Pero, en teoría, todos sabemos que deberíamos hacer deporte si queremos estar en forma, y una manera es ir al gimnasio.
BBC NEWS MUNDO
Las magníficas máquinas del doctor Zander para curar dolores que terminaron en los gimnasios modernos
Ir al gimnasio es una de las experiencias más características de la vida moderna. O al menos ser miembro de un gym, porque en la práctica muchos de nosotros no vamos nunca.
Ese concepto de usar máquinas de ejercicios para contrarrestar los efectos dañinos de una vida sedentaria no es nada nuevo.
De hecho, surgió a finales del siglo XIX.
Y las mismas máquinas que vemos hoy en los gimnasios (bicicletas fijas, escaladores, elípticos, máquinas de abdominales) tampoco son tan novedosos.
Muchos pueden rastrear su origen a 1890, cuando el médico y ortopedista sueco Gustav Zander creó el primer gimnasio con máquinas en su instituto en Estocolmo.
Zander fue el primero que concibió la idea de que el bienestar físico no dependía de los procedimientos habituales de le época, como la sangría, la purgación y las acrobacias vigorosas.
En vez, propuso cuidar la salud a través de lo que llamó el “esfuerzo progresivo”.
Sostenía que el uso sistemático y controlado de los músculos haría que el cuerpo se ponga fuerte.
Para ello, creó unas cien máquinas que buscaban emular actividades físicas habituales de la época.
Por ejemplo andar en bicicleta, subir escaleras o remar.
Así inventó los primeros modelos de muchas de las máquinas que aún son populares en los gimnasios hoy.
Al principio el gimnasio de Zander se usó para tratar a niños y trabajadores.
Estaba financiado por el Estado sueco y era accesible tanto para ricos como para pobres.
Zander creía que el complejo sistema de máquinas podía corregir problemas físicos tanto de nacimiento como los generados por accidentes laborales.
Sin embargo a comienzos del siglo XX llevó sus inventos a Estados Unidos y allí buscó captar a un nuevo tipo de clientes.
Zander promocionó sus máquinas como “un preventivo contra los males engendrados por una vida sedentaria y el encierro de la oficina”.
Fue así como en EE.UU. sus aparatos se hicieron populares entre las clases más pudientes y la emergente ola de trabajadores de “cuello blanco”.
Aún hoy, ser miembro de un gimnasio es algo más emblemático de las clases medias y altas.
Las máquinas de Zander marcaron la distinción entre desarrollar fuerza corporal a la vieja usanza -a través de la labor física- y hacerlo con movimientos reiterados, con ayuda de los aparatos.
La académica Carolyn de la Peña, de la Universidad de California, escribió en la revista Cabinet que por primera vez la aptitud física se asoció con un cuerpo balanceado más que con la habilidad para hacer tareas físicas.
Según De la Peña, la principal diferencia entre las máquinas de Zander y las que usamos hoy es que no exigían que el usuario haga mucha fuerza.
Más bien se dejaba a la máquina hacer el esfuerzo. El beneficio supuestamente venía de la flexión reiterada del músculo.
No obstante, el concepto de usar máquinas para reemplazar la actividad tradicional se impuso.
Y con el aumento de la vida sedentaria es probable que cada vez más dependamos de las máquinas para estar en forma, como sugirió Zander.