En efecto, el saliente gobernante es el primer presidente estadounidense en completar dos periodos completos de su mandato teniendo tropas de su país en combate activo.
BBC NEWS MUNDO
Barack Obama, el premio Nobel de la Paz que se convirtió en el primer presidente de EE. UU. en pasar sus dos periodos completos sin un solo día sin guerra
Muchos han notado la amarga ironía. Barack Obama, quien recibió el premio Nobel de la Paz en el 2009 casi que como regalo de bienvenida a la Casa Blanca, pasó todo su mandato en guerra.
Ni siquiera Franklin Delano Roosevelt, el presidente que encabezó el esfuerzo militar estadounidense de la Segunda Guerra Mundial, pasó tanto tiempo en guerra.
Al fin y al cabo Roosevelt solo enfrentó hostilidades en cuatro de los 12 años que estuvo en el poder.
“Obama será recordado como un presidente de tiempos de guerra, lo que es irónico, porque eso era lo último que él planeaba o deseaba”, le dice a BBC Mundo Eliot Cohen, profesor de historia militar en la Universidad Johns Hopkins.
“Pero él lanzó nuestra tercera guerra en Irak [contra el Estado Islámico], siguió en Afganistán, expandió por un orden de magnitud nuestra campaña de matar a terroristas designados como objetivos, y respaldó el derrocamiento europeo del régimen de Gadaffi (en Libia)”, asegura Cohen.
Ni un día en paz
George W. Bush tuvo al menos los primeros meses de su mandato, antes de los ataques del 11 de septiembre del 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York, para contemplar cómo era gobernar sin guerra.
Y Bill Clinton, el último presidente del partido demócrata en la Casa Blanca antes de Obama, puede alardear que en sus ocho años al frente del gobierno, Estados Unidos vivió en paz.
No fue así para Barack Obama. El 20 de enero del 2009, en su toma de posesión, Estados Unidos tenía tropas de combate en Irak y en Afganistán.
Obama cumplió en buena parte su promesa de reducir drásticamente la presencia militar estadounidense en Irak.
Y también en Afganistán hay muchas menos botas estadounidenses que al comienzo de su mandato.
Pero el 20 de enero del 2017, al entregarle el mando a Donald Trump, Obama no podrá decir que pudo terminar las guerras ahí.
Combate activo
Se estima que alrededor de ocho mil 400 soldados estadounidenses siguen asignados a misiones en Afganistán al final del mandato de Obama.
Por ejemplo, el pasado 3 de noviembre, en la ciudad afgana de Kunduz, dos soldados estadounidenses murieron y dos más quedaron heridos en un combate contra el talibán.
Estados Unidos ha lanzado bombardeos aéreos en la zona contra tropas del talibán que amenazan con tomarse la ciudad.
Coordinando los bombardeos desde tierra, y a veces participando en combates terrestres, hay un número indeterminado de soldados de las fuerzas especiales del ejército estadounidense, según relata el New York Times.
Y el pasado 8 de enero, Obama ordenó el envio de 300 infantes de marina a la provincia de Helmand, una de las mas conflictivas del país.
Es la primera misión de tropas estadounidenses ahí desde el 2014.
En Irak y Siria
Tampoco es Afganistán el único sitio en donde las tropas estadounidenses están en pie de guerra.
La guerra contra Estado Islámico en Irak y Siria ha costado siete bajas estadounidenses en combate en el 2016.
Al final de su mandato, habrá cerca de cuatro mil militares de Estados Unidos en Irak.
Terminar el conflicto en Irak fue, por supuesto, una de las promesas centrales de Obama cuando fue elegido por primera vez en el 2008.
Pero las hostilidades siguen en ese país y todavía involucran a tropas estadounidenses.
El juicio de la historia
Estados Unidos bajo Obama también ha emprendido acciones militares en Libia, Pakistán, Somalia y Yemen.
¿Y entonces? ¿Pasará Obama a la historia como un mandatario guerrero?
Tal vez eso sería injusto en cierta medida con el mandatario saliente.
Obama, al fin y al cabo, recibió el gobierno con 200 mil soldados peleando en Irak y Afganistán.
Termina su mandato con menos del 10% de ese número como presencia militar estadounidense en esos países.
Y si hubiese ordenado la evacuación total de hasta el último soldado de la región, con seguridad habría enfrentado los reclamos de quienes piensan indispensable una presencia militar global para garantizar la seguridad de la superpotencia en el exterior y dentro de sus propias fronteras.
Obama también aguantó enormes críticas cuando, durante su mandato, se abstuvo de ordenar incursiones militares tan grandes como las que pedían algunos de sus opositores en sitios como Siria y Libia.
Al final, Obama desilusionó a muchos de los pacifistas por no terminar con las operaciones militares de su país, al tiempo que enardecía a los belicistas por negarse a desplegar todo el poderío estadounidense en el exterior.
El 10 de diciembre del 2009, al recibir el Nobel de la Paz, Obama dijo en su discurso que “No traigo conmigo hoy la solución definitiva al problema de la guerra”.
Y añadió: “hay que aceptar la dura realidad. No erradicaremos el conflicto violento en nuestras vidas”.
Obama en el 2009 era el tipo de líder que podía convencer a sus entusiasmados y, algunos dirían, ingenuos seguidores de que casi cualquier cosa era posible.
Para su crédito, desde el comienzo intentó temperar las enormes expectativas que se originaron en su llegada al poder.
Lo que no hará menos amarga la decepción para quienes esperaron, infructuosamente, que Obama fuera el presidente de la paz.