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Los nazarenos y dolorosas también son de los pequeños

“Dejen que los niños vengan a mí", dijo el Señor. Ese mismo mensaje pareciera repetirlo cada Cuaresma en Guatemala, cuando miles de niños hacen sus propias procesiones, con sabor a inocencia.

La tradición de cargar las procesiones trasciende más allá de la costumbre. (Foto: Hemeroteca PL)

La tradición de cargar las procesiones trasciende más allá de la costumbre. (Foto: Hemeroteca PL)

Ese sabor a inocencia es el elíxir que nutre los cortejos procesionales infantiles, cuando los niños nazarenos y las pequeñas dolorosas saturan el ambiente con un aroma a pequeñez. Son los niños de Guatemala que también tienen su propia Cuaresma.

Esta misma pequeñez, esa misma inocencia es la que hace de las procesiones infantiles auténticas obras de arte viviente. Porque los niños no saben de turnos extraordinarios u ordinarios, ni de comisiones ni de privilegios. Ellos caminan con su Jesusito y eso basta.

¿Y Las niñas? ¿Qué hay de las niñas? Ellas no saben de distinción de género ni cuotas de poder. Lo único que las anima a caminar de la mano es el dolor mismo de la Madre del Redentor, que las invita a asolearse un poquito y compartir con Ella el camino del Clavario.

Así, en medio del jolgorio, los llantos de los más pequeños y los regaños amorosos de los padres o abuelos, los niños avanzan por las calles de la Guatemala de la Asunción. El sol abrasador deja chapudas las mejillas y los zapatos nuevos un par de ampollas. Las mantillas recién estrenadas bien pueden quedar olvidadas en alguna acera del Centro Histórico y las túnicas pierden de un momento a otro el primoroso dobladillo del ruedo.

De los niños

Es la Cuaresma y Semana Santa de los niños, de los inocentes, de los chapincitos. Es el semillero de las grandes procesiones. Esos infantes son los futuros cargadores de mañana, que reirán al ver las fotos o videos que sus padres les tomaron, y reirán más al ver cuán pequeños y bajitos eran en comparación con los otros niños del turno.

Esa también es la Cuaresma guatemalteca, la de las andas chicas pero espíritus inmensos. La de los adornos en miniatura pero de las imágenes barrocas. Si no, dígame dónde encuentro otro Niño Nazareno de La Demanda, con su sonrisa de pequeño mártir. O dónde “consigo” otro Jesusito como el de Catedral. Son únicos, y son para los niños.

¡Ah! Y cargar no se limita solo a las procesiones infantiles, porque también hay procesiones “de grandes” donde los pequeños hacen su mejor esfuerzo. Si no, vea el Domingo de Ramos en San José a los niños llevar en hombros a María Magdalena y San Juan. Hacen su mejor esfuerzo pero el peso de las andas de los seguidores del Señor les juegan la vuelta.

San Juan

San Juan es el más arriesgado pero sabe que en ningún momento se irá de bruces, porque sus pequeños cargadores –de menos de un metro hasta de un metro quince- no lo dejarán tirado.

Avanza la mañana y ya el Sol ya sacado gotas gruesas de sudor a los pequeños. La deshidratación amerita un vaso de refresco, una botella de agua, una granizada o un helado. ¿Cómo no ofrecerlo a estos angelitos antesala del Cielo?

San Juan casi ha salido librado, y la Magdalena lo ve de reojo en un turno cualquiera en una avenida del centro capitalino.
Adelante va la Madre del Redentor con sus propias penas. Y más adelante, el hijo con su cruz a cuestas, como preludio del sacrificio.

Colores

Filas y filas de niños de blanco, morado o negro se pierden en una calle cualquiera. Filas de padres-custodios caminan a su lado en constante vigilancia. Celadores ordenan en vano ese gracioso desorden que termina en un gorjeo de avecillas. Las manos de los pequeños se entrelazan para formar redes humanas, para no extraviarse.

Naveteros con sus grandes incensarios atizan el fuego y se detienen luego de tres reverencias porque pesa demasiado. El carbón espera en las cajitas de madera y las tenazas de hierro mueven las brasas que están a punto de morir. De pronto un incensario prende en llamas pero un adulto lo sacude con fuerza y le imprime disciplina. El pequeño navetero vacila pero no se amedrenta, y sigue son su ofrenda de humo sagrado.

Detrás, la banda de música toca solemnes marchas fúnebres y hace que el cortejo se vea más sobrio y elegante…  y el director viste elegante frac con guantes impecablemente blancos.

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