La edición de Prensa Libre del 6 de septiembre de 1980 titulaba Avalancha terrorista contra la manifestación de mañana e ilustraba destrozos causados por una bomba en el Parque Central.
Ese año presidía el Ejecutivo el general Fernando Romeo Lucas García, quien había endurecido la lucha contrainsurgente.
Parte de su estrategia era sumar apoyo popular por medio de manifestaciones contra el comunismo y la subversión.
Precisamente, dos días después del atentado se tenía programada una concentración en el lugar convocada por organizaciones pro gobierno.
La explosión se sintió a varios kilómetros a la redonda. Dejó al menos siete personas muertas y decenas de heridos. Fue imposible recuperar los restos de varias personas.
La escena era dantesca: vehículos destrozados, restos humanos esparcidos, árboles caídos y ventanas de edificios y comercios rotos.
No se sabe si el ataque se ejecutó conforme lo planificado, ya que se dice que la bomba debía estallar cerca del despacho de Lucas. La acción destructiva fue atribuida al Ejército Guerrillero de los Pobres, activo en esa época.
Dos años después de ese atentado hubo otro en el que se dinamitó un puente en Huehuetenango, pero en los años 1989 a 1994 los atentados se enfocaron en la destrucción de puentes, carreteras y torres de telefonía y electricidad.
Daño a patrimonio
El Palacio Nacional de la Cultura, objetivo del atentado en 1980, sufrió daños considerables. Los vitrales, creados por Julio Urruela entre 1940 y 1945 sobre la historia del país, fueron destruidos.
La restauración de los vitrales del balcón tardó varios años. En la actualidad, Mohamed Estrada está a cargo de la conservación del Palacio.
Cultura y Deportes informó en el 2016 que la restauración de los vitrales continúa, ya que todavía es notorio el daño en los que ilustran la literatura guatemalteca.