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El barco que desapareció sin dejar rastro con un centenar de personas a bordo

El cielo aún estaba oscuro, en las primeras horas de la mañana de aquel domingo, cuando llamó.

El bote desapareció sin dejar rastro. (Foto Prensa Libre: BBC)

El bote desapareció sin dejar rastro. (Foto Prensa Libre: BBC)

El viento golpeaba la ventana de la cocina, salpicada por la lluvia y las olas del mar. La mesa era un completo desastre, llena de teléfonos, laptops, cables y tazas.

Carlos y Jacinta habían pasado la noche respondiendo llamadas telefónicas. El aparato dejó de sonar por un rato, pero luego volvió a repicar.

En el otro lado de la línea, un hombre hablaba en un inglés deficiente.

“Todavía puedo recordar su voz con bastante claridad”, dice Jacinta “Estaba tranquilo, pero de una manera extraña”.

Carlos respondió el teléfono: “¿Hola?”.

El hombre al otro lado de la línea contestó: “¿Hola, cómo estás?”.

“Bien, bien. ¿Cómo estás tú? ¿Nos llamas desde un bote?”, preguntó Carlos, a lo que el hombre del bote respondió: “Estamos en peligro“.

Carlos: “Ok”.

“Estamos en medio del mar. En el mar Mediterráneo. Necesitamos que nos rescaten, por favor“, prosiguió el hombre del bote.

Ilustración de Carlos y Jacinta.
(Foto Prensa Libre: BBC)
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Carlos y Jacinta pasaron toda esa noche pegados al teléfono.

El campo

La llamada se cayó, pero el hombre volvió a llamar casi de inmediato. Él, Carlos y Jacinta hablaron intermitentemente durante horas.

Jacinta quería descubrir quiénes iban a bordo de aquel bote.

“Estaba realmente preocupada por ellos y no quería que fueran personas anónimas”, dice. “Quería saber un poco más sobre ellos”.

Pero nunca llegó a conocer el nombre de aquel individuo.

Justo tres noches antes, el pasado 6 de febrero, Maher gritaba por teléfono desde la ciudad de Garabulli, en la costa mediterránea de Libia.

“Dame a mi hijo”, decía. “Dame a Muzammil”.

Maher buscaba a su sobrino, a quien había llegado a considerar como su hijo durante los dos años que habían pasado juntos en el país norafricano.

Le había preocupado que esto pasara, que el joven de 18 años “probara el mar”.

Ilustración del bote.
(Foto Prensa Libre: BBC)
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“Muzammil, no te vayas”, le rogó su tío.

Le gritaba a un hombre que estaba en un bosque -un lugar que llamaban “el campo”- en las afueras de la ciudad.

Es allá donde los grupos criminales, que organizan el transporte hacia Europa a través del Mediterráneo, llevan a los migrantes mientras esperan las condiciones adecuadas para enviarlos al otro lado del mar.

“No te vayas”

Maher dice que quería que su sobrino se fuera, pero no en aquel momento. Conocía al traficante y no confiaba en él. Sus botes eran poco sólidos, tenían motores pequeños y no lograrían recorrer 500 km para llegar a Italia.

Lo sabía porque había estado en uno de ellos y tuvo que ser rescatado y llevado de regreso a Libia.

Logró convencer al hombre del campo para que llamara a Muzammil y cuando este se pudo al teléfono, le rogó.

“Le dije: ‘Muzammil, no te vayas’“.

Pero llegar a Europa se había convertido en una obsesión para el joven.

“Le costaba dormir”, cuenta Maher. “Porque todos nuestros amigos se habían ido y él no había podido. Era en todo lo que pensaba”.

Ya había intentado el viaje dos veces, pero el bote había sido bloqueado por la Guardia Costera de Libia en ambas oportunidades.

Ilustración de un teléfono.
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La comunicación era difícil.

Frontex, la agencia fronteriza de la Unión Europea (UE), realiza operaciones aéreas en el Mediterráneo y alerta a la Guardia Costera libia cuando detecta botes de migrantes.

Muzammil había visto un avión cerca de la embarcación y dos horas después fueron interceptados.

Lo llevaron de regreso a Libia, a un centro de detención en Tajoura, al este de Trípoli, la capital del país, que entre la comunidad de migrantes tiene la reputación de ser un lugar peligroso; se han reportado denuncias de abandono, violencia sexual y abusos.

Muzammil estuvo retenido allí durante dos meses.

Y la segunda vez logró escapar tan pronto como llegaron al puerto. Pero se preparó para intentarlo de nuevo.

El sueño: un hospital

Muzammil quería ser médico. Su tío cuenta que hablaba de eso todo el tiempo.

El joven era originario de Sudán. Él y su familia vivían en Zamzam, un campo de refugiados para desplazados de la guerra de Darfur.

Ilustración de Muzammil.
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Muzammil, quien era empacador de compras en un supermercado, soñaba con ser médico.

Aunque era bueno en la escuela, la abandonó a los 15 años porque quería irse al extranjero para continuar aprendiendo.

Para él no había nada en Zamzam, decía.

Había visto a su hermano mayor, a su tía y a su tío graduarse y luego quedarse sentados sin hacer nada porque simplemente no podían encontrar trabajo.

Después de desempeñarse como médico, quería volver a Sudán para construir un hospital y luego buscar a una mujer para casarse, le contaba a su tío.

Pensó que si podía llegar a Reino Unido antes de los 18 años, tendría la oportunidad de ir a la escuela.

Pero a medida que crecía, sentía que esa oportunidad se le escapaba.

“Él siempre estaba soñando”, dice Maher. “Era solo un niño. No sabía nada”.

Al igual que muchos jóvenes sudaneses que quieren viajar, pensó que llegar a Europa sería fácil.

Ilustración de perfiles de migrantes.
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Miles de jóvenes como Muzammil emprenden el peligroso viaje una y otra vez hasta que lo logran o mueren en el intento.

Pero no solo el cruce es peligroso, Libia resulta una experiencia mucho más brutal de lo que pudieran imaginar.

“Como una adicción”

Ali Ibrahim, un sudanés que pasó tres años en Libia tratando de cruzar el Mediterráneo, lo describe como un lugar donde reina la anarquía total.

El país se encuentra en medio de una guerra civil y está dirigido por grupos de milicianos que tratan a los inmigrantes como presas.

Los jóvenes como Ali viven con el miedo constante de ser atacados o robados.

“Hay armas en todas partes”, explica. “Te pueden robar los zapatos. Si usas Nike, Adidas u otras (marcas) buenas de estas, se los van a llevar”.

Ali trabajó en un mercado, empujando una carretilla para los clientes. Pero dice que aunque las mujeres siempre le pagaban, frecuentemente los hombres no lo hacían.

Ilustración del bote.
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Jacinta y Carlos comprobaron que había 91 personas a bordo de la embarcación.

De Muzammil también abusaron, relata su tío. Una vez, tres hombres armados lo obligaron a subirse a un auto, lo llevaron a un edificio y le dijeron que lo limpiara, pero que nunca le pagaron.

Sin embargo, a veces, logran lo que querían. Ali ahora vive en Francia, luego de haber cruzado con éxito a Malta en su segundo intento.

“El mar es como una droga”, dice. “Es como una adicción”.

El bote siguió llamando

Carlos: “¿Hola?”.

El hombre del bote: “Sí”.

Carlos: “Estamos intentando… Estamos intentando contactar a la Guardia Costera”.

El hombre del bote: “Sí, ya, porque nuestro bote está lleno de agua.

Carlos: “¿Está lleno de agua?”.

Mar.
(Foto Prensa Libre: BBC)
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El bote estaba en la zona de búsqueda y rescate de Libia.

El hombre del bote: “Sí… sí”.

Carlos: “Estamos haciendo todo lo posible. ¿Tienen chalecos salvavidas?“.

79 hombres, cinco mujeres y siete niños

Carlos y Jacinta hacen voluntariado para Alarm Phone, una línea de ayuda de emergencia para migrantes con problemas en el mar.

“El proceso es simple”, explica Carlos. “Recibimos la llamada, preguntamos su posición y después contactamos a los guardacostas. Ese es nuestro papel. No hacemos nada más”.

En aquella ocasión habían comprobado que había 91 personas a bordo: 79 hombres, cinco mujeres y siete niños.

Por lo general, cuando escuchan de un bote que no está en peligro inmediato, pueden pasar horas e incluso días antes de que envíen ayuda.

Pero aquella vez todo avanzó rápido.

Sin respuesta

“Nuestro bote quedó destruido, estamos en emergencia”, dijo el hombre del bote. “Por favor, necesitamos rescate pronto“.

Por las coordenadas que dio, pudieron ver que la embarcación estaba en aguas internacionales, en la zona de búsqueda y rescate de Libia.

Ante ello, trataron de contactar a las autoridades libias, primero por correo electrónico, luego por teléfono.

El centro de rescate de Libia tiene un número oficial, pero por experiencia sabían que nadie respondería, así que probaron otros seis números que tenían.

Ilustración del bote.
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El centro de rescate de Libia tiene un número oficial, pero Carlos y Jacinta sabían que nadie respondería.

Luego llamaron al jefe de la Guardia Costera libia, el coronel Masoud Abdul Samad.

El teléfono repicaba y repicaba, hasta que saltó el buzón de voz.

“Habíamos copiado a los malteses e italianos en los emails que enviamos”, dice Jacinta. “Pero en realidad no recibimos respuesta de nadie“.

Hasta 2014, los guardacostas de Italia y Malta, apoyados por la UE, llevaban a cabo amplias operaciones de rescate en el Mediterráneo. La zona de búsqueda y rescate de Libia era pequeña y su Guardia Costera ineficaz.

Pero como reacción política a la llegada de cientos de miles de migrantes por mar, la UE invirtió US$100 millones en Libia para reforzar su capacidad de patrullaje en sus aguas, y en 2018 la zona de búsqueda y rescate de ese país fue ampliada.

Jacinta y Carlos comenzaban a desesperarse. Llamaron al Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo en Roma, con la esperanza de que Italia pudiera presionar a Libia.

Cuando respondieron, dijeron que habían recibido el correo electrónico pero que no podían revelar si el rescate estaba en camino.

El hombre del bote siguió llamando.

Le preguntaron si podía ver luces a su alrededor en la oscuridad.

Ilustración de un teléfono.
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Desde el momento en que la línea se cayó, el bote desapareció.

El hombre del bote: “Estamos solos aquí”.

Jacinta: “Ok. ¿Y puedes decirme tu posición de nuevo?”.

Hombre a bordo: Necesitamos rescate, necesitamos rescate”.

La última llamada

Jacinta y Carlos volvieron a hablar con el hombre del bote. Pero esta vez fue diferente.

El hombre estaba gritando y dijo que había gente en el agua. Algunos de ellos ya estaban muertos. En el fondo, se podían escuchar los gritos de otras personas.

Y luego se cayó la llamada.

Intentaron llamar de nuevo, pero la línea estaba muerta.

A las ocho de la mañana, hora de Libia, el coronel Abdul Samad contestó el teléfono. La información que tenemos de esta conversación proviene solamente de los registros de Alarm Phone.

Según la asociación, el coronel dijo que tenía que hablar con sus superiores para discutir si los guardacostas libios podían enviar un rescate.

Ilustración de un migrante.
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A Carlos y Jacinda les costó conseguir ayuda.

Según el recuento de Alarm Phone, dijeron que necesitaban verificar si había espacio en los centros de detención de Libia y pidieron que volvieran a llamar en dos horas.

Alarm Phone asegura que no pudieron comunicarse con ellos hasta seis horas después.

Cuando lograron hablar con ellos, les dijeron que habían enviado dos botes de rescate pero que no habían encontrado nada en el área.

La BBC intentó confirmar esta versión con el coronel Abdul Samad, pero este no respondió a los intentos de comunicación.

Tres botes rescatados esa noche

Desde el momento en que la línea se cayó, el bote desapareció.

No hay manera de asegurarse de que Muzammil se encontraba en la misma embarcación que entró en contacto con Carlos y Jacinta, pero su perfil y el tiempo que duró la la llamada de alarma coinciden con los datos de Maher acerca de con quién se fue su sobrino y cuándo.

Hubo otros tres botes rescatados esa noche: uno por las autoridades maltesas, otro por la embarcación de la ONG Aita Mari y el último por la Guardia Costera libia.

Ilustración de Muzammil.
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Muzammil trabajaba en un supermercado en Libia.

Pero la descripción de los que estaban en el bote y su ubicación GPS no coinciden con los detalles recopilados por Carlos y Jacinta. Y no parece que Muzammil estuviera entre ellos.

Según la agencia fronteriza Frontex, Italia coordinó los rescates esa noche.

Cuando la BBC contactó al Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo de Italia en Roma para obtener aclaraciones, este simplemente respondió que había “intercambiado información con otros centros de rescate, como lo exige la legislación internacional vigente”.

La Oficina Internacional de Migración (OIM) dice que el número de salidas de Libia está aumentando como resultado del deterioro de la las condiciones locales de seguridad, incrementaron hasta más de cuatro veces en el primer trimestre del año pasado.

Pero al mismo tiempo, el cierre de puertos en Italia y Malta como resultado de la pandemia de coronavirus ha dificultado que los botes de rescate de las ONG salgan al mar.

La OIM ha registrado 258 personas muertas o desaparecidas en el Mediterráneo desde principios de este año.

Esto es en realidad una disminución en las cifras registradas durante el mismo período del año pasado, pero Marta Sánchez Dionis, del Proyecto de Migrantes Desaparecidos de la OIM, teme que los registros de este año no reflejen las cifras reales.

“Entre la vida y la muerte”

Ilustración del mar.
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“Cuando te vas al mar, estás entre la vida y la muerte”.

“Se ha vuelto cada vez más difícil saber qué está pasando en el mar”, asegura Sánchez Dionis. “Esto aumenta el riesgo de que los botes se pierdan sin dejar rastro”.

Al mismo tiempo, la Oficina de Derechos Humanos de la ONU está pidiendo una moratoria en todos los retornos a Libia, argumentando que esto está poniendo en peligro a los migrantes.

Maher piensa que su sobrino estaba en ese bote, pero se niega a creer que esté muerto. Y le da vergüenza contarle a su hermana lo que pasó.

La tradición en Sudán dicta que alguien que está perdido no puede ser declarado fallecido sino hasta después de al menos un año.

“Si hallamos el cadáver de la persona perdida, podemos decir que ha muerto, pero no hemos encontrado nada“.

Él todavía planea cruzar a Europa porque Libia se está volviendo cada vez más peligrosa.

Pero le preocupa saber que ahora hay menos botes de rescate en el Mediterráneo.

“Cuando te vas al mar”, dice, “estás entre la vida y la muerte”.

*Ilustraciones: Charlie Newland. Productor online: James Percy. Edición: Sarah Buckley.

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