LE PUEDE INTERESAR
La carrera de enfermería, una actividad eminentemente femenina, se puede resumir en dos palabras: técnica y abnegación, aunado a un claro sentido vocacional. Las enfermeras son auxiliares insustituibles del médico, pero también seres que deben estar en capacidad para brindar ternura y consuelo al que sufre.
Historia
En el siglo XVIII, dos personalidades excepcionales, San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, en Francia, sentaron las bases de una asistencia hospitalaria que combinara organización y caridad. Por la misma época lo hacía en Guatemala el Santo Hermano Pedro de San José de Betancourt, con su hospital de convalecientes, en cuya labor lo ayudaban abnegadas mujeres.
Sin embargo, se tiene a Florence Nightingale (1820-1910), como la fundadora de la moderna escuela de enfermería.
Esta dama inglesa tuvo oportunidad de encontrarse en el teatro de operaciones de la guerra de Crimea y presenció horrorizada el abandono de los soldados heridos y moribundos.
Organizó una atención lo más humana y eficiente posible. Su abnegada vocación al cuidado del enfermo, en especial por las noches, le mereció el calificativo de “la dama de la lámpara”.
En Guatemala, durante muchos años la Asociación Nacional de Enfermeras Profesionales organizaba una lucida celebración con diversos actos como misas, ofrendas florales en recuerdo de las enfermeras fallecidas, recepciones, reconocimientos y otros.
La enfermería es una profesión tan noble como hermosa, pero que resulta difícil y exige mucho sacrificio. Permanecer en vela durante muchas horas interminables, junto al lecho de un enfermo o de un paciente, soportar con serenidad los exabruptos y hasta ofensas, e impartir confianza y serenidad a los moribundos y a los que sufren.
En pocas palabras, mantener en alto esa lámpara maravillosa que supo encender Florence Nightingale.
* (Esta nota fue publicada originalmente en mayo del 2015).