A mí eso me sucedió en febrero de 1988.
BBC NEWS MUNDO
De aburrido a vanguardista: cuánto ha cambiado Canadá ahora que cumple 150 años
El día que descubres lo que los otros piensan realmente de tu país es difícil de olvidar.
Vivía en Londres, la gran urbe, tras haber conseguido por fin el permiso de trabajo.
De pronto, ahí estaba, en blanco y negro, en un artículo publicado por un diario británico sobre los Juegos Olímpicos de Invierno de Calgary, Canadá, mi país de origen.
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“Uno de los países con el invierno más frío se destaca en deportes”, escribía el periodista.
A lo que añadía que, si hubiera unas olimpiadas del aburrimiento, Canadá también ganaría en ellas la medalla de oro.
Pero mira lo que escriben ahora.
La guía turística Lonely Planet publicó su destino favorito este año: Canadá.
Y el año pasado, un artículo de la sección estilo del diario estadounidense The New York Times se preguntaba: “¿Estará Canadá de repente… de moda?”
La idea de que “nuestro vecino del norte es un desierto cultural congelado y poblado de ciudadanos incurablemente ordinarios y sin estilo está tan pasado de moda que es casi ofensiva”, seguía el texto.
Eso es exactamente.
Para el periodista que escribió el artículo del The New York Times y para Lonely Planet, este súbito giro tiene mucho que ver con quien ha sido descrito como el fornido, ojiazul y telegénico hijo del antiguo primer ministro Pierre Trudeau.
Es verdad que el ahora mandatario Justin Trudeau, cuyo Partido Liberal arrasó en las elecciones de octubre de 2015, ha elevado vertiginosamente la popularidad de Canadá.
Se debe en parte por su disposición a tomarse selfies y sacarse la camisa cuando está corriendo, surfeando, remando, lo que quieras.
Pero también se ha tomado el escenario internacional, hablando del compromiso de Canadá con el cambio climático, acogiendo personalmente a refugiados sirios a quienes llama “los nuevos canadienses”.
Y también dándole al presidente Donald Trump el más fuerte apretón de manos mientras trata de fortalecer la relación canadiense con su más importante socio comercial.
Me preguntan sobre el primer ministro canadiense con frecuencia.
“Es el líder apropiado”, me afirmó una empresaria local cuando recientemente visité el norte de Italia.
Tras una pausa, añadió “pero, por supuesto, ustedes también necesitan la gente apropiada”.
Todos los que estaban en la mesa movieron la cabeza afirmativamente.
Asimismo, una ejecutiva de mercadeo describió así a los canadienses: “Listos, considerados, vanguardistas”.
Luego, tras buscar una palabra más adecuada, exclamó: “Amables”.
Y todos los presentes asintieron con vigor.
Amables, educados, corteses. Escuchas esos adjetivos con frecuencia en relación a los canadienses.
¿Es esa la nueva manera de llamar a los aburridos?
No estoy segura de que se pueda describir a una nación entera, en este caso a casi 30 millones de personas, de la misma manera.
Pero incluso yo me sorprendo con lo educados que son en Canadá, incluso en los ascensores.
“¿Cómo le está yendo el día? ¿Tiene un buen plan para esta noche?”, te preguntan los extraños al abrirse las puertas.
Antes incluso de que Justin Trudeau, de 45 años, emergiera como el chico del póster de Canadá, mi país obtenía buenos resultados en los índices globales.
Te doy un ejemplo.
En 2015 en el Índice Global de Reputación (Reputation Index), un ranking de países desarrollados, Canadá fue descrito como el “más admirado” por su “efectivo gobierno, la ausencia de corrupción y el apoyo al sistema de bienestar” y sí, su “amable gente”.
Año tras año, las ciudades de Canadá se incluyen en las listas de las mejores urbes para vivir del mundo.
Así, pues, el lugar que ocupa Canadá en el escenario mundial ha cambiado definitivamente.
“El nuevo primer ministro y su Partido Liberal han marcado la diferencia”, me explica un prominente periodista canadiense cuando le pregunto por la razón.
“Pero no olvides que son la personificación de aquello por lo que votaron los canadienses”.
Y aquello por lo que votaron los canadienses incluye el aceptar a más de 30.000 refugiados, la mitad de ellos patrocinados por los ciudadanos que se unieron para apoyar a las nuevas familias.
Y también se formó un gabinete equilibrado entre géneros y más recientemente se impulsó una nueva “política feminista de ayuda extranjera”.
Asimismo, Canadá desempeñó un papel importante para que se firmara en 2015 el Acuerdo de París sobre el cambio climático y está tratado de volver al papel de pacificador que tuvo en la década de 1950.
Y a pesar de las contadas críticas, todas estas iniciativas resultaron populares en el país y más allá.
Por supuesto, la geografía también le favorece.
Es la segunda masa de tierra más grande del planeta, rodeada de tres océanos y con una frontera compartida con Estados Unidos.
Y gracias a ello siempre ha podido seleccionar a sus inmigrantes, en lugar de verlos aparecer en sus costas.
O al menos así era hasta que algunos refugiados, huyendo de las cada vez mayores restricciones en EE.UU., empezaron a cruzar la frontera.
De estudiantes, los canadienses aprendimos que nuestro país es un mosaico de gente y que nuestro vecino del sur un crisol.
Pero lo que no estudiamos lo suficiente -y el gobierno no hizo lo necesario para que así fuera- es un tema en el que ahora se están centrando los focos como nunca antes: la turbulenta historia de los pueblos indígenas de Canadá, que llevan más de 10.000 años viviendo en estas tierras.
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Estos pueblos originarios no están contentos con el alboroto y la pompa de las celebraciones del 150 aniversario de la fundación de Canadá como un estado confederado, algo que ocurrió cuando en 1867 logró la autonomía de Reino Unido.
Y es que su situación económica y la justicia social siguen siendo temas pendientes.
“Ciertamente, el reconocimiento global de Canadá ha aumentado”, me dice la doctora Annis May Timpson, profesora de la Universidad de Oxford y experta en políticas canadienses, incluidas aquellas relacionadas con los pueblos indígenas.
“Espero que (Canadá) mire más allá de la celebración del 150 aniversario de la confederación y lidere a nivel mundial la iniciativa para asegurar una completa y efectiva reconciliación con las comunidades indígenas”.
Esta nación, forjada en 1867 a partir de las colonias británicas y francesas, está todavía redefiniendo su identidad.
La división lingüística, que una vez amenazó con partir en dos al país, ya no es un asunto político candente entre la provincia predominantemente francófona de Quebec y el resto de Canadá.
Pero los canadienses aún tienen mucho que debatir, desde cómo un gran productor de petróleo debe hacer frente al cambio climático, hasta cuál de los equipos de hockey sobre hielo es el mejor o si el primer ministro debería irrumpir en las fotos de los estudiantes universitarios el día de su promoción.
Sea lo que sea, Canadá ya nunca es aburrido.