Rapear, surfear y estrenarse como padre a los 25 años se convierten en hazañas cuando, por un mal congénito, no se tiene la mitad del cuerpo.
Rapear, surfear y estrenarse como padre a los 25 años se convierten en hazañas cuando, por un mal congénito, no se tiene la mitad del cuerpo. Alfonso Mendoza añadió a su historia otro capítulo: el de migrante en Colombia tras huir de una Venezuela rota.
Un día este joven de cabello ensortijado y brazos fuertes y tatuados decidió llamarse Alca, una contracción de las primeras letras de su nombre y las de “camino”.
A Alca le entusiasma rodar por la vida, ya sea en su patineta o de vez en cuando en hombros solidarios.
Así, rodando y sonriendo, llegó hace nueve meses a Barranquilla, la ciudad portuaria más grande del Caribe colombiano.
Cuenta que lo hizo atravesando cientos de kilómetros por uno de los peligrosos atajos fronterizos que hierven bajo el sol desértico de La Guajira. Aunque tenía pasaporte, prefirió tomar el riesgo para poder meter algunas artesanías para la venta.
Cerca de un millón de personas han llegado desde Venezuela a Colombia, muchos sin documentos y por las trochas ilegales que antaño han servido para el contrabando de mercancías, sobre todo de la subsidiada gasolina.
Según la ONU, 1,9 millones de venezolanos han dejado su país desde 2015, huyendo de la crisis económica y política.
“Me vine como ilegal, por trocha, al igual que como también se vino mi esposa, fue rudo por la guerrilla (colombiana), por la Guardia Nacional” de Venezuela, recuerda Alca en una entrevista con AFP.
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