La inquietud por adentrarse en la montaña donde se encuentran las grutas fue de don Oscar Fernández, patriarca de los propietarios de la finca Cecilinda, al observar cómo los indígenas le pedían permiso a la tierra para sembrar y luego le agradecían por las cosechas.
Una leyenda
Los campesinos, en su mayoría jóvenes, explicaban que veneraban al cerro por costumbre. Pero hace casi dos décadas, una anciana de 87 años le relató a don Oscar esta leyenda: “En este cerro vivía un dios hace miles de años, por eso se le adora. Luego vino gente huyendo de un cataclismo que sólo podía haber sobrevivido en ese lugar. Ellos se refugiaron en las grutas.
Estas personas eran de aspecto diferente, tenían una inteligencia superior y podían predecir el futuro. Dijeron que habría un gran desastre y al poco tiempo tembló durante tres días y tres noches. El cielo se oscureció por cien días y cayó el “chipi chipi”, que en otros lugares se conoció como “el diluvio universal”.
Eran dioses y su rey era Marcos. Para moverse lo hacían por medio del aire, agarraban cada uno una estrella. Había que adorarlos para que fueran buenos con la gente. Había que pedirles permiso para sembrar la tierra y darles las gracias por sus frutos.
Así como no se sabe cómo vinieron, tampoco se sabe dónde están ahora. Dicen que adentro hay un santuario donde pudieran encontrarse.
Además de protegerse del terremoto, estos dioses estaban en la cueva para protegerse de otro dios maligno, Raxóm, que los quería eliminar. Su única arma contra este rival fue crear el agua y el aire. De la gruta es que nacen”.
La anciana de la leyenda advirtió que en el interior de la caverna había “un santuario”, aquí fotografiado. (Foto: Carlos Sebastián)
En el verano de 1998, se abrió un agujero en una de las partes superiores del cerro. De éste salía un aire muy frío que nadie podía explicar. Luego, en invierno, no sólo era aire, también un chorro de agua.
“Todo coincidía con lo que la anciana había explicado del agua, el aire y la veneración del cerro”, asegura Iván Fernández. El agujero se agrandó y hace tres años los propietarios lograron entrar. Adentro, nace un río. Hay figuras que los espeleólogos dicen que tardan miles de años en formarse, conocidas científicamente como estalactitas y estalagmitas.
En medio de la cueva hay un “santuario”, también llamado “sala de las candelas”, donde se siente mucha energía. La gente de la localidad sostiene que son espíritus o una fuerza sobrenatural capaces de obrar milagros.