En uno de los barrios marginales más importantes de Cali hay una rotonda que se convirtió en punto de encuentro de la cultura del Paro Nacional.
Un contendor que opera como búnker, un salón comunal hecho misión médica, una estación de policía destruida y convertida en librería.
Suenan tambores, trompetas y, de repente, un helicóptero de la policía que es abucheado; arden fogatas para cocinar y pululan las banderas y los símbolos de utopía.
Arriba, una valla publicitaria que fue pintada y da la bienvenida a Puerto Resistencia, el bastión de la protesta en Cali.
Lo que antes era la rotonda de Puerto Rellena, un sitio popular en la tercera ciudad más grande de Colombia famoso por sus embutidos, ahora es la base de la versión más insurrecta del Paro Nacional, el movimiento de protesta que hace dos semanas paralizó al país.
Una base que por momentos vive fiesta y jolgorio, manifestaciones típicas de la ciudad más diversa y fiestera del país, y por momentos sufre de violencia y duelo por los supuestos caídos en combate.
La cifra de muertos en las protestas en Colombia es desconocida: va de 42 a 48 según la fuente que se consulte y en Cali está entre 14 y 45.
Según la alcaldía, la mayoría de los homicidios políticos ocurrieron en las comunas que rodean la rotonda. Los manifestantes de Puerto Resistencia han convertido a sus bajas en mártires y protagonistas de homenajes y demostraciones artísticas.
El jueves, los miembros de la “primera línea”, los líderes del movimiento, se reunieron con altos funcionarios del gobierno nacional como parte del diálogo que lanzó el presidente, Iván Duque.
El evento, en un coliseo cerca del fuerte de resistencia, fue abruptamente interrumpido porque los jóvenes recibieron reportes de que el gobierno al parecer los iba a desalojar mientras participaban en las pláticas.
“Usted promete cambios, promete garantías, y después nos ataca”, gritó una de las encapuchadas que salieron indignadas. A la salida, un joven fue atropellado y sufrió una fractura de clavícula. Pero, al final, Puerto Resistencia no fue desmantelado.
El día que estaba destinado para el diálogo terminó, al menos en municipios aledaños, con nuevos bloqueos de avenidas, enfrentamientos entre manifestantes y policía y otra explosión de videos que parecen mostrar abusos policiales.
“La mona”, una de las manifestantes que habló con BBC Mundo encapuchada y en condición de anonimato, tiene 24 años, es madre de una niña de 6 años, estudia contaduría y va vestida de ropa deportiva y gorra de muñecos.
Hace meses que no habla con su madre, que es de una tendencia política distinta.
“Mi mamá es de clase trabajadora y yo estoy luchando es por ella y por su nieta, para que no le privaticen la salud y pueda recibir el tratamiento de diabetes que necesita”, señala.
En su brazo tiene pegada una banda para tapar un tatuaje y evitar ser identificada por la cámara. Detrás de las gafas anti gases que lleva puestas se ven ojos grandes y oscuros, maquillados con un sutil delineador negro.
“Casi todos acá luchamos por el futuro de nuestros hijos”, dice, mientras recorre las ollas comunitarias en las que mujeres mayores cocinan arroces, sancochos y estofados para “apoyar la revolución”.
“Todo lo que nos representa está aquí en Puerto Resistencia, la gente está tranquila, está bien, no les pasa nada”, añade, porque las fuerzas antidisturbios dejaron de reprimir en Puerto Rellena desde que se convirtió en un fuerte apoyado por la comunidad.
Manifestantes como “La mona” son acusados por una buena parte de la población colombiana, entre ellos partícipes del paro, de ser “vándalos organizados” apoyados por bandas armadas y guerrillas.
Ella, sin embargo, dice que los destrozos son un mecanismo de llamar la atención: “Si vos en tu casa tenés una opinión pero nadie te escucha, a veces tenés que alzar la voz más alto para que te oigan. Y eso es lo que queríamos, que el mundo nos escuchara, que Colombia nos escuchara“.
“La defensa de nosotros es la roca”, añade sobre las piedras en el piso listas por si llega un desalojo. “Aquí no hay guerrillas, sino jóvenes del barrio que se reunieron y se cansaron”.
Puerto Resistencia está en un punto neurálgico de Cali, no solo porque la rotonda une varias avenidas, sino porque marca la separación de la ciudad con Aguablanca, un inmenso, bullicioso y heterogéneo distrito que desde los años 80 ha sido ocupado de manera informal por los cientos de miles de desplazados de la violencia provenientes de todo el país, sobre todo del Pacífico, tierra de afros.
“Aunque Aguablanca era parte de Cali, la gente separaba a la ciudad con esa zona de invasión porque la relacionaba a la presencia de grupos insurgentes, a las carencias, al narcotráfico”, dice Enrique Rodríguez, un historiador y urbanista caleño.
“Y aunque con el tiempo la población poco a poco se ha ido regularizando, en el imaginario se sigue atribuyendo a estos problemas y eso se ha manifestado en una fuerte represión de la policía, que por consiguiente es muy desacreditada en la zona”, explica el experto.
Luis Eslava, abogado y estudioso de la ciudad, añade: “En el contexto de desigualdad intensa de Cali, Aguablanca presenta una cantidad de muchachos que llevan ese bulto de manera muy clara, porque no participan del sistema educativo ni productivo”.
“No porque no quieran, sino porque el sistema no los deja”, concluye.
“La mona” y sus compañeros de lucha, jóvenes idealistas dotados de adrenalina y pasión por cada conversación y chiste que entablan, demandan inclusión: “A Colombia se la han robado durante 20 años y hoy los jóvenes que nacimos hace 20 años somos los que estamos levantando la voz”, dice ella.
Sentada en un andén al pie de la rotonda, mientras cae la tarde y decenas de personas empiezan a llegar a un festejo que celebra la diversa etnicidad de la zona, “La mona” cita un meme.
“Se metieron con la generación que no tienen nada que perder, y aquí nadie tiene casa, trabajo ni nada que perder”.
Ahora, por los menos, tienen un fuerte que los acoge e identifica: se llama Puerto Resistencia.