Todo empezó en un Audi A3 que circulaba lentamente en un tibio mediodía londinense. Cuatro jóvenes viajaban a bordo, de regreso de una escapada fugaz a Birmingham. Desde su asiento trasero, Niyah Smith, de 20 años, miró por el espejo retrovisor y se percató de que un auto de la policía se acercaba.
BBC NEWS MUNDO
“A los 20 estaba en la cárcel, a los 28 era ejecutivo de la industria musical”
Mientras se enfrentaba a una larga condena de cárcel, la vida que Niyah Smith había soñado siempre parecía imposible de alcanzar. Pero la oportunidad de cambiar su suerte apareció antes de lo que había pensado.
El amigo que se sentaba delante de él también lo había visto. “Todos tranquilos”, les dijo a sus compañeros de viaje. Era un 19 de junio de 2012.
Aparte de algunas infracciones leves de tráfico, Miyah nunca había tenido problemas con la ley.
Había crecido en un bloque en Homerton, en el este de Londres, en unos años en los que la zona tenía mala reputación por ser el escenario de la actuación de bandas violentas.
Pero su madre siempre había soñado con un futuro brillante para él. La llenaba de orgullo con las buenas calificaciones que obtenía en la escuela. El chico adoraba la música y era un talentoso pianista. Había llegado a la universidad y trabajaba como entrenador de tenis para pagar sus estudios.
El vehículo policial los rebasó y encendió sus luces, una señal para que se detuvieran. Niyah se dio cuenta de que el resto de autos alrededor se detuvieron también.
Entonces, mientras el Audi se detenía, vio que llegaba más autos, de los que empezaron a bajarse agentes armados.
Blandiendo sus armas, ordenaron a los ocupantes del Audi que pusieran las manos en alto.
Niyah recuerda que quien viajaba delante de él trató de abrir la puerta, como si fuera a escapar. Pero los agentes abrieron la puerta delantera, le dispararon con una pistola eléctrica y lo arrastraron afuera del auto.
Niyah hizo lo que le dijeron. Salió del vehículo con las manos sobre la cabeza y rápidamente lo esposaron. Desde un seto cercano donde le ubicaron, pudo ver cómo los agentes registraban el carro. Pronto, bajo el asiento del pasajero delantero, justo delante del que ocupaba Niyah, encontraron lo que buscaban.
Cuando Niyah llegó por primera vez a la Prisión de Feltham, una institución para jóvenes infractores en el oeste de Londres donde debería pasar su periodo de prisión provisional, aún no había digerido el shock de su arresto. Entre los muros de Feltham, su desconcierto no haría sino crecer. Con sus complicadas reglas y protocolos, y sus largas galerías y relanos, sentía que había entrado en otro mundo.
Antes de que lo guiaran hasta el ala de recepción de nuevos internos, un funcionario le detalló la lista de reglas de la prisión. Todo era nuevo para Hiyah. No había compartido habitación desde que tenía 8 años, cuando lo hacía con su hermano mayor, pero ahora le informaban de que iba a tener un compañero de celda.
Niyah se preguntaba si se llevarían bien, si el otro tipo roncaría. De vez en cuando se eguía buscando su celular en el bolsillo, pero ya no estaba ahí.
Niyah no estaba seguro de si iba a sobrevivir a la experiencia.
Ahora tenía mucho tiempo para pensar en cómo había terminado en Feltham. Pensaba sobre su madre, que, a pesar de que le faltaba una mano, había compaginado dos empleos para sacar adelante a su familia, y en que la cárcel era lo último que ella hubiera querido para él.
Su brillante trayectoria académica y su talento musical no eran lo único a lo que ella le había animado. También se había asegurado de que aprovechara su habilidad jugando al tenis. Hasta que cumplió 13 años, dedicó al juego de la raqueta la mayoría de su tiempo libre, depurando su técnica, manteniéndose en forma y viajando por toda Inglaterra para participar en torneos.
En su mejor momento, llegó a figurar en la lista de los 100 mejores jugadores del país a su edad. Eso le había mantenido lejos de las calles y de los problemas.
Y entonces, un día, mientras jugaba un partido de fútbol, la entrada de un rival le dejó con una pierna rota, un episodio que no solo terminó con sus esperanzas de hacer una carrera en el tenis, sino que hizo imposible que llegara a la escuela, ya que no tenía cómo cruzar la ciudad en muletas a diario.
Nunca dejó de estudiar. Se quedó con sus libros en el apartamento en el bloque y un tutor lo visitaba, pero en los 18 meses que pasaron mientras la fractura se curaba, fue perdiendo poco a poco el contacto con sus compañeros de clase, que, como él, tenían una buena actitud hacia los estudios.
Ahora, pasaría más tiempo con otro grupo de amigos: con los que había crecido en las calles de Homerton.
Aunque Niyah no había tenido ni mucho menos una niñez privilegiada, había sido aún más dura para estos chicos. Algunos habían quedado huérfanos y en centros de tutela, otros sufrían dislexia y nunca habían recibido tratamiento y a muchos nadie los había animado nunca a estudiar. “Por aquel entonces, no era el mejor lugar para vivir”, dice. “Día sí, día no, había alguien a quien disparaban o apuñalaban”.
Niyah afirma que ni él ni sus amigos de Homerton se vieron nunca a sí mismos precisamente como una banda. Pasaban el tiempo en grupo, corrían en bicicleta y participaban en batallas de rap en las calles. Pero podían parecerle una banda a los agentes de una patrulla si pasaban por su lado.
El tiempo pasó y siguieron juntos, tanto por compañía, como por tener protección.
Las famosas guerras entre grupos juveniles de distintos vecindarios hacían que no fuese una buena idea deambular solo por las calles. Si los muchachos de otra zona te detectaban, podías llevarte una buena golpiza, y el código de aquella batalla urbana juvenil determinaba que no podías ir a quejarte a la policía. Uno tenía que cuidarse.
Las peleas pasaron de ser uno contra uno a cinco contra cinco, y la riña podía a veces atraer nuevos participantes. Algunos de los amigos de Niyah fueron arrestados por portar bates de béisbol y cuchillos. También supo de algunos que acabaron cayendo tras cometer delitos más serios.
Pese a todo, Niyah se las arregló para no meterse en líos. Había logrado una plaza en un instituto cercano para estudiar un curso sobre el negocio musical. Criado en un ambiente en el que el reggae y el “rhythm and blues” sonaban por todas partes, soñaba con hacer una carrera en la industria discográfica.
Entonces uno de sus amigos sugirió que viajaran hasta Birmingham y regresaran. “¿Por qué no?”, pensó. Birmingham está a menos de 3 horas de Londres por carretera y no tenía nada mejor que hacer ese día.
Niyah se estaba empezando a acostumbrar a la vida en Feltham. Las reglas empezaban a tener sentido y él se había mantenido lejos de los problemas. Para alivio suyo, su compañero de celda había resultado ser un buen tipo. Para él también era la primera vez bajo reclusión, y ambos crearon lazos para superar la nueva experiencia. Con la intención de sacar lo máximo de su paso por Feltham, Niyah se inscribió en varios cursos: pintura, decoración, carpintería y mecánica de autos.
Había otro curso en el que estaba loco por entrar: el de música. Por increíble que pareciera, en el mismo Feltham había un estudio de última generación y los internos podían aprender a hacerlo funcionar. Pero ya no quedaban plazas disponibles. Cada noche, mientras jugaba al tenis de mesa o veía otro capítulo de la telenovela “Eastenders”, Niyah pensaba en lo genial que sería poder entrar.
Al menos suponía una distracción para su aparición en el tribunal. La fecha estaba cada vez más cerca y las cosas no pintaban bien para Niyah.
Cuando se encontró con él por primera vez, su abogado apareció cargado con un montón de carpetas. Era el caso que se había armado en su contra.
Resultó que uno de los amigos que viajaban en el auto aquel día, el que se sentaba frente a él, había estado bajo vigilancia policial durante dos años. La policía había seguido al Audi en su trayecto a las Tierras Medias inglesas y en su retorno.
Cuando los interceptaron en la carretera, los policías encontraron un par de guantes de látex y una pistola Baikal cargada con siete rondas de munición envuelta en un pañuelo. El cargo fue de posesión de arma de fuego con intención de poner la vida en peligro, castigado con una pena máxima de 14 años en prisión.
Niyah le dijo a su abogado que no sabía nada del arma y este le explicó que una polémica ley sobre acciones criminales colectivas que entonces se aplicaba le perjudicaba en su caso.
Los fiscales afirmaban haber encontrado evidencias que lo vinculaban al arma, pero Niyah decía que eso no tenía ningún sentido. Le contó a su abogado que ni la había tocado ni la había visto.
El abogado de Niyah le sugirió que existía otra posible salida. Había una oportunidad de salir absuelto si culpaba a su amigo. ¿Estaba dispuesto a hacer eso? Su familia lo animó a seguir los consejos de su abogado. Pero Niyah se sentía profundamente inquieto. “Dije que no lo iba a hacer, porque esa era la gente que conocía de toda la vida”.
Mientras el otoño de 2012 fue avanzando y el juicio se acercaba, pensó sobre qué hacer. Si se declaraba no culpable y perdía, según su abogado sería condenado por al menos diez años. Si se declaraba culpable serían entre 7 y 9.
Iba a ser la decisión más dura de su vida.
Y entonces, a solo 6 semanas de que empezara el juicio, Niyah recibió una inesperada buena noticia. Lo habían admitido en el curso de música de Feltham.
La noche antes de que comenzara, Niyah apenas pudo dormir. Por una vez estaba pensando en algo distinto al juicio y en la posibilidad de pasar los próximos diez años de su vida entre rejas, sino en todas los sonidos que podría crear y en las técnicas que podría dominar.
En la primera mañana del curso, Niyah se dio cuenta de que otros presos veían el estudio como un lugar en el que sentarse y charlar, pero él estaba allí para aprender.
El tutor era David Smart, un experto ingeniero de sonido que habia creado su propio estudio en Hackney antes de unirse a los servicios de la prisión. Le había enseñado a centenares de jóvenes internos, pero Niyah no era como los demás.
“Había algo diferente en él”, recuerda Smart. “Estaba simplemente fascinado por todo lo que podía hacerse. ‘¿Por qué usas este efecto? ¿Cómo funciona este otro?’ Su naturaleza curiosa destacaba”.
El curso fue dividido en dos grupos (Ingeniería de Sonido y Escritura de Canciones). Niyah empezó a aprender cómo grabar, mezclar y hacer que una pista de audio sonara bien en la radio.
Experimentó y creó sus primeros sonidos en el estudio, y grabó a otros internos combinando sus voces con sonidos de rap. Había guitarras y una batería que, por primera vez, él podía tocar. Cuando terminaban las clases, podía llevarse consigo en un CD la música que había creado. Sería la prueba de que podía dirigir un estudio profesional.
“Solo quería aprenderlo todo”, cuenta hoy. “No me sentía como si estuviera en la cárcel. Cada día, me despertaba e iba a un estudio de grabación”.
Así, llegó la fecha de presentarse ante el Tribunal de la Corona de Wood Green.
Al sentarse en el banquillo, Niyah sintió que las manos le ardían. Desde que lo arrestaron se había dejado crecer desordenadamente el pelo. Su madre, su primo y su hermana estaban en la sala, pero él intentaba no mirarles.
Finalmente, había decidido declararse culpable. “Tengo que aceptar que yo mismo me había puesto en esa situación”, afirma. Sentía que debía asumir la responsabilidad por subirse a ese auto sabiendo el tipo de vida que llevaban sus acompañantes. El castigo parecía muy severo, pero acabó aceptando que era culpable. “Fue mi decisión no alejarme de ellos. Fue mi decisión mantenerme cerca. Así que tengo que aceptar las consecuencias”.
Recuerda al juez diciéndole lo sorprendido que estaba por tener a Niyah enfrente por delitos tan graves sin haber tenido ninguna condena previa. Luego, llegó la sentencia: 8 años y medio.
Con buen comportamiento podría salir en cuatro años y cuatro meses, pero a Niyah le parecía una eternidad. Pensaba que su novia no le esperaría todo ese tiempo. Pero todavía tenía asuntos pendientes en Feltham.
Niyah estaba en el camino de vuelta a su celda. Le informaron de que en pocos días lo trasladarían a otra prisión. Eso le daría justo el tiempo para terminar el CD que estaba grabando con un grupo de presos que cantaban versos de rap sobre los ritmos que él programaba.
Pero cuando llegó a la prisión, un funcionario le informó de que los planes habían cambiado. Lo transferirían al día siguiente a otra prisión juvenil, Littlehey, en Cambridgeshire.
Niyah le suplicó a Smart que le diera una hora en el estudio para rematarlo todo. “Necesitaba llevarme conmigo lo que había creado”, dice. Estaba dispuesto a llegar donde hiciera falta”. Pero Smart tenía una clase que impartir.
Temprano en la mañana de su último día en Feltham, con su equipaje listo para el traslado, logró completar la mezcla final. Pero no había tiempo suficiente para copiar los archivos al CD. Smart tendría que hacerlo por él mientras Niyah cumplía los trámites para la salida de la prisión. Cansado de los ruegos de Niyah, Smart encontró otro tutor para que se ocupara de su clase. “No haría esto por mucha gente, pero lo haría por Niyah”, cuenta.
Un funcionario condujo a Niyah hasta la recepción. Mientras se completaba el papeleo final, miró a su alrededor en busca de Smart, pero no lo veía. A punto de subir a la camioneta que lo alejaría de Feltham para siempre, no había rastro del tutor.
Pero, de repente, Smart apareció. “Lo tengo. Lo tengo aquí”, decía.
En la camioneta que avanzaba hacia Littlehey, Niyah no podía dejar de sonreír. “Sabía que me estaba alejando, que iba a cumplir la sentencia, pero estaba feliz porque me había marchado con algo bueno“, recuerda.
Cuando llegó, inspeccionó la celda. Ahora estaría solo. En Littlehey no se compartía. Era la víspera de Navidad de 2012. Sabía lo duro que sería pasarla sin su familia.
Al haber sido condenado por un delito tan grave, Niyah fue clasificado entre los presos con alto riesgo de reincidir. Estaba decidido a probar que esa evaluación era errónea. La música que había creado le había dado ímpetu; sabía que podía hacer algo más con su vida que pasársela en prisión.
Se inscribió en cada curso que pudo: inglés, matemáticas, finanzas, plomería, informática. Un día en el gimnasio, retó a uno de los empleados de la prisión a un partido de tenis. Cuando se percató de lo bueno que era Niyah, le ofreció un trabajo como responsable en el gimnasio, uno de los puestos más codiciados entre los presos.
Para enero de 2014, Niyah tenía 21 años y 10 meses de edad. Había llegado el momento de trasladarlo a una cárcel de adultos. Pasó 6 meses en la Highpoint, en Suffolk, y de ahí lo transfirieron a la cercana Warren Hill, donde trabajó como limpiador de uno de los módulos y mantuvo la cabeza gacha. En septiembre ya llevaba dos años encerrado. No se había metido en líos ni peleas. Se convertiría entonces en un preso de categoría D, lo que abría la puerta a condiciones más flexibles.
A su llegada a la Prisión de Hollesley Bay, Niyah cayó en cuenta de cuánto se había acostumbrado a vivir en instituciones penitenciarias.
Había perdido la costumbre de estar en un lugar en el que las puertas no estaban cerradas. Se había habituado a que cerraran la puerta de su celda todos los días a las 7 de la tarde y a oír una llave girar al otro lado. Ahora tenía la libertad de ir y venir, siempre y cuando regresara antes de las 11 de la noche y permaneciera allí hasta las 7 de la mañana del día siguiente.
“Me llevó un tiempo adaptarme a una prisión abierta”, explica.
Otros presos no se habían amoldado bien a su reencontrada libertad. Habían roto las reglas que prohibían introducir teléfonos o pedir comida a domicilio desde el recinto. “Me mantuve al margen de eso”, cuenta Niyah. No quería echar a perder todos los progresos que había hecho.
Pero también sabía que esto era un aperitivo de lo que le esperaba fuera de la cárcel, de lo fácil que era que volviera a verse arrastrado a un ambiente delictivo. Estudió para sacar la licencia de manejar vehículos pesados, con la esperanza de que eso de le daría acceso a un empleo estable.
Fue una decisión que dio sus frutos. A las dos semanas de salir en libertad en 2016, encontró trabajo como conductor en una compañía de “catering”. Eligió el turno de noche, para poder dedicar el día a arrancar en el mundo de la industria musical.
Una de las primeras llamadas que hizo fue a David Smart, su antiguo tutor musical de Feltham.
A Smart le encantó oír la voz de Niyah al otro lado de la línea; no había olvidado al joven interno que había llegado a su estudio, que parecía rebosante de júbilo allí cuando apareció con el CD en su último día. Smart ya no trabajaba en Fetlham y ahora trabajaba en estudios en el exterior, además de como tutor de algunos ex presos. Le ofreció a Niyah participar en sesiones como ingeniero, lo que aceptó con entusiasmo.
Pero Niyah tenía ambiciones que iban más allá de la mesa de mezclas. Se dio cuenta de que podría sacarles más partido a su impulso y visión como manager que como productor. Se sumergió en la escena musical del este de Londres y en sus diferentes géneros: (“grime”, rhythm and nlues, pop, jazz…)
Siempre que el trabajo le dejaba tiempo, asistía a actuaciones en directo, o buceaba en YouTube y Soundcloud en busca de artistas talentosos a los que nadie hubiera aún contratado. Si pensaba que tenían potencial, les ofrecía sus servicios.
Uno de los artistas con los que entró en contacto en esta época era una joven cantante, compositora y rapera llamada Stephanie Victoria Allen, que actuaba con el nombre artístico de Stefflon Don. En realidad, Miyah y ella se conocían hacía mucho tiempo. Stephanie había sido la compañera de uno de los mejores amigos de Niyah, y él y su pareja de entonces le habían echado una mano reservando estudios de grabación, concertando estudios de fotografía, etc.
Cuando parecía que ella se iba a convertir en una gran estrella e iba a firmar un contrato con una gran compañía discográfica, prefirió optar por un equipo más asentado. “Nosotros solo pudimos llevarla hasta ese punto porque éramos nuevos en el negocio”, comenta Niyah.
Pero Steffon no había olvidado lo que Niyah había hecho por ella. Cuando firmó el contrato con Universal Records, parte del trato es que podría añadir su propia compañía subsidiaria bajo la que podría contratar a sus propios artistas: 54 London. Le pidió a Niyah que encontrara nuevos artistas a los que podría pensar en contratar.
Fue una oportunidad que Niyah no estaba dispuesto a dejar pasar. No hacía mucho tiempo que había sido padre por primera vez. Ya no se trataba solo de hacer realidad su sueño, sino de darle el mejor futuro posible a su hija.
Organizó un club nocturno en Ilford, en el este de Londres, con Steff y otros dos artistas en cartel. Se encargó de cada detalle, la promoción e incluso la seguridad. Fue un éxito total. Las entradas se agotaron. Niyah había pasado la prueba y, en noviembre de 2018 ella le ofreció un puesto como artista y como ejecutivo responsable de descubrir y desarrollar nuevos talentos.
Hacerse con un puesto así hubiera sido un sueño para muchos a los 28 años. Para un hombre que había pasado 4 años en la cárcel era un logro aún más notable.
“Nunca recuperaré los cuatro años y nueve meses que estuve fuera; para mí, se trata de no perder más tiempo”, dice Niyah. Sabía que no podía cambiar su pasado, pero esperaba que otros pudieran encontrar inspiración en la forma en que él lo superó. “Para aquellos que estén en la situación en la que yo estaba: siempre hay esperanza”.
Fotos de Phil Coomes si no se indica lo contrario.