Patrocinado por dos fabricantes de whisky escocés, se encontraron con tanques soviéticos, una escasez de cerveza rumana y un peligroso paso de montaña yugoslavo.
BBC NEWS MUNDO
El épico viaje de un grupo de estudiantes en un autobús viejo más allá de la Cortina de Hierro
En el verano de 1968, un grupo de amigos adaptó un autobús de dos pisos y se fueron de viaje en él por Europa del Este.
El autobús era un antiguo AEC Regent MkII de Reading Transport Corporation, un modelo que ahora tiene su propia página de Wikipedia y un público fiel.
Luego de servir por mucho tiempo al público, el autobús estaba estacionado con una variedad de reliquias desechadas afuera de un garaje en Spittalfield, una pequeña ciudad al norte de Perth, en Escocia.
- 5 plataformas para irse de viaje sin conocer el destino hasta el último momento
- 4 pasos para volver a viajar minimizando los riesgos de contagio del coronavirus, según la Organización Mundial del Turismo
Ian Jack y su amigo Dave Stickland tenían vagos planes para algún tipo de viaje de verano.
Pasando por delante del garaje un día de mayo de 1968, los estudiantes vieron los autobuses y, por capricho, se detuvieron para preguntar el precio de los un piso.
Costaban unos US$520, increíblemente caros.
Pero, justo cuando se iban, el dueño del garaje los llamó y les ofreció uno de dos pisos, con menos demanda, por la mitad del precio.
Comprar un vehículo tan grande era “una idea ridícula”, por lo que declinaron y se fueron, dice Ian.
“Pero luego regresamos a la universidad y se corrió la voz y, de repente, la gente quiso darme algo de dinero para comprarlo”.
El viaje
El viaje estaba en marcha. La joya de la ingeniería británica construida en Southall estaba a punto de encontrarse con la Europa continental.
Quitaron los asientos para dar espacio a los colchones donados por su universidad, St Andrews.
Compraron trozos de alfombra, y Wendy Scott, una de las doce compañeras de viaje, hizo cortinas para la cubierta superior, tanto para las ventanas como para colgarlas en los dormitorios, para dar a las cinco estudiantes a bordo algo de privacidad.
Los arreglos para dormir eran algo en lo que la prensa local estaba particularmente interesada.
Instalaron una pequeña cocina y armaron una ducha improvisada con agua calentada por el sistema de enfriamiento del motor del autobús.
No había retrete, solo una pila de papel higiénico y la aceptación de que cualquier llamada de la naturaleza tendría que ser respondida al aire libre.
“Intentamos que fuera cómodo“, dice Wendy, que ahora vive en Newcastle.
“Tratamos de hacerlo habitable, porque sabíamos que íbamos a tener que dormir allí. Ya sabes, no hoteles ni nada. Tendríamos que dormir en este autobús durante 10 semanas”, agrega.
A veces dormían afuera si el clima lo permitía.
“Te despertabas por la mañana en la parte superior del bus, mirabas hacia abajo y allí estaba Ian, tocando la flauta, la gaita Absolutamente maravilloso. ¿Qué más quieres en esta vida?”, dice Wendy.
El camino
No es fácil precisar exactamente cuántos eran en total. Wendy recuerda 13, Ian piensa que 15.
Pero poco importa, ya que tenían la costumbre de recoger gente en el camino, por lo que su número fluctuaba constantemente.
Un soldado estadounidense, de vacaciones en Múnich, estaba tan atraído por el autobús que subió con su bicicleta y se quedó.
Un par de austriacos se unieron a ellos en Viena y no se fueron durante un mes. Uno, Klem, resultó ser chef y hábil en la “cocina” en la parte trasera del autobús, con su pequeña cocina de gas.
“Tuvimos mejillones y pollos… Ah, tuvimos comidas maravillosas”, dice Wendy, con melancólica.
Recogieron los mejillones directamente del mar. Las gallinas, compradas vivas en un mercado, se volvieron locas en el autobús.
Dos días antes de llegar a Roma, Klem compró unos caracoles como regalo para su madre y los guardó en un gran cubo. A la mañana siguiente estaban por todas partes.
En Cluj, en el norte de Rumania, un viajero británico les dio las claves de cómo comprar cerveza durante lo que entonces era una escasez nacional.
Cuando el mismo problema se presentó en Bucarest, habían aprendido la lección.
“En ese momento sabíamos que la única forma de comprar cerveza era esperar en las puertas de la cervecería hasta que saliera un camión, luego seguirlo hasta su destino y pagar”, dice Ian.
El grupo había persuadido a la empresa de whisky escocés Teachers para que les pagara unos US$100 a cambio de un anuncio en el lateral del autobús y la promesa de repartir folletos promocionales escritos en inglés, francés y alemán.
“Recuerdo que iba por la autopista, cuando estábamos atrapados el tráfico, repartiendo folletos”, dice Wendy.
“La gente pensaba que estábamos locos“.
En Turquía y más allá
Conducir en Estambul era una “pesadilla” de calles estrechas llenas de gente, carretillas, carros tirados por burros y balcones colgantes.
Una calle se hizo más y más estrecha hasta que no pudieron ir más lejos.
“Los balcones daban contra el piso superior del autobús”, recuerda Ian. “Tuvimos que dar marcha atrás, cuesta arriba, provocando enormes perturbaciones en el tráfico”.
Para entonces, el autobús ya estaba bastante estropeado.
Se había quedado atascado debajo de un puente en la carretera a Núremberg y en otra ocasión se le habían desinflado los neumáticos.
Luego, un día de agosto a la mitad del viaje, estuvieron a punto de caerse de la ladera de una montaña.
El camino era demasiado estrecho y la roca que sobresalía de un lado los obligó a alejarse tanto que las ruedas del autobús rozaron el borde del acantilado.
“Los lugareños se pararon frente al autobús tratando de persuadirnos de que no siguiéramos“, recuerda Margaret Hills, amiga de Ian, otra exmiembro del grupo.
“La pista estaba sin asfaltar, escombros de piedra caliza, estrecha, con voladizos en un lado y un precipicio en el otro. Fue tan aterrador”, dice.
Esto no sorprenderá a nadie familiarizado con el Paso de Cakor, una peligrosa carretera de montaña a través de Kosovo, entonces parte de Yugoslavia.
Pero Ian tenía en una falsa sensación de seguridad por el nombre de la carretera, E27, que sonaba como una carretera principal.
La ruta, no obstante, pronto se deterioró hasta convertirse en una pista de grava con curvas cerradas alrededor de un desfiladero empinado.
“Algunas oraciones fueron pronunciadas incluso por los miembros ateos del grupo”, dice Ian. “Si hubiera sabido algo de esto de antemano, no hay forma de que me hubiera atrevido a intentar la E27”.
Otras peripecias
Después de viajar durante el día, estacionaban en cualquier lugar para pasar la noche: playas, apartaderos y, en una ocasión, un bosque en las afueras de Múnich que resultó ser un campo de tiro del ejército.
Un puente cerca del Danubio en Viena parecía agradable hasta que los drogadictos locales comenzaron a congregarse.
Visitaron tantos lugares que Wendy, ahora una viajera experimentada, no puede recordarlos todos.
Reflexionando sobre la clara evidencia de que fueron a un concierto en la famosa catedral de San Esteban de Viena, dice que “no tiene ningún recuerdo”.
Su diario dice que fueron, “así que definitivamente he estado allí”.
Ian, el cerebro del viaje, había recorrido parte de la ruta el año anterior en una motocicleta y un sidecar con Dave.
Conocía los mejores lugares para ir, dice Margaret, que ahora vive en Sandhurst. en Berkshire.
“Recuerdo que me llevaron por una ciudad con un calor sofocante similar y me dejaron en una piscina, que era la más fría que había experimentado. ¿Cómo diablos supo que estaba allí? Entonces no había wi-fi ni Google”.
Ian dice que tenían “algunos mapas razonables”.
Sin embargo, también tenían que tener cuidado con su dinero. A finales de los años 60, los controles destinados a mantener estable la economía significaban que la suma máxima de dinero que los viajeros británicos podían sacar del país era de 50 libras esterlinas.
Los pantalones vaqueros y bolígrafos occidentales resultaron ser una buena alternativa al dinero en efectivo y los amigos descubrieron un hospital en Kavala, en Grecia, que pagaba por donaciones de sangre.
También deseosos de no gastar más de lo necesario, idearon un plan para evitar un impuesto a los pasajeros que viajaban a Yugoslavia.
Después del puesto fronterizo griego, se bajaron del autobús y caminaron, fingiendo estar solo de paso, y se volvieron a subir una vez pasado el punto de control yugoslavo, no sin antes tener que hacer una larga caminata que los dejó de mal humor.
Las fronteras
Los cruces fronterizos no siempre fueron fáciles: el grupo generalmente fue interrogado y con frecuencia registrado.
En Bulgaria, los funcionarios de aduana sospecharon que transportaban artículos de contrabando.
“Me obligaron a pasar por un foso de inspección que me dio una oportunidad útil, y la única, de revisar la parte inferior del autobús mientras los guardias fronterizos buscaban drogas o lo que sea”, recuerda Ian.
Cruzar el Telón de Acero hacia Hungría fue difícil y lento, pero por diferentes razones que solo se hicieron evidentes más tarde, dice.
Al ver un gran número de transportadores de tanques rusos, estaban “muy conscientes” de que algo se estaba gestando, dice Wendy. Pero no sabían qué y no se quedaron mucho tiempo.
Unas semanas más tarde, en la noche del 20 al 21 de agosto, Hungría se unió a otros cuatro países del Pacto de Varsovia -Polonia, Bulgaria, Alemania Oriental y la Unión Soviética – en la invasión de Checoslovaquia.
Los amigos acababan de evitar la Operación Danubio, la represión militar soviética a la Primavera de Praga, un intento de cuatro meses de los checos por recuperar parte del control de su país de manos de Moscú.
El regreso
Pero cuando los tanques se preparaban para cruzar la frontera, Ian y el grupo ya estaban de camino a casa, cruzando el Canal en el ferry de Dunkerque a Dover.
Wendy regresó pronto a Dundee con seis peniques en el bolsillo y las primeras 7.500 millas de lo que se convertiría en toda una vida de viajes.
La relación de Ian con el autobús duró un poco más. A principios de septiembre de 1968, lo condujo por última vez, de regreso a Aalst en Bélgica, donde estaba un hombre que había querido comprarlo cuando pasaron por la ciudad por primera vez dos meses antes.
Terminó como la carroza ganadora en el Carnaval de Aalst del año siguiente.
Y si los fanáticos del músico Cliff Richard encuentran que toda esta historia recuerda a su película de 1963 Summer Holiday, con el autobús, el grupo de amigos, el canto, el baile y la ocasional y peligrosa pista de montaña yugoslava, Ian dice que ni siquiera los inspiró.
La película pasó inadvertida para ellos por completo y todavía no la ha visto.