El mestizaje complementó o, mejor dicho, inició este proceso. Es en Santiago de los Caballeros de Guatemala donde se arraiga esta tradición durante la Colonia. Probablemente desde esta ciudad se difunde a Mesoamérica, primero con la orden franciscana y luego con la betlemita.
En este proceso, el aporte del Santo Hermano Pedro de San José de Betancourt está bien documentado. No sucede igual con el contexto que le precede, pero existen referencias. Persiste entre los guatemaltecos la creencia de que a este santo se deben las posadas. Si bien se reconoce su innovación, hay que admitir que no fue él quien las introdujo al catolicismo.
Cuatro historiadores y referencias bibliográficas como hemerográficas soportan esta nota que dilucida acerca del origen de las posadas.
Las andas sanjuaneras
“Son manifestaciones profano-religiosas de origen hispánico y de tradición muy antigua. Es importante señalar un dato acerca de ellas hacia el siglo XVI, el que supone su vigencia”, indica el cronista Miguel Álvarez, en Aproximación etnográfica e histórica de las tradiciones populares en Navidad, en el departamento de Guatemala. El dato que menciona es acerca de San Juan de la Cruz (1542-1591) religioso y poeta del Renacimiento español, quien “escribió una poesía para cánticos de posadas”, según consta en la investigación del cronista (1980).
En Obras Completas de San Juan de la Cruz (Editorial de Espiritualidad. Madrid, 2009) figuran los siguientes versos: “Del Verbo divino / la Virgen preñada / viene de camino:/ ¡si le dais posada…!”. La publicación es una edición crítica. En las anotaciones, acerca del cuarteto, se lee que es “una letrilla-estribillo que se cantaba durante la Nochebuena en los conventos donde era superior el santo”.
La obra menciona que para una Nochebuena, en Granada, San Juan de la Cruz “hizo poner a la Madre de Dios en unas andas”. El fraile, acompañado de otros religiosos, caminaba por el claustro y “llegaban a las puertas que había en él a pedir posada para aquella Señora cercana al parto y para su esposo, que venían de camino”. Al estar frente a la primera puerta “pidiendo posada cantaron esta letra que el santo compuso: del Verbo divino… Y su glosa se fue cantando a las demás puertas”.
El Santo Hermano Pedro nació 35 años después de la muerte de San Juan de la Cruz, en Vilaflor de Tenerife, Islas Canarias, el 21 de marzo de 1626. No arribó a Guatemala sino hasta 1651. Murió en 1667 en estas tierras.
Álvarez agrega que en España también se hacían jornadillas, “procesiones con la imagen del Niño Dios dentro de los conventos”, estas tenían lugar del 16 al 24 de diciembre y “cada noche escogían una celda distinta, se hacía la petición de posada y la imagen pasaba esa noche con el religioso o la religiosa”.
Si bien no es con el nombre actual, el historiador Haroldo Rodas sostiene que el Hermano Pedro conocía de actos similares a las posadas. “Eran costumbre en las Islas Canarias”, recalca.
El escritor y periodista canario Isaac Viera (1858-1941) publicó en 1910 Costumbres Canarias (Madrid. Imprenta Latina). En el libro describe el ambiente festivo de las islas para diciembre, y se puede inferir mucho más a partir de la frase “en Fernés, un pueblo de pastores, desde tiempos remotos existía la costumbre de silbar en el templo durante el acto recordatorio del nacimiento de Jesucristo”. ¿Son estos silbidos un nexo con la presencia de los instrumentos prehispánicos de viento, conocidos como pitos? Quizá. De la algarabía canaria de comienzos de siglo XX, Viera anota: “De acuerdo con la costumbre tradicional española, se cantan coplas y villancicos en los templos al son de flautas, violines, guitarras y otros instrumentos… En las majestuosas basílicas, así como bajo el humilde techo de la iglesia del último villorrio resuenan flauta y el tamboril”.
Rezos europeos
“Además de la novena a los muertos, encontramos en los primeros años del Medievo, la de preparación, pero siempre primero antes de Navidad y solamente en España y Francia”, se lee en la versión digital de la Enciclopedia Católica, un proyecto editorial que se gestó en 1903 y se publicó en 1917. La edición web está disponible desde 1997 en ec.aciprensa.com y da detalles de los antecedentes paganos de estos rezos.
En el artículo Nacimientos del folklore guatemalteco (1979), el doctor en Historia Luis Luján Muñoz (1934-2005), al hablar de las celebraciones navideñas en Guatemala, menciona “el novenario de las posadas, que concluye el 24 de diciembre”. Este rezo es evocación de las raíces europeas de dicho fenómeno antropológico arraigado en el país.
“Las novenas han existido en el catolicismo más o menos desde la Edad Media”, refiere el doctor en Historia Aníbal Chajón, por lo que casi 10 siglos después —en la Colonia— eran bastante conocidas tanto para religiosos como para feligreses. “No eran novedad, pero encontraron una forma de evangelizar por medio de ellas”, añade Chajón. La variante, señala, es que al sumarse el peregrinaje de imágenes sobre andas que impulsó el Santo Hermano, se hicieron lúdicas para el contexto guatemalteco.
El aporte guatemalteco
Cuando el Hermano Pedro llegó a la ciudad de Santiago, continúa Chajón, ya se rezaban novenas. “Él perteneció a la Tercera Orden de los franciscanos, los frailes debieron realizarlas en sus claustros. La innovación que hizo fue la de, inicialmente, llevar a un Niño Dios de celda en celda durante nueve noches consecutivas”. Luego, se sugirió trasladar a la calle este acto, y la lógica determinó sustituir la imagen infantil por las de sus padres, en peregrinación.
En Historia Betlemítica —impresa en Sevilla, en 1723— fray José García de la Concepción describe las posadas del Hermano Pedro, cuando las hacía en el interior del claustro franciscano. “Para aquella noche de Navidad, disponía una procesión tan festiva como devota, y en ella llevaba una imagen de María Santísima y otra del Señor San José, vestidas en traje de peregrinos”. Se indica que había “abundante copia de faroles” y que “salía a la prima de la noche y la primera diligencia era girar rodeando alrededor de algunas habitaciones, recordando el lastimoso desamparo de José y María cuando, peregrinos, buscaron en Belén hospicio sin hallar sitio cómodo”. Destaca además que la procesión “llegaba a las cercanías de alguna iglesia y se le recibía con alegres repiques y cantaban versos y entonaban a los peregrinos del cielo. Este cortejo musical lo hacían también en algunas casas”.
Fray Francisco Vásquez (1647- 1713) cita también en sus crónicas la actividad del Hermano Pedro, tomándola a su vez de los textos de su confesor, fray José de Moreira: “Sale del hospital de Belén la Nochebuena un rezado del desamparo de la Virgen Santísima y San José, donde van los Hermanos Terceros y mucho concurso de gentes con infinitas luces en las manos, rezando el rosario de la Virgen Santísima con mucha devoción, repartidos por su orden en tres coros todos los sacerdotes, atrás con la Virgen y delante San José de camino, buscando de puerta en puerta albergue”. Agrega el religioso otro dato, uno que termina de relacionar a las actuales posadas con las instauradas por el santo guatemalteco: “Pónense muchos altares en las ventanas con muchas luminarias, por todas las calles en esta ciudad, y así mismo van recibiendo a la Virgen y a San José con muchas músicas y festines en orden a este misterio”.
Hospitalidad
Fernando Urquizú, doctor en Historia, ve en las posadas un medio que en la época colonial resultó idóneo para inculcar valores. Uno de ellos, la hospitalidad.
“Guatemala estuvo adscrita primero al arzobispado de Sevilla. Luego, en 1545, al crearse los de México y Lima, queda bajo la administración del primero, hasta 1743, cuando se crea el de Guatemala”, explica.
Por ello, encuentra una explicación a la semejanza en la celebración de varias festividades del calendario católico entre ambos países.
En ese contexto, al hablar de las peregrinaciones —entre ellas la veneración a la Virgen de Guadalupe, cuya aparición fue en 1531—, indica que en esos siglos se carecía de una estructura hotelera.
“Se dormía en sitios de tránsito. Los viajantes debían pedir posada en casas particulares, muchas veces acogerlos implicaba alimentarlos. Las posadas incentivan la hospitalidad, el respeto a las embarazadas, la obediencia a las leyes y a un rey terrenal —Herodes, el censo, el viaje de Nazaret a Belén— y también una manera para recalcar el mensaje de la divinidad encarnada”, indica el historiador.
Urquizú enfatiza en que para finales del siglo XVI tanto el Humanismo como el Renacimiento europeos comienzan a irrigar sus líneas filosóficas en América. La posada, indica, plasma el mensaje del Redentor no desde un pensamiento místico, sino que se aleja de lo contemplativo y llega a los fieles de una manera palpable.
Urquizú agrega que el uso de imágenes —así como otras instrucciones precisas de catequesis, culto e iconografía religiosa, entre otros temas de organización eclesiástica o social— se adscribe a los textos de los tres concilios provinciales mexicanos, convocados en 1555, 1565 y 1584. En ellos se aborda lo relativo a la evangelización indígena.
No eran de la élite social
El establecimiento de las posadas podría decirse que fue inverso al de los nacimientos. “Carlos VII de Nápoles y III de España (1716–1788) llevó de la península itálica a la ibérica la tradición de los belenes napolitanos. Los nobles de la corona española, luego de ver en los palacios reales estas reproducciones, las replicaban en sus hogares”, menciona el historiador Aníbal Chajón.
En Guatemala “los sectores económicos menos favorecidos también se apropian de estas reproducciones, pero se distancian de las escenas bíblicas que respetan la escala e incorporan elementos locales”. El historiador explica que con las posadas no sucedió igual. Señala que el Hermano Pedro trabajó con los desfavorecidos y con ellos comenzó su recorrido de imágenes peregrinas. Por ello, la élite no adoptó inicialmente el mismo interés por las posadas que por los nacimientos. Esto las circunscribió a Mesoamérica, con la consiguiente mezcla de elementos prehispánicos de cada región.
“El tucutucutú de la tortuga, los chinchines y el sonido de los pitos es el sonido que Guatemala aportó a la Navidad”, refiere Haroldo Rodas, también historiador. De la celebración navideña guatemalteca y de su mestizaje, anota, hay textos como los del fraile inglés Tomás Gage, que estuvo en Guatemala entre 1625 y 1636.