¿Te gusta el picante? Esta es la razón por la que a pesar del "momento picante" nos encanta seguir aplicándolo a nuestras comidas:
La exposición a diferentes temperaturas provoca distintas reacciones en el cuerpo. Por ejemplo, el calor de una sauna parece estar asociado con la liberación de una buena cantidad de hormonas placenteras; la reacción de placer al comer picante puede tener una causa similar.
La sensación de ardor en la boca después de comer chile es más real de lo que pensamos y viene de unos compuestos llamados capsaicinoides. Pero el sabor picante de los chiles, para sorpresa de muchos, no es un sabor, sino una sensación. No hay papilas gustativas asociadas a los capsaicinoides. Más bien… se te está quemando la boca. Literalmente.
Cuando alcanzan la boca, los capsaicinoides desencadenan una reacción química en los nervios celulares, que le indica a tu cerebro que ese lugar de tu cuerpo se está quemando. En ese momento, tu cerebro pone en marcha una respuesta del organismo: abrir la boca y dejar que, entre aire, ventilar tu boca con una mano, correr por un vaso de agua, o gritar, con la boca llena: «¡Quema! ¡QUEMA!». Tu cerebro realmente cree que tu boca está caliente: esta reacción solo se activa a más de 43 ºC.
Ya sabemos que el picante arde, y arde de verdad. Ahora… ¿por qué cualquiera querría provocarse esa sensación a propósito? ¿Qué le pasa a nuestra especie?
La respuesta a esta pregunta tiene varias aristas. La primera es la reacción química que le sigue a comer picante.
La otra cara de la respuesta a por qué nos gusta tanto el picante es porque a muchas personas nos gusta experimentar el peligro en un ambiente seguro, en el que sabemos que el riesgo no es real, algo que se conoce como «riesgo controlado».
Comer chile es inofensivo, a pesar de que el cuerpo crea lo contrario. Buscamos estas experiencias porque le dan un giro nuevo, inesperado, emocionante, a nuestra insípida vida. Usualmente las asociamos con algo bueno, sea la sensación que nos dejan al final las hormonas, o la gratificación social de aguantar el ardor, o el cambio que le damos al sabor de una comida.