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Fervor religioso en el barrio

Son pequeñas, pero estas procesiones llevan toda una tradición que muestra la devoción de un pueblo.

Procesión de la Colonia San José Obrero, zona 7. (Foto: Néstor Galicia)

Procesión de la Colonia San José Obrero, zona 7. (Foto: Néstor Galicia)

El aroma a corozo y a incienso se siente en el ambiente; la marcha fúnebre se oye a poca distancia y la solemnidad pasa frente a puerta de la casa. Es la procesión de mi barrio.

Aquí, la persona que tengo a la par es la dueña de la tienda, y a su lado está el señor con quien cada mañana me cruzo camino al trabajo. Desconocidos, para nada; son caras familiares que cada año se dan cita en los cortejos religiosos, uno de los acontecimientos más tradicionales del área.

Las procesiones de barrio se diferencian mucho de las del Centro Histórico, ya que estas tienen grandes andas, decoraciones muy detalladas, mientras que aquellas son sencillas, pero suelen gozar de la comunión de los participantes.
Actualmente, aunque la trayectoria de las procesiones se ha visto afectada muchas veces por el crecimiento y desarrollo de la urbe, la costumbre es tan antigua que no parece correr ningún riesgo de desaparecer.

Trascendentales

Las pequeñas procesiones también tienen su historia. Entre los primeros barrios donde surgieron está Santa Marta, en la zona 3, explica el historiador Haroldo Rodas, quien indica que este no era precisamente un barrio, sino una aldea cercana, “por lo que le corresponde el primer lugar de antigüedad”. Lo mismo ocurre con La Palmita, zona 5, que fue un pueblo conocido al principio como San Pedro Las Huertas.

José Chamalé, presidente de la Hermandad de Santa Marta, cuenta que la imagen del Nazareno del lugar tiene casi 200 años, por lo que es una de las más antiguas —data de 1825—, y como sucede con la mayoría de estas, se desconoce al autor. El estilo de la escultura es sevillano. Fue adquirida por la parroquia para llevar a cabo las actividades de Semana Santa.

La característica especial de este nazareno es que tiene la cruz del lado derecho, cuando lo habitual es que la lleve en el izquierdo. “Quizá su escultor deseó diferenciarlo de esta forma”, dice Chamalé.

La imagen pertenecía a la parroquia de El Calvario, donde se le conocía como Jesús de la Columna, pues estaba amarrado a un pilar, razón por la cual el cuerpo de la imagen también fue modificado. Es una escultura de encarnado completo, tallada en madera. Sin la cruz mide 1.80 metros, y con esta se agregan 20 centímetros.

Las procesiones surgieron en Guatemala en el siglo XVI. Al principio eran cofradías penitenciarias, que se fueron formando de acuerdo con la organización social. Por eso, en un inicio, estas actividades estaban relacionadas con españoles, criollos, indígenas y mulatos, explica Miguel Álvarez, Cronista de la Ciudad.

Las personas con gran poder económico influyeron en lo que ahora son las grandes procesiones, pues acudían a La Merced y a Santo Domingo; mientras que Candelaria y San José pertenecían a la clase baja de la ciudad. Fue así como la procesión de El Calvario y La Recolección, que originalmente eran de barrio y son las más ancestrales, se convirtieron por la devoción y tradición en magnos cortejos, asegura Álvarez.

Más barrios y más procesiones

Entre las procesiones de barrio más antiguas se encuentra la de San Pedrito —iglesia San Pedro Apóstol—, y la del Gallito —templo Santísima Trinidad—, que surgió hacia la década de 1940. Esta última originalmente era una finca, más tarde se estableció como un barrio y finalmente fue la zona 3. A ellas se suma La Parroquia, que era un espacio aledaño a la Ciudad de Guatemala.

Estos cortejos religiosos han aumentado conforme ha crecido la ciudad, al surgir más barrios con sus templos, ya que la población necesita manifestar sus tradiciones en cada espacio.

Se tiene conocimiento que desde 1881 los feligreses de La Divina Providencia, más conocida como El Guarda, zona 8, salían a recorrer las calles en el viacrucis, acompañando a una pequeña imagen de Jesús Nazareno. El ejercicio piadoso duraba desde el amanecer hasta el anochecer, cuenta Jhonathan Saravia, vicepresidente de la Hermandad.

Sin embargo, los vecinos querían un Nazareno más grande o de tamaño natural, por lo que en 1919 se le encargó al escultor Francisco Pineda y Pineda la elaboración de la imagen. Fue entregada a la parroquia en 1921. Al siguiente año, una familia del barrio donó la figura de la Virgen.

“El primer recorrido de las dos imágenes fue en 1923. La Asociación —el grupo previo a la aparición de la Hermandad— llevó la procesión a varios cantones y barrios cercanos a la parroquia”, refiere Saravia.

“Las iglesias de barrio tienen bastante tradición, desde las antiguas hasta las de más reciente creación”, comenta Rodas.
Quizás la imagen más significativa de Nazarenos de barrio es la del templo de San Antonio, del barrio del mismo nombre, en la zona 6. “Es la única talla que posee una inscripción en su pecho, donde se indica que procede del siglo XVIII. Además, incluye nombres de sacerdotes y esculturas de la iglesia de La Merced, que confirman que dicha talla perteneció originalmente al templo mercedario de la capital, de donde fue trasladada al citado barrio”, explica Rodas.

Esta escultura fue sometida a un trabajo de recuperación muy detallado, en el taller de restauración de bienes culturales de la Dirección General de Antropología e Historia, donde fueron consolidadas las escrituras que posee en el cuerpo y se le dio un adecuado tratamiento para su mejor conservación, lo cual convierte a este Nazareno en uno de los más relevantes.

Una imagen que no tiene más de cien años es la de San José Obrero, en la zona 7. “Este año cumple 50 años, tanto de haber sido esculpida como de haber sido traída al templo”, cuenta el seminarista Francisco Raymundo.

La particularidad de este Nazareno es que originalmente era solo un rostro, que fue donado por una feligresa, en 1960. “De allí se mandó a ensamblarlo en un cuerpo. Esta parte de la escultura es obra de Antonio Montúfar, residente del barrio El Gallito. En febrero de 1961 estaba terminada, y ese mismo año salió en procesión”, explica Raymundo.

Semilla de tradición

Para el historiador y Cronista de la Ciudad, estas áreas urbanas son donde crece la tradición. Por su parte, Rodas dice: “Es un campo para que germine un nuevo ímpetu de costumbres que más adelante se convertirá en un mensaje que abrirá un nuevo capítulo a la identidad tradicional del guatemalteco capitalino”. Alrededor de estas parroquias se han agrupado los vecinos del barrio, quienes son el motor de la tradición.

Estas procesiones han tenido inconvenientes en el transcurso de su historia y los largos recorridos que tenían años atrás fueron disminuyendo, por varios factores como el cambio de calles, y cierre de estas. Un ejemplo es La Divina Providencia, que por la transformación de las arterias de la calzada Roosevelt y la colocación de vallas ha hecho imposible el paso de los cortejos religiosos, lo que ha modificado la trayectoria.

La mayoría ha acortado el recorrido, en donde también ha influido la disminución de cargadores. “Aunque tengamos buenas épocas, siempre nos quedarán algunos turnos vacíos”, dice Chamalé.

Las hermandades no se quedan de brazos cruzados ante estos problemas, y hacen lo imposible para buscar asistentes a las procesiones y que la tradición no desaparezca.

Los de La Divina Providencia visitan desde hace tres años la iglesia de San José, para regalar turnos a los de esa hermandad, es como una invitación para que asistan. “Vienen, les gusta y se quedan. Entonces son cargadores de las dos”, comenta Saravia.

“Nosotros tuvimos años difíciles, pero desde hace 15 que empezó una transformación”, agrega Raymundo. Al preguntarle por qué, contesta que quizá fue por el cambio generacional, pues la dirección la tomó gente joven que hizo modificaciones y trajo nuevas propuestas.

Entre estos cambios está que el recorrido de la procesión varía cada año, algo que la caracteriza. Muchos vecinos querían que las imágenes —Jesús y la Virgen— pasaran por sus casas. “Además, se busca evangelizar y promover la devoción”, agrega el seminarista. Hay calles que serán obligatorias, como las cercanas al templo.

Esto ha hecho que el número de los feligreses haya crecido con los años, “pero hay que tener en cuenta que no todos los devotos cargan, por eso siempre nos quedará algún espacio, aunque hay bastante concurrencia en las calles”, destaca.

Algo más que influye en la baja de cargadores a estas procesiones es la coincidencia que tienen varias de estas actividades el mismo día. Un ejemplo es que el quinto domingo de Cuaresma que sale el cortejo de San Bartolo, en Antigua Guatemala, y en la capital, la de San Pedrito, Santa Marta y la del Guarda, “esto también causa la dificultad de conseguir quién lleve las andas, pues se reparten en cuatro eventos”, explica Saravia.

Además, los vecinos no dejan que esa costumbre merme, al colaborar con las hermandades; y sin importar los obstáculos que encuentran en las calles, se reúnen en las que aún quedan libres para elaborar las alfombras. Cada familia de la cuadra aporta alguno de los elementos —aserrín, flores, corozo y los diseños—. Dependiendo del horario, recordarán anécdotas pasadas o harán planes para el futuro, junto a un vaso de refresco o una taza de café.

El historiador Rodas dice que en el futuro se mirará menos participación en las grandes procesiones, pues las tradiciones como la elaboración de alfombras y manifestaciones externas de fe han mermado, ya que las calles del Centro Histórico se han llenado de almacenes y comercios, los propietarios de estos no tienen interés en participar en dichos eventos religiosos y, además, se ha perdido esa cercanía de la población, pues ya no se da la participación de los vecinos.

Asimismo, los costos elevados de los turnos también hace pensar a muchos, pues el de una gran procesión puede valer Q400, mientras que la de un barrio Q5.

Cada iglesia rinde veneración a su imagen, que se convierte en su identidad, dice Rodas. Es por eso que aquí es donde encuentra sustento la religiosidad popular y la tradición. Miguel Álvarez dice que estas pequeñas actividades religiosas de barrios y colonias, en donde participa solo el vecindario local, se repiten año con año, por lo que han tomado un lugar muy especial.

Rodas recuerda a un intelectual guatemalteco, José Gonzalo Mejía Ruiz, quien decía que detrás de todo esto —las tradiciones de Semana Santa— un pueblo vive, gime y llora.

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