En seguida se agradece que en 1976 el licenciado Mario Dary Rivera lograra que la Corporación Municipal de Salamá donara las primeras seis caballerías en usufructo vitalicio a la Universidad de San Carlos y que fundara ese sitio para la conservación del ave nacional: el quetzal. Jaime Medina lo recuerda bien. Era su amigo, y desde el inicio se enamoró de ese recinto protegido. “Desde 1978 soy asiduo visitante con mi amigo, el biólogo Ismael Ponciano y desde hace 10 años, vivo aquí junto con dos guardianes”, pues es el encargado de la tienda, pero accede a acompañarnos por el recorrido mientras nos cuenta numerosas anécdotas.
El biotopo tiene más de mil hectáreas, pero solo hay dos recorridos adecuados para el paso de los visitantes. Uno de dos kilómetros que se tarda en completar alrededor de una hora, y el largo de cuatro kilómetros, de dos horas de trayecto. En ambos el paseo es de muy fácil acceso, pues el suelo está preparado para que los turistas no se resbalen. “Está prohibido salirse del camino oficial”, explica Medina. Solo pueden hacerlo los científicos, que con frecuencia usan el Biotopo como laboratorio para el estudio de los animales; de forma especial, el quetzal. Manuel Barrios y Michelle Bustamante son dos estudiantes de la Universidad de San Carlos que han venido a hacer un recuento de esta ave. Según las estimaciones más recientes, más o menos son 200. Sin embargo, según dice Medina, “en general, ya no hay tantos animales como hace años”.
Cambios
Y es que a pesar de que la zona está protegida, según Medina, cuando se fundó el Biotopo era mucho más probable poder observar animales con solo dar un paseo. Por ejemplo, “llevo más de 10 años sin ver ningún ejemplar de mono saraguate”, señala, con tristeza. De hecho, “en época de verano era común que bajaran hasta la carretera para buscar agua”, añade. También ha visto gavilanes, colibríes, tucanes de color esmeralda, pizotes, micoleones, serpientes o lagartos, entre otras especies.
El que sigue intacto año tras año es el encino conocido como “abuelo de los árboles”, o en q’eqchi’ “xiú gua liche”, con más de tres metros de diámetro.
Visitas
Medina recuerda que han llegado turistas de todos los países imaginables, como Afganistán, y que muchos de ellos se han sorprendido de su aspecto y han querido fotografiarse con él, debido a su larga melena, gris y rizada, que lleva al aire. “Llevo el pelo largo, porque todo lo que es natural sirve para algo”, razona.
Anécdota
“Ha habido veces que me he llevado sustos grandes”, relata Medina, un hombre de 64 años, que debido al ejercicio que hace no tiene ningún problema en recorrer el Biotopo sin necesidad de descansar. Como aquella vez que oyó a los monos aulladores y se creyó que era algún jaguar o puma, por lo que echó a correr en pleno bosque, pero se encontró un palo atravesado y se dio en la frente. “Me hizo recapacitar”, comenta, entre risas.
Leyenda
Por otra parte, los lugareños aseguran haber visto y oído una especie a la que denominan “wiloy”, y que según ellos son espíritus con aspecto de niños pequeños que viven en el Biotopo.
Desde luego, vale la pena pasear por sus caminos rodeados de naturaleza, con los ojos, pulmones y oídos bien abiertos, para que no se escape ningún detalle del misterioso ambiente.