ambiental. Lo hacía desde la perspectiva científica, pero percibí que también era importante la perspectiva social. Hasta ese momento Uýra no tenía cara ni nombre”, contó Emerson, de 27 años, en una entrevista telefónica concedida a la AFP desde Manaos.
Uýra nació en la capital de la Amazonía como respuesta a la violencia física, a cuestionamientos personales y a la convulsión nacional de un país que en 2016 se debatía con una crisis política que desembocó en la destitución por el Congreso de la presidenta de izquierda Dilma Rousseff, acusada de maquillar las cuentas públicas.
“Brasil estaba viviendo un golpe, había expresiones artísticas de protesta en todo Manaos y yo me preguntaba cómo agregar otras perspectivas a mi trabajo. Era decisivo que Uýra existiese”, explicó Emerson, con un tono de voz suave y risa constante.
Hasta entonces, este descendiente del pueblo indígena Munduruku estudiaba anfibios y reptiles, casi siempre en espacios científicos. “Pasé seis años de mi vida trabajando con sapos y lagartos (…) y un día me golpean saliendo de un bar por llevar labial y delineador en los ojos. Allí sentí en la piel la violencia, entendí que existía. Comencé a acercarme a mujeres, a travestis, a entender más sobre racismo, sobre lgbt-fobia. Me conecté con la ciudad y con la gente”.
Pero aclara que no ve su evolución solo como consecuencia del ataque. “Nuestras historias suelen ser contadas desde una perspectiva de dolor y de una metamorfosis inmediata (…), pero nuestras historias son mucho más complejas”.
“Los cambios impulsaron la existencia de Uýra y Uýra impulsó mi vida, ella me hace feliz, me hace lidiar mejor con mi cuerpo y con las personas, así como con mis deseos y angustias”, expuso Emerson, que no cree en los géneros. “Da igual, femenino, masculino, sólo necesito que me traten con respeto”.
Emerson nació en una pequeña comunidad de menos de 40.000 habitantes en el interior de Santarém, en el norte de Brasil. A los seis años se mudó a Manaos con sus padres y su hermana mayor. Desde entonces viven en una ocupación en la periferia de la capital amazónica, entrecortada por decenas de riachuelos y afluentes del río Negro.
De madre empleada doméstica y padre vendedor, Emerson estudió gracias al sistema público. Aunque pensaba elegir letras en la universidad, un profesor del liceo le impulsó a seguir biología, carrera que cursó haciendo trabajos temporales y que continuó con un posgrado en ecología.
Ahora viaja con frecuencia a pequeñas comunidades fluviales para educar sobre conservación ambiental a través del arte. Un trabajo en el cual Uýra tiene un papel fundamental. “Un pilar del proyecto es usar la selva como inspiración creativa y como herramienta. Esto conecta mucho más a las personas con la floresta que es su contexto”, señaló.
“Uýra es recibida siempre con reacciones de encanto o de miedo (…) En la ciudad quien se encanta se acerca para conversar; pero en las comunidades menores, incluso quienes tienen miedo se acercan, no hay distancias, las interacciones son más espontáneas, incluso los niños, curiosos, se aproximan”, contó.
De cara a las elecciones presidenciales de octubre, Emerson teme que no exista un debate real de los problemas nacionales, entre ellos el tema ambiental. “Miles de personas buscan soluciones desesperadas inmediatas, mágicas, para problemas que son sistémicos”.
“Vivimos un retroceso disfrazado de reforma en todos los campos de la sociedad brasileña, un retroceso de articulaciones positivas, de derechos conquistados; vivimos una época grave de violencia en la que tierras indígenas y reservas ambientales son amenazadas de invasión por acuerdos empresariales”, advierte, con otro tono de voz.
Pero al preguntarle por el futuro, Emerson sonríe de nuevo y dice: “A pesar de que el escenario de caos en Brasil sólo parece aumentar, veo mucho verde y esperanza”.
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