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Una casa para el más necesitado

Más que centro educativo, ha servido de apoyo para los más pobres desde que la fundaron, en el siglo XIX, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.

Interior de la capilla de Casa Central. (Foto: Hemeroteca PL)

Interior de la capilla de Casa Central. (Foto: Hemeroteca PL)

La fachada de la Casa Central se impone, y no solo por el tamaño que ocupa una manzana, con unos cien metros de cada lado. Su estilo arquitectónico, visto con detenimiento, pareciera como si se hubiera salido de un cuento de hadas. Uno de esos ambientados en la Edad Media. El edificio de estilo gótico contrasta con el resto de inmuebles del Centro Histórico de Guatemala. Totalmente distinto al colonial de su vecino el antiguo Paraninfo Universitario y de las viviendas aledañas. Pero la historia de la Casa Central no empezó en esta imponente construcción.

Origen

Era 1862. El país era gobernado por Rafael Carrera y la capital era una pequeña ciudad que terminaba donde en la actualidad se encuentra el Cementerio General. Ya casi en las afueras se ubicaba también el Hospital San Juan de Dios. Ese mismo año, los frailes que administraban este nosocomio, la orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios, lo entregaron y pasó a ser atendido por otras órdenes.

Los ciudadanos guatemaltecos Dámaso Angulo y Manuel Urruela conocían la labor que efectuaban las Hijas de la Caridad en Francia y solicitaron a la sede, en París, que mandaran hermanas para colaborar en el hospital. El 12 de mayo de 1862 desembarcaba en el Puerto San José un grupo de seis hermanas liderado por la francesa sor Irma Broquedis. Su misión era clara: “Servir a los pacientes enfermos pobres del San Juan de Dios”.

Pronto, las hermanas se dieron cuenta de la necesidad de un orfanato, ya que había muchas madres que morían al dar a luz. Recibieron más refuerzos y, cuatro años después de su venida, en 1866, además de su labor en el hospital, pudieron alquilar una pequeña casa con espacio solo para cuatro o cinco entre la 1a. y 2a. avenidas y 9a. calle A, actualmente conocido —por este motivo— como el Callejón de las Huérfanas. Además, en este inmueble empezaron una de sus tradiciones más antiguas: dar comida a los más necesitados de la ciudad.

A los pocos años consideraron que el lugar se iba a quedar pequeño y por eso buscaron un terreno para ir construyendo una casa propia donde pudieran vivir las niñas. Gracias a las donaciones privadas, sobre todo las de Angulo y Urruela, consiguieron comprar en 1869 una manzana entre la 1a. y 2a. avenida y 12 y 13 calles, donde hoy se sitúa la Casa Central.  Poco a poco empezaron a construir de manera muy improvisada: los cuartos, una panadería, una capilla.

Posteriormente, pensaron que de nada servía tener a las niñas en esta casa sin proporcionarles educación. Al principio solo les enseñaban a leer y escribir, pero luego también se percataron de que las necesidades requerían oficializar su educación, para aumentar sus posibilidades.

Una vez que se habían mudado en forma definitiva a su propiedad, se sostenían mediante una panadería, que fue famosa gracias a sus deliciosos productos.

Época liberal

En 1871 afrontaron una nueva dificultad. La Reforma Liberal comenzaba y Justo Rufino Barrios expropiaba a las órdenes religiosas y las expulsaba del país. Según cuentan las hermanas de la Caridad, ellas fueron de las pocas que se quedaron y conservaron su propiedad. Se dice que un ministro le dijo a Barrios: Y estas —las Hijas de la Caridad— todavía están aquí, y Justo Rufino Barrios, quien hacía visitas de incógnito al hospital, al ver que una de las hermanas estaba en el suelo limpiándolo con los brazos y los codos, le respondió: Cuando sus esposas hagan esto, ellas se irán.

Intentaron expulsar a los paulinos, situados al lado de la Casa Central, donde hoy se encuentra el antiguo Paraninfo Universitario. Ellas dijeron que si se les obligaba irse a ellos, las hermanas de la Caridad se irían también. Debido a esta amenaza consiguieron que estos continuaran en el país. Fueron las dos únicas órdenes que permanecieron en ese período.

Terremoto

En 1917 ocurrió el terremoto que sacudió a Guatemala. Se derrumbó todo, menos el horno de pan y la capilla. Hubo que empezar de cero. Se auto sostuvieron gracias a la panadería. Además, comenzaron a lavar y planchar ropa por encargo. En esa época, también, inició el Departamento de Hostias, que abasteció a la mayoría de parroquias dentro y fuera de la capital hasta la década de 1970.

En esta nueva etapa influyó mucho la hermana francesa sor Genévieve Chardin, quien llegó al país en 1920. Era una persona brillante, fue quien diseñó el edificio con un estilo gótico francés.

Además, supervisaba personalmente todas las obras. La construcción estuvo a cargo del maestro constructor Martín de Jesús Leche, quien años después (1945-1949) edificó también una nueva capilla a semejanza de la Rue du Bac, en París. Él fue alumno de la Casa Central y sus hermanas pertenecieron a la orden.

Educación

Enseguida la instrucción de las niñas se amplió también a la de niños, ya que en 1891 se fundó la Escuela Primaria de Varones. En 1926, ya impartían todos los niveles de primaria a niños y niñas.

La formación de la Casa Central siempre fue de alta calidad. Tanto es así que los libros escolares que crearon las hermanas sor Genévieve Chardin, sor Ángela Lazo y sor Carmen Rincón fueron usados en otros establecimientos. Además, esos textos incluían folletos de Salud y Seguridad y de inglés.

Después de haber instaurado la primaria, comenzaron con talleres para mujeres en los que se impartía repostería, panadería, mecanografía, nutrición y costura. Llegaron a elaborar bordados en oro para la Casa Presidencial, la Banda Presidencial y muchos de los vestuarios de las imágenes de las procesiones. Dejaron de organizarse estos talleres en la década de 1950, menos el de bordados que continuó hasta 1970.

También se instauró el nivel básico para las niñas y, en 1945, la alemana sor Filomena Roch, añadió el Instituto Normal para Mujeres con preparación para ser maestras, perito contador o secretaria comercial y bilingüe.

Sor Cecilia

Si hay una persona que ha influido en la Casa Central, y en Guatemala en general, fue la también francesa sor Cecilia Charrin. Nació el 17 de febrero de 1890 y vino al país en 1930. Primero, la asignaron en el Seminario, pero se dieron cuenta de que no tenía aptitudes. Luego, probó en enfermería, pero tampoco. Fue cuando se ocupó de los pobres cuando encontró su verdadera vocación.

Todos los días recorría la Sexta Avenida y el Mercado Central con una carretilla donde ponía todo lo que le iban regalando: verdura, carne, fruta… Y con lo que conseguía, hacía después una nutritiva comida para los indigentes que se acercaban.

En 1940, sor Cecilia añadió un servicio más a la Casa Central, las clínicas médicas para la gente con escasos recursos económicos, con consultas de medicina general y una farmacia. Por la misma época, inauguró la Escuela de Aplicación de Sor Cecilia Charrin, donde hacían prácticas las estudiantes de magisterio y los alumnos eran personas muy pobres que no podían pagar nada.

Su labor no solo se limitó a la Casa Central; además, fundó salas cunas para las mujeres, un hospital para niños, escuelas y talleres. Sin embargo, a pesar de la bondad en todas sus acciones, sufrió la incomprensión de algunos de los lugareños. Por ejemplo, cuando una vez pedía, con la mano extendida, y un hombre le escupió. Entonces, ella respondió: “Muy bien, esto es para mí, pero qué me da para los pobres”. Incluso, en otra ocasión, la llevaron a la cárcel ya que alguien la denunció porque “molestaba mucho”.

Pero sor Cecilia era incansable en su labor. Nunca dejó de pedir ni de dar lo poco que tenía. Falleció en Guatemala, a los 83 años, el 13 de julio de 1973.

Capilla

Si algo impresiona de esta institución, declarada Patrimonio Cultural del Centro Histórico, es su capilla. Fue construida desde 1945 a 1949 por Martín de Jesús Leche, a semejanza de la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en la 140 rue du Bac, en París, la casa madre de la compañía. En esa capilla fue donde, en 1830, se le apareció la Virgen María a una joven novicia de las Hijas de la Caridad, sor Catalina Labouré. La primera vez, el 18 de julio; y la segunda, el 27 de noviembre, donde la exhorta a que haga una medalla, que, según la tradición, fue milagrosa y evitó muertes en época de peste en Europa.

Los preciosos vitrales fueron traídos de Europa y representan, en un lado, las dos apariciones de la Virgen a sor Catalina; y en el otro, imágenes de San Vicente de Paúl. Debajo de cada vitral aparecen los donadores que hicieron posible que se compraran estas obras de arte.

Asimismo, una pintura mural que bordea el altar fue “copiada” por la francesa sor Gabriela Pavion. Son tres lienzos separados, en donde se representa también una de las apariciones de la Virgen a sor Catalina. También hay estatuas en las orillas del pasillo, se trata de imágenes tales como el Ángel de la Guarda, Santa Catalina Labouré o Santa Juana de Arco.

Debido al terremoto de 1976 y a las inclemencias del tiempo esta joya arquitectónica fue afectada. Sin embargo, la Fundación Sor Cecilia Charrin se encargó de restaurarla.

La Casa Central se mantiene en pie, no solo su edificio, sino además sus buenas obras que permanecen vivas gracias a las Hijas de la Caridad y a los exalumnos, pero, ante todo, gracias al espíritu de sus fundadoras, que parece ondear dentro de sus instalaciones.

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