El futbolista inglés Eamonn O'Keefe (izquierda) desarrolló una relación de confianza con el príncipe Abdulá bin Nasser, presidente del equipo saudita Al Hilal.
El Grand Hotel, Cannes, Francia, 1976. En una calurosa noche de verano, un hombre rico y un hombre pobre están en un elevador.
El hombre rico es el príncipe Abdulá bin Nasser, nieto del fundador de Arabia Saudita, hijo del exgobernador de Riad, rico hasta donde no llega la imaginación.
El hombre pobre es Eamonn O’Keefe, futbolista de Manchester, Reino Unido, hijo de un trabajador de imprenta, dueño de una casa adosada en Oldham.
Los hombres regresan del casino. Abdulá ha perdido -siempre perdía- pero no importa. Si eres un príncipe saudita, unos pocos miles de dólares no es nada.
Eamonn no apuesta, pero se siente ganador. Dos años antes, era jugador reserva del Plymouth Argyle, un equipo de la tercera división inglesa, que buscaba monedas en el contador de la electricidad.
Ahora, vuela con la jet set, en primera clase, y duerme en hoteles de cinco estrellas, como parte de una gira por Europa de una de las familias más ricas del mundo.
Y entonces, en el elevador, Abdulá se gira hacia Eamonn.
“Llevo tiempo queriendo contarte algo”, dice Abdulá. Coloca la mano sobre el hombro de Eamonn: “Me estoy dando cuenta de que te amo”.
Eamonn puede oler el aliento del príncipe: una mezcla de cigarrillos y whisky Johnnie Walker. De forma nerviosa, responde: “Quieres decir… ¿como un hermano?”.
“No”, dice Abdulá. “No como un hermano”.
Y ahí, en una calurosa noche de verano en Cannes, es donde empezaron los problemas.
Eamonn, que ahora tiene 65 años, creció en el Reino Unido de la posguerra, en una casa semiadosada de tres habitaciones, en Blackley, en el norte de Manchester. Tenía tres hermanos, dos hermanas y un perro. El abuelo vivía con ellos también. ¿Dónde dormían todos?
“Todavía estoy perplejo”, sonríe en un hotel de Manchester.
Su padre, irlandés, dirigía el equipo católico de fútbol masculino St. Clare. Su madre lavaba y planchaba la equipación. Eamonn recogía las pelotas y les daba cera antes del siguiente partido.
La casa de Eamonn estaba a unos 25 metros del parque y solía jugar allí, en la húmeda hierba de Manchester, hasta que se hacía de noche. Era buen futbolista. Fue fichado por las escuelas de Manchester y por el equipo juvenil del Manchester United hasta que en un partido contra el Altrincham se rompió una pierna.
Su sueño, jugar bajo las luces de Old Trafford -el famoso estadio de los “Diablos Rojos”- se desvaneció. En su lugar, dejó la escuela y trabajó como chico de los recados para el diario Manchester Evening News.
Cuando la pierna mejoró, Eamonn fichó por el Stalybridge Celtic, un equipo semiprofessional de la zona. Su primer entrenador fue George Smith, un exjugador que se estaba labrando una carrera como entrenador internacional.
George, que ya había trabajado en Islandia, dejó el Stalybridge para dirigir el Al Hilal, uno de los clubes más grandes de Arabia Saudita. Poco después, Eamonn también se fue y se mudó unos 500 kilómetros al sur donde fichó como profesional por el Plymouth.
Pero allí era desdichado, el salario apenas cubría el alquiler y duró menos de una temporada. Después de regresar a casa, recibió una carta.
El sello estaba en árabe.
La carta era de George Smith. Quería que Eamonn volara a Arabia Saudita para quedarse un mes de prueba. Si lo hacía bien, y podía soportar el calor, se convertiría en el primer fichaje internacional del Al Hilal.
“Era noviembre. Creo que nevaba [en Manchester]”, relata Eamonn. “Pensé: ‘esto no suena mal'”.
No era solo el clima lo que resultaba atractivo. Eamonn estaba casado y tenía dos hijos. Un triunfo en Arabia Saudita, pensó, significaría poder pagar la hipoteca de su casa antes de lo pensado.
Fue a Londres y voló a Riad, la capital saudita, vía El Cairo y Yeda. Al llegar a Yeda, se dio cuenta de que estaba en otro mundo. Un funcionario saudita tomó su periódico Sunday Express y con unas tijeras recortó todas las imágenes de mujeres, dejando solo las cabezas.
Los choques culturales siguieron ocurriendo. En Riad, George esperó a Eamonn en la pista, sentado en el capó de un enorme Buick. En casa, Eamonn manejaba un Morris Mini.
En Manchester, el típico pescado con papas fritas era para Eamonn un plato especial. En el hotel de cinco estrellas, el futbolista tenía comida y bebida gratis.
Eamonn, que entonces era un joven de 22 años acostumbrado a una vivienda de protección oficial, se encontraba en un universo paralelo. No era solo el calor, o las palmeras, o el resplandeciente desierto que se extendía en el horizonte. Era la riqueza.
La formación de la OPEP en 1960, la crisis del petróleo de 1973, hicieron que la economía saudita prosperara a gran velocidad. Entre 1970 y 1980, la economía del país creció más de un 3.000%. Se revolcaba en petróleo y los hombres importantes tenían cantidades importantes de dinero.
Eamonn estaba a punto de conocer a uno de ellos.
Eamonn conoció al príncipe Abdulá bin Nasser en el campo de entrenamiento del Al Hilal en Riad.
Todavía de prueba, jugaba un partido de práctica cuando Abdulá, presidente del club, llegó en un Buick azul. Desde el campo de juego, Eamonn vio un par de ojos observando desde la ventanilla bajada.
“George dijo: ‘¿Ves ese auto? Ese es mi laddo, el presidente. Él dice sí o no [al contrato] así que ‘¡esmérate!‘”.
En ese momento, la pelota llegó desde el ala derecha. Los ojos de Eamonn se encendieron. Brincó, con sus rizos saltando en el aire del desierto, y le dio un cabezazo a la pelota para marcar gol.
“Entró como una bala en la esquina superior”, evoca más de 40 años después. “Insisto: como una bala”.
Cinco minutos después, la pelota llegó del ala izquierda. Una vez más, saltó. Y otra vez, la pelota entró por la esquina superior. Cuando esperaban para que se reiniciara el juego, George murmuró en la oreja de Eamonn: “Sea lo que sea que tuvieras en mente”, le dijo, en referencia al salario que iba a negociar, “ponle otro cero”.
Después del partido, Eamonn, todavía con la ropa de juego sudada, fue a conocer al príncipe. Abdulá le preguntó si el hotel estaba bien, a lo que Eamonn contestó que sí. Abdulá preguntó si George estaba contento y George dijo que sí.
“Entonces vayan al hotel y escriban sus requisitos”, indicó el príncipe.
Eamonn y George hicieron una lista: dinero, auto, apartamento, vuelos a Reino Unido y escuela privada para los niños de Eamonn cuando tuvieran la edad. En el siguiente entrenamiento, el Buick azul llegó. George le dio la lista.
“No hay problema”, contestó el príncipe.
En Reino Unido, Eamonn cobraba 40 libras a la semana (unos US$50) más 15 (US$20) por jugar al fútbol. Su nuevo salario semanal era de unas 140 libras (US$180), unas 1.100 libras de hoy (US$1.430), según los datos de inflación del Banco de Inglaterra. Libres de impuestos, facturas y preocupaciones.
Acordado el contrato, Eamonn voló a Manchester, hizo sus maletas y regresó a Riad con su familia. Al principio vivieron en el hotel y, como antes, no pagaron nada.
“La factura era abrumadora, pero nunca se cuestionaba”, recuerda Eamonn.
Su esposa aceptó un trabajo muy bien pagado en el First National City Bank y como el Al Hilal solo entrenaba dos veces a la semana, Eamonn pasaba el tiempo en la piscina, cuidando a los niños, hablando de fútbol con George.
Eran días de felicidad en el desierto.
“Todavía puedo ver a los niños con los flotadores”, dice.
Desde el principio, a Abdulá le gustó Eamonn. Le compró un auto, “un Pontiac Ventura color plata con un capó como una pista de vuelo”, y a menudo le invitaba a tomar té. Veían fútbol en una pantalla enorme (un lujo en 1976) o hablaban con los hermanos de Abdulá.
Era una combinación inesperada -un chico inglés de pelo rubio bienvenido en la corte real saudita-, pero Eamonn se divertía.
Era joven y seguro de sí mismo, y los sauditas le parecieron sorprendentemente normales y amables. En algunos aspectos era como estar en Manchester, con la excepción de que sus nuevos amigos eran los líderes del país.
En el campo de juego las cosas también iban bien. A Eamonn le gustaban sus compañeros de equipo, y el conjunto alcanzó la semifinal de la Copa del Rey (antes de perder en los penales contra el rival Al Nassr). Arabia Saudita no era un país perfecto –Eamonn una vez condujo hasta una plaza en la que estaban flagelando a alguien en público con sus hijos en el asiento de atrás– pero la vida iba bien.
Cuando la temporada terminó, los O’Keefe regresaron a Reino Unido de vacaciones. Antes de irse, Abdulá le pidió a Eamonn el número de teléfono de su casa.
“También estoy planeando un viaje a Inglaterra”, dijo el príncipe. “Deberíamos encontrarnos”.
Después de tres semanas en Reino Unido, Abdulá llamó a la casa de la madre de Eamonn, donde se alojaban los O’Keefe. Eamonn estaba fuera y su madre respondió al teléfono.
“Ese como-se-llame estaba al teléfono”, le dijo la mujer a su hijo. “El príncipe”.
Eamonn devolvió la llamada a Abdulá, a cobro revertido, al Carlton Tower, un hotel cerca de los grandes almacenes Harrods en Londres. Dos días después, estaba en un tren a Euston. Un chófer le esperaba en la estación.
En la capital británica, Eamonn se vio de nuevo despilfarrando dinero saudita. Vio cómo el príncipe compró seis trajes Cecil Gee y se preguntó, en el hotel Grosvenor, por qué había un hombre con guantes blancos cerca de los baños (“Honestamente pensé, ¿no te la sujetará, no?”).
Cuando uno de los asistentes de Abdulá necesitó zapatos nuevos, Eamonn recibió US$260 para que fuera a comprar un par. Devolvió US$195 y se fue a la tienda Marks & Spencer.
“Era un mundo diferente”, dice Eamonn.
Poco después, el mismo asistente regresó a Riad, así que Abdulá le preguntó a Eamonn si quería sustituirlo en la gira. El recorrido era: París, Cannes, Roma, El Cairo y vuelta a Arabia Saudita. La esposa de Abdulá quería comprar muebles, el príncipe planeaba jugar en los casinos de Europa.
Su esposa e hijos se iban a Gales con su suegra, por lo que Eamonn aceptó. Una semana después, estaba en una limusina de camino al aeropuerto de Heathrow, listo para su gran gira con el “príncipe como- se-llame”.
Para entonces, el príncipe saudita y el chico de Blackley eran amigos: Eamonn y Abdulá, “la extraña pareja”.
“Nos llevábamos genial, nos reíamos todo el tiempo”, recuerda Eamonn. “Creo que estaba aburrido con todos esos otros tipos haciéndole la pelota”.
En el aeropuerto de Charles de Gaulle (en París), el embajador saudita recibió al príncipe y sus acompañantes. “Banderas en el auto, todo eso”, cuenta Eamonn.
Mientras Abdulá asistía a reuniones, le dio a Eamonn una maleta para que la cuidara. Eamonn compró un café y una barra de chocolate, esperó en la zona VIP y finalmente fue trasladado solo a París, con la maleta a cuestas.
Una hora después, el teléfono sonó en su habitación de hotel. Era Abdulá, preguntando por la maleta, y Eamonn bajó a la suite del príncipe. Abdulá abrió la maleta y le mostró lo que había estado cargando: miles y miles de francos franceses.
“Un poco como lo que se ve en televisión, cuando no hay sitio para nada más”, dice Eamonn. “La dejé en el asiento cuando fui a buscar café, ¿se imagina que la hubiera perdido?”.
Esa noche, Eamonn cenó en un barco con vidrios en el piso en el Sena, para después admirar la ciudad desde el balcón del hotel. Se durmió como un hombre feliz. Pero sus dulces sueños no perduraron.
Dos días después, volaron a Cannes, donde fueron al casino y tomaron el mismo elevador.
Después de que Abdulá hiciera su avance, el elevador se sintió de repente más pequeño, explica Eamonn.
El príncipe había expresado claramente sus sentimientos, así que Eamonn hizo lo mismo. No era gay, no estaba interesado en una relación. Quería ser futbolista, nada más.
“Pasaron probablemente 15 segundos hasta que las puertas del elevador se abrieron”, cuenta Eamonn. “Pero pareció un mes. Había esta horrible frialdad”.
En ese momento, la gran gira había terminado. La atmósfera había cambiado y también el itinerario. En lugar de pasar tres noches en Roma, fue una. En lugar de parar en El Cairo, se fueron directamente a Riad.
“Fue como el hielo”, evoca Eamonn.
Eamonn estaba avergonzado, pero no preocupado. En el elevador, Abdulá le dijo que su relación volvería a ser de “presidente y jugador”, y Eamonn le creyó.
“No pensé por un minuto que estuviera en peligro”, dice. “Pensé, ‘tengo mi contrato, volveremos a la normalidad'”.
Después de regresar a Riad, eso cambió. La homosexualidad era, y todavía lo es, ilegal en Arabia Saudita, y la familia real era, y todavía lo es, omnipotente.
Eamonn no iba a revelar el secreto de Abdulá, pero ¿qué pasaba si Abdulá quería hacer meterle presión?
El joven futbolista empezó a preocuparse. Se sintió claustrofóbico. Quizá paranoico. Le contó a George lo que había pasado, en busca de tranquilidad. No la encontró.
“No lo van a dejar así, idiota”, fue la reacción de George.
George Smith tiene ahora 84 años, todavía ve fútbol y todavía está lleno de historias de una larga carrera como entrenador.
¿Se acuerda de Eamonn? “Oh sí”, dice por teléfono desde Rochdale. “Yo le hice profesional”.
Las historias de George saltan de Arabia Saudita a Islandia, pasando por Omán y Bahréin. Pero Eamonn sobresale. Le caía bien, pero incluso antes de la gran gira estaba preocupado. Eamonn pasaba demasiado tiempo con Abdulá, pensaba, y Abdulá se gastaba demasiado dinero en Eamonn.
“Pensaba que eran demasiado cercanos, y el presidente [Abdulá] lo sabía”, cuenta. “Él sabía que yo estaba preocupado”.
Cuando George oyó lo que pasó en Cannes, le dijo a Eamonn que abandonara Arabia Saudita por su propia seguridad. “Estaba en peligro”, afirma. “Podía haber pasado cualquier cosa”.
¿Como qué? “Solo dios lo sabe. Un accidente de cualquier tipo. Estaba interfiriendo con la realeza. No puedes hacer eso”.
Eamonn se quedó frío. Conocía un secreto de uno de los hombres más poderosos del país y eso, pensaba, lo ponía en peligro. Pasó la noche en el sofá de George, pero pasó la mayor parte del tiempo mirando el techo. Tenía 22 años, estaba lejos de casa y tenía miedo.
Su familia estaba en Reino Unido y no podía permitir que regresaran a Riad.
Pero había un problema.
Para dejar el país, su jefe tenía que firmar la visa de salida, y su jefe era el príncipe Abdulá. Para Eamonn, Arabia Saudita siempre se sintió como de oro. Ahora se sentía como una jaula dorada.
A la mañana siguiente, Eamonn decidió mentir.
Le diría a Abdulá que su padre estaba enfermo y que necesitaba ir a verlo a Inglaterra. Fue a la mansión de Abdulá, contó su historia y espero una reacción. El príncipe escuchó, pero no tomó ninguna decisión. En su lugar, le hizo sudar. Lo discutirían mañana, dijo Abdulá.
Fue otra noche larga. El hotel de cinco estrellas de París, en el que durmió libre de toda preocupación, parecía algo de mucho tiempo atrás.
Al día siguiente, Eamonn acudió al club de fútbol para encontrarse con Abdulá. El príncipe cerró la puerta y le dijo a sus empleados que no los molestaran. Eamonn recuerda al príncipe sentado en la cabecera de una mesa enorme.
“¿Es esto por Francia?”, preguntó el príncipe. “No creo que vayas a volver”.
El príncipe alcanzó un bolígrafo y un papel. Lentamente, narra Eamonn, empezó a escribir en árabe. Era un acuerdo. Eamonn se podía ir a casa, pero solo por una semana.
Todo lo que tenía que hacer era firmar.
Eamonn no sabía leer en árabe. Para él era como firmar la renuncia a su vida. No podía firmar.
Pero tampoco podía romper el papel. Si lo hacía, el príncipe nunca le dejaría marchar. Pensó, rápidamente, y decidió hacer lo que ahora llama “el Farol del Año“.
“Tú quieres que firme esto”, planteó Eamonn. “Tengo que confiar en este contrato en árabe, pero tú no confías en que yo vaya a volver, ¿cierto? Muy bien, no hay problema”.
Eamonn tomó el bolígrafo para firmar. En el último segundo, dice Eamonn, Abdulá le quitó el papel, lo rompió y lo tiró a la papelera.
“Organizaré un vuelo para ti”, dijo de mala gana.
Al día siguiente, Eamonn fue al aeropuerto. Llevaba solo ropa para una semana, para que Abdulá no pensara que se estaba yendo para siempre. ¿Todavía tenía miedo?
“Absolutamente”, responde Eamonn. “Porque si Abdulá decía, ‘tú no te subes en ese avión’, no te subías. Incluso al despegar estaba preocupado”.
Después de aterrizar en Londres, le dio un golpe al asiento delantero en un gesto de alegría. Pero sus problemas no habían terminado. Para retomar su carrera en Reino Unido, necesitaba registrarse en la Asociación de Fútbol inglés, Para hacerlo, necesitaba el permiso de Arabia Saudita.
Después de hablar con la Asociación, Eamonn recibió un fax desde Riad. Le pedían:
Eamonn podía aceptar los puntos uno y cuatro. Los otros, pensó, eran una venganza de Abdulá. El aire acondicionado no estaba roto, dice, y él nunca tomó prestado ni un centavo del príncipe.
El deportista habló con la Asociación y, el 22 de noviembre de 1976, recibió un telegrama de Londres. “Por favor, llama, a cobro revertido. Urgente”. Lo firmaba el nuevo director del fútbol saudita, Jimmy Hill.
En 1976, Jimmy Hill era uno de los hombres más famosos del fútbol inglés. En 1961, como líder del sindicato de jugadores, había abolido el salario máximo. Para los años 70, era presentador del principal programa de fútbol de la BBC, Match of the Day (“El partido del día”).
Tal como pidió, Eamonn telefoneó a Hill. El padre de Eamonn, sindicalista del comercio, dijo que estaba dispuesto a contarle a la Federación Internacional de Fútbol y al mundo entero lo que ocurrió en Cannes. Dos semanas después, se organizó una reunión en Altrincham entre un amigo común de George y Eamonn, un representante del Al Hilal y Eamonn.
“¿Qué crees que habría pasado si te hubieras quedado?”, preguntó el hombre del Al Hilal con sarcasmo.
“Cuando se trata de tu familia, no puedes apostar”, respondió Eamonn totalmente serio.
Tras una acalorada discusión, los hombres se dieron la mano.
Una semana después, los sauditas enviaron la carta de libertad de Eamonn y el joven era libre para jugar en Reino Unido. La aventura saudita había terminado. Finalmente, se había liberado del tiovivo.
Cuando regresó a Reino Unido, Eamonn estaba arruinado.
No podía acceder a su dinero, estaba en una cuenta saudita, y tuvo que vender su casa de Oldham. Regresó a trabajar al Manchester Evening News y, gradualmente, empezó a jugar para el equipo semiprofesional Mossley.
Después del sol y las piscinas sauditas, el viento y la lluvia de la Liga Premier parecían un paso atrás. Pero a Eamonn le encantaban.
En 1979, el Mossley hizo el doblete de liga y copa, y Eamonn fichó por el Everton, en lo alto del fútbol inglés, por US$30.000. Jugó 40 veces en la Primera División antes de fichar por el Wigan.
También jugó cinco veces en la selección de la República de Irlanda, incluido un partido de 1985 contra Inglaterra en el emblemático Wembley.
La última vez que había estado allí, en 1968, era un joven aficionado con los ojos bien abiertos viendo cómo el Manchester United batía al Benfica portugués en la final de la Copa de Europa. Ahora, la gente pagaba para verle a él. Esta es una de las múltiples razones por las que no está resentido por Arabia Saudita, Abdulá o aquella calurosa noche de verano en Cannes.
“Si [el incidente del elevador] no hubiera ocurrido, me habría quedado en Arabia Saudita”, explica. “Quizá nunca hubiera jugado en el Everton o con Irlanda“.
Abdulá siguió siendo presidente del Al Hilal hasta 1981 y continuó gastando dinero. Después de Eamonn, su siguiente fichaje fue Roberto Rivelino, ganador de la Copa del Mundo con Brasil. El equipo ganó la nueva liga -organizada por Jimmy Hill- en 1977 y 1979, y ahora es uno de los equipos más importantes de Asia.
Aparte de su amor por el fútbol, no se sabe mucho sobre el príncipe. El gubernamental Centro para la Comunicación Internacional y el Club de Fútbol Al Hilal declinaron hacer comentarios sobre la historia de Eamonn y no se ha escrito mucho sobre el príncipe. Era, después de todo, uno entre cientos.
El abuelo de Abdulá, Ibn Sud, el fundador del país, tuvo 45 hijos. De ellos, 36 tuvieron hijos, y Abdulá era uno de ellos.
Como un experto saudita le dijo a la BBC: “Estos hombres llevan vidas muy protegidas, en una sociedad que tiene lo opuesto a una prensa inquisidora“.
El gobierno saudita no quiso decir si Abdulá está o no vivo, pero la página web del Al Hilal sugiere que está muerto. Un periodista de Medio Oriente le dijo a la BBC que murió en 2007, otro pensaba que quizá murió en 2006.
Según la Wikipedia árabe, la entrada tiene menos de 400 palabras, Abdulá tuvo tres esposas y siete hijos.
La última vez que Eamonn lo vio fue para el “Farol del Año” en Riad.
Después de dirigir al Cork City en Irlanda, Eamonn trabajó para el concejo en Cheshire. Se mudó a Portugal, pero ahora está retirado y vive cerca de Manchester. En 2017 recibió tratamiento de radio y quimioterapia para un cáncer y se está recuperando.
“Toco madera y lanzo una rápida oración, todo parece que va bien”, dice.
Los días de partido todavía trabaja en el Everton, donde comparte las historias de su carrera. Durante años no habló sobre Arabia Saudita. No quería revivir el trauma o ser objeto de burlas homofóbicas.
Después de volver a casa incluso rechazó un cheque de un diario sensacionalista.
Ahora, más de 40 años después, está dispuesto a compartir todo esto. Más que nada, quiere que sus compañeros del equipo saudita sepan por qué se fue.
“Me encantó mi tiempo en Arabia Saudita, ¿cómo te puede no gustar vivir así?”, plantea. “Me encantaban mis compañeros de equipo, las instalaciones eran fenomenales, todo era fantástico. Éramos felices allí”.
Hace ocho años, Eamonn escribió una autobiografía. Su título refleja perfectamente su vida, desde la verde hierba del St Clare a su aventura saudita: I Only Wanted To Play Football (“Solo quería jugar al fútbol”).
Fotógrafo: Jon Parker Lee