En una noche sin luna la embarcación se hundió en las aguas del Mediterráneo. Pero los ahogados no han sido olvidados. En los últimos cinco años, un equipo dirigido por una médico forense se ha puesto como misión dar nombre a las víctimas.
BBC NEWS MUNDO
La “obsesión” de una médica italiana por recuperar los nombres de 1.000 migrantes muertos durante un naufragio en el mar Mediterráneo
El 18 de abril de 2015 más de 1.000 refugiados y migrantes abandonaron Libia rumbo Europa en un barco pesquero demasiado lleno.
La doctora Cristina Cattaneo trabaja arduamente para identificar los nombres de miles de muertos en un naufragio en el Mediterráneo.
“Si hay un cuerpo que necesita identificación, lo identificas. Es el primer mandamiento de la medicina forense”, dice la doctora Cristina Cattaneo, profesora de patología forense y antropología de la Universidad de Milán en Italia.
La obsesión de Cattaneo es nombrar a los muertos. Dice que si se hace así tras un accidente de avión, ¿por qué no para los inmigrantes?
“Hay muchas tumbas en cementerios europeos con la palabra “desconocido” y la fecha de muerte en lugar del nombre. Eso es todo. Pienso que es trágico. Es el último insulto que alguien puede recibir“, apunta.
Cattaneo y su equipo han abierto expedientes a más de 350 personas desaparecidas cuyas familias creen que murieron en aquel naufragio.
“Esto significa que 350 familias han acudido a alguna autoridad para buscar sus muertos en este incidente. Han pasado cinco años y esta gente sigue buscando a sus seres queridos“, dice.
Aquellos que embarcaron desde Libia venían de una docena de países africanos, incluyendo Senegal, Mauritania, Nigeria, Costa de Marfil, Sierra Leona, Malí, Gambia, Somalia y Eritrea. También había bangladesíes.
El hombre que dirigía la embarcación, un tunecino, fue luego juzgado junto a un sirio por homicidio y tráfico humano ante una corte italiana.
Sin espacio para todos
El fatídico viaje comenzó al amanecer en la playa de Garabulli al este de Trípoli. Un barco pesquero pintado de azul celeste se balanceaba sobre las olas.
En la proa había una inscripción en árabe: “Bendecido por Alá”.
Ibrahima Senghor había estado esperando en la embarcación desde las tres de la madrugada. Había viajado desde Senegal hasta esta playa en Libia con otros hombres jóvenes de su aldea. Luego, en la multitud de esperanzados pasajeros, se había separado de ellos.
“Estábamos en 10 grupos de 100 personas”, recuerda Senghor.
“Siete de los grupos embarcaron. Yo estaba en el octavo. Llegaron más personas en un camión refrigerado. También se subieron. Vimos que iba demasiado cargado. Entonces los traficantes anunciaron que el barco estaba lleno”. Dije que ‘era imposible’ e insistí en que tenía que irme”.
Pero los traficantes no dejaron que Ibrahima Senghor subiera abordo. Había pagado el equivalente a US$1.000 en la moneda local, pero los traficantes priorizaron a aquellos que pagaron en dólares.
Los amigos de Ibrahima habían abordado antes y seguramente descendieron a la bodega. Él se quedó en la costa junto a otros 300 mientras el bote partía.
“El barco se alejó. Pero luego dio la vuelta. El capitán gritó que estaban sobrecargados. El traficante simplemente le ordenó que se fuera; dijo que si el capitán no iba, lo mataría en el acto. Sacó el arma y disparó al aire. Hasta las 10 de la mañana todavía podíamos ver el barco en la distancia”.
Abdirisaq, uno de los 24 somalíes a bordo, viajaba en la cubierta mientras el barco se dirigía a aguas internacionales. Desesperado por salir de Libia, él y sus amigos se habían abierto camino en el último momento.
“Me sentí muy aliviado porque estaba dejando atrás la guerra civil libia“, recuerda.
En 2015, después de la caída de Muamar Gadafi, el poder en Libia estaba peligrosamente fracturado. Los migrantes eran vulnerables al secuestro: a menudo eran retenidos como rehenes en horribles condiciones y obligados a pagar grandes sumas de dinero antes de ser liberados.
Destino fatídico
Abdirisaq no pensaba en las condiciones de navegación, pero sabía que se estaba arriesgando.
“No me preocupaba la seguridad. Pensé que tendríamos una probabilidad del 50/50: o llegábamos a Europa o el barco se hundía“, relata.
Abdirisaq se quedó dormido cuando se adentraban en mar abierto. Por la noche, tras 100 kilómetros y aún más cerca de Libia que de Italia o Malta, el barco comenzó a hacer aguas. El capitán pidió socorro.
Una embarcación mercante fue la primera en llegar a la escena, alrededor de las 11 pm. Era una noche oscura, y el King Jacob, un enorme barco de carga, encendió sus luces.
La silueta del pequeño bote pesquero estaba completamente oscurecida por los cientos de personas apiñadas en la cubierta. El capitán del King Jacob apagó los motores y comenzó el rescate. El barco pesquero sobrecargado intentó detenerse al costado.
El barco de los migrantes se desequilibró por los pasajeros en cubierta que entraron en pánico y se movieron hacia el costado más cercano al King Jacob. Y luego, inexplicablemente, el capitán aceleró.
“Nuestro barco se estrelló contra el gran barco de frente”, dice Abdirisaq. “Lo golpeamos más de una vez. Raspamos su costado. Después de eso, no pudimos mantenernos a flote y volcamos”.
Abdirisaq, un excelente nadador, acabó bajo el bote y bajo el agua.
“Cuando caímos al agua, la gente se agarraba de mí. Mi ropa se rasgó mientras trataba de liberarme y nadar hacia la superficie”, recuerda.
Cuando emergió, había alboroto.
“Podía escuchar muchos gritos y lamentos. La gente seguía agarrándome, así que nadé alejándome del grupo. Estaba muy cansado y tenía mucha agua dentro de mí. Traté de nadar hacia el barco grande. Estaba a punto de rendirme cuando me lanzaron un salvavidas”.
Extremadamente cansado, Abdirisaq se las arregló para subir por las escaleras laterales del King Jacob. Fue uno entre solo 28 sobrevivientes.
La búsqueda entre los cuerpos
En las primeras horas del domingo, Giuseppe Pomilla, un médico voluntario, llegó en la oscuridad desde Sicilia en un barco guardacostas italiano.
“Había un silencio enorme, nada se movía”, recuerda el doctor.
No fue hasta que Pomilla subió a un pequeño bote, acercándolo a la superficie del agua, que se encontró con el mar de cuerpos a medio sumergir.
“Había tantos, se movían arriba y abajo con el balanceo de las olas”.
Pomilla y sus colegas agarraban los cuerpos flotantes para revisar si alguno seguía vivo. Nadie lo estaba. Entonces escucharon un grito. Con la ayuda de una lámpara, fueron capaces de localizar al hombre que había gritado y lo trajeron a bordo.
“Estaba simplemente eufórico. No podía dejar de hablar. Me preguntó si era italiano y dijo que desde hoy amaría Italia para siempre”, relata.
Pomilla ayudó a rescatar otro migrante aquella noche.
“Pensábamos que estaba muerto. Sus ojos estaban abiertos y no se movía. Entonces agarró mi mano. Esas dos personas que rescatamos…Siempre imagino si habría alguien más con vida. Alguien que no pudiera gritar, o moverse, y que nunca dimos con ellos”, señala.
Labor difícil
En aquel momento, se reportó que había 800 personas en el barco pesquero naufragado. Se organizó una reunión de emergencia con gobiernos europeos. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, anunció que recuperarían los cuerpos y el bote para darles funeral.
Más tarde, la doctora Cristina Cattaneo recibió una llamada de la oficina de la Comisión Italiana para Personas Desaparecidas.
“Se recogieron 249 cadáveres alrededor del barco. Y trabajamos en ellos hasta un año después, cuando nuestro primer ministro decidió rescatar el barco”, dice.
Era la primera vez que se recuperaba un barco de migrantes desde las profundidades del Mediterráneo.
Los robots vagaban por el lecho marino y el barco se encontraba a una profundidad de 370 metros. Los buzos de la marina italiana colocaron una gran corona de flores en el barco antes de levantarlo.
El 27 de junio de 2016, el barco salió a la superficie del mar Mediterráneo.
Esta hazaña de ingeniería costó el equivalente en euros a US$11 millones. El barco fue llevado a la base militar de Melilli en la isla de Sicilia, donde esperaba un ejército de bomberos voluntarios y patólogos forenses, entre ellos Cristina Cattaneo.
“Recuerdo caminar por la costa con los perros callejeros y ver con el rabillo del ojo este enorme aparato, que era el barco que tiraba del barco migrante”, dice.
“Nuestro barco parecía tan pequeño. Debido a la recuperación, tenía dos agujeros enormes en los costados que la Marina había cubierto con sábanas negras para que nada se cayera. Fue un momento muy fuerte “.
Durante 12 días, 348 bomberos de todo Italia se encargaron de remover todos los restos humanos de la embarcación azul celeste.
“Imagina un suelo cubierto de cuerpos”, recuerda Cattaneo.
Los rostros de los cuerpos ya no eran discernibles tras más de un año bajo el agua.
“Parecían momias vestidas. Había cinco o seis estratos de cuerpos, uno encima del otro. Y recuerdo que mi primera impresión fue ser consciente de que eso era algo que nunca había visto. Jamás me habría imaginado un escenario similar”, dice.
También era un terreno desconocido para los bomberos. Cattaneo les dio instrucciones precisas.
“Hay que ser muy cuidadosos para ver lo que está conectado. Por ejemplo, si hay una cabeza y un torso, hay que ver si hay alguna pieza que los conecte. No puede perderse nada en la recolección. Son cuerpos descompuestos, muy escurridizos”.
Era un trabajo muy triste. Con trajes protectores y temperaturas próximas a los 40° C del verano siciliano, las condiciones eran brutales. Los bomberos trabajaban en turnos de 20 minutos y recibían apoyo psicológico en las tardes.
Mientras, Cattaneo y un equipo de patólogos trabajaban en las autopsias.
“Estos individuos llevaban sus documentos cosidos a su ropa. Teníamos que cortar con cuidado el forro de la ropa para abrirlo, porque allí encontrabas documentos, identificación, cartas y hasta la boleta de calificaciones de un niño de 14 años. Recuerdo uno de los primeros cadáveres: este joven de 18 años había atado a su camiseta una bolsa de 2 centímetros de algo que parecía tierra”, recuerda.
Era exactamente eso.
“Esto me golpeó porque yo también lo solía hacer cuando crecí en Canadá y venía a Italia durante el verano. Cada año que regresaba, llenaba mis bolsillos de las hojas que recogía en el país que amaba, Italia. La analogía me pareció muy cercana”, señala.
Las autopsias arrojaron algo desconcertante.
“Solo encontramos un diente de niño pequeño y ningún otro hueso de niño, lo que nos dice que había al menos un niño en este barco. Los sobrevivientes hablan de mujeres llegadas en un camión cargando niños, bebés. Pero no tenemos pertenencias personales que indiquen la presencia de mujeres. Así que, por ahora, este barco tiene alrededor de dos generaciones: adolescentes y jóvenes, hombres adultos”, refiere.
Hay testimonios contradictorios sobre si había mujeres y niños en el pesquero. Ibrahima Senghor, que nunca abordó y se quedó en la playa, dice que los vio. Pero Abdirisaq, el superviviente somalí del naufragio, no recordaba haber visto a ninguna mujer en cubierta.
Los traficantes llenaron cada espacio del barco con cargamento humano. Incluso la sentina, debajo de la bodega y la línea de flotación, y de no más de 60 cm de altura, estaba llena de esqueletos de adolescentes. El espacio donde normalmente se almacenan las cadenas de las anclas también tenía decenas de cuerpos.
Algunos de los restos extraídos del barco fueron enterrados en Sicilia después de haber sido perfilados por Cattaneo y su equipo de patólogos. Al final del verano, hasta 30.000 restos mezclados, partes del cuerpo difíciles de separar, fueron transportados a su laboratorio en Milán.
“Imagina el cráneo y cada uno de los huesos del cuerpo de 500 individuos metidos en una bolsa grande y luego sacudidos y vertidos de nuevo”, dice. “Todavía estamos lidiando con eso”.
Nombrar a los muertos
La tarea de identificar los restos mezclados originó un sueño recurrente para Cattaneo.
“Estaba en una carretera de grava y guijarros y buscaba huesos diminutos. En cada esquina pensaba ver un hueso y luego era un guijarro, y siguió y siguió así”, comenta.
“La obsesión deriva del hecho de que lo que queda de uno de estos individuos podría estar representado solo por una falange, un hueso muy pequeño en la mano o el pie. Por lo tanto, podría ser la única forma de identificar a esa persona. Es bastante estresante”, apunta.
Para Cattaneo, nombrar a los desaparecidos es importante porque se trata de seres humanos cuya vida debe ser honrada, pero también se trata de aquellos que están en duelo.
“Hay que identificar a los muertos, no solo para resolver casos penales o por respeto a su dignidad, es algo que hay que hacer por la salud de los vivos. Creo que es fácil imaginar que no saber nada es peor que saber que los tuyos han muerto. Si tienes la certeza, entonces puedes empezar a llorar”, dice.
Búsqueda de familiares
En paralelo con el trabajo forense de Cattaneo, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha emprendido la búsqueda de miembros familiares que creen que sus seres queridos iban en el naufragio de la noche del 18 de abril de 2015.
“No necesitamos esperar a que la gente acuda a nosotros, también tenemos que encontrarles para saber dónde buscan a alguien y recolectar información para casos individuales”, dice el doctor Jose Pablo Baraybar, coordinador forense del CICR y veterano de investigaciones de personas desaparecidas en Srebrenica, Ruanda y Perú.
Baraybar ha viajado hasta Mauritania y Senegal para conocer a familias que creen que sus parientes estaban en el barco pesquero, recolectar su ADN y grabar entrevistas sobre las personas desaparecidas, cualquier cosa que pueda ayudar en el proceso de identificación.
También se ha encontrado con testigos como Ibrahima Senghor, quien está de regreso en Senegal donde intenta ganarse la vida después de no subir al barco en Libia.
“Siempre encontrarás a alguien que vio algo, que estuvo en el mismo evento y ha sobrevivido”, dice Baraybar.
“Esa información es extremadamente útil para tratar de crear una lista de pasajeros. Ahora tenemos cientos de nombres. Es un proceso dolorosamente lento. El primer avance fue determinar que el número real de personas en el barco era entre 1.050 y 1.100”.
Esto es un 30% más que las primeras estimaciones de 800 personas en 2015.
Ibrahima Senghor ofreció información a la CICR sobre amigos perdidos de su localidad en Kothiary, al este de Senegal.
“Había tres personas que conocía, uno de ellas era mi aprendiz. Desde el día que salimos de casa, siempre íbamos juntos. Pasamos una semana en el desierto y estuvimos juntos hasta que llegamos a la playa en Libia”, recuerda.
Un regreso doloroso
Ibrahima lo había vendido todo, hasta sus bueyes, para emprender su viaje a Europa. El 18 de abril de 2015 su frustración fue mayúscula al ver cómo sus amigos subían abordo y él no. Pero cuando escuchó la noticia del naufragio, consiguió regresar a su aldea. Fue un regreso doloroso.
“Me quedé en casa durante dos meses sin poner un pie fuera. Todos pensaban que estaba loco. No lo estaba. Lo que pasaba es que al principio no podía salir y afrontar ver a los padres y hermanos de mis amigos muertos. Incluso hoy, cada vez que nos vemos, rompemos a llorar”, dice.
El desafío de dar con las familias
Contactar a los familiares de los desaparecidos es un reto, pero Cristina Cattaneo piensa que podría hacerse mucho más desde Europa. Cree que muchos de los migrantes ya tenían familiares que habían cruzado el Mediterráneo o cruzado la ruta terrestre a París, Berlín o Londres.
Por ello le gustaría que se creara una red de oficinas en el continente donde aquellos que busquen desaparecidos, y no solo las familias de los migrantes, puedan ir.
Esto posibilitaría comparar datos de los patólogos, como muestras de ADN e información dental, a través de materiales provistos por los amigos y familiares de los desaparecidos. Idealmente sería algo que contenga ADN, pero también pueden ser rayos X, objetos personales, fotos y descripciones de la persona.
Cattaneo sabe que es posible porque es un trabajo que ya se ha hecho antes. Después de dos naufragios de migrantes en el Mediterráneo de 2013, las familias de los desaparecidos fueron invitadas a Roma y Milán para ser entrevistadas y proveer datos. Gracias a ello se pudo identificar a 40 de los desaparecidos.
Eso es mucho más que lo que Cattaneo y su equipo han sido capaces de identificar del bote pesquero naufragado en abril de 2015.
De hecho, tras cinco años desde el desastre, solo se ha identificado oficialmente a cuatro de los muertos, cuyos restos permanecen enterrados en Sicilia.
Como resultado de los viajes del CICR, hay perfiles genéticos de 80 familias que buscan a sus seres queridos. Cattaneo y su equipo han recogido información postmortem del material humano de 150 de los cuerpos recogidos en el bote.
Cattaneo está exasperada por el lento progreso.
La travesía desde el Norte de África por el mar Mediterráneo es la ruta migrante más letal del mundo, con un estimado de 20.000 desaparecidos desde 2014. Sin embargo, la actitud europea al respecto se ha endurecido y los fondos para misiones como la de Cattaneo son más difíciles de obtener.
La patóloga y su equipo trabajan voluntariamente para recoger material humano del bote, pero podrían trabajar mucho más rápido si el queipo tuviese los recursos necesarios.
Cattaneo quiero crear perfiles de ADN de todos los restos guardados en Milán. Confía en que, unido a una mejor recolección de información y muestras de las familias, traiga mejores resultados.
Pasar página
Abdirisaq, el joven somalí que perdió a sus amigos pero sobrevivió al naufragio, trata de construir una nueva vida en el norte de Europa. Aún vive con el miedo de aquella noche.
“A veces recuerdo los momentos. Estoy bien, gracias a Dios sobreviví. Pero lo que viví en ese bote no es algo que pueda olvidar”, dice.
Abdirisaq sabía que la embarcación había sido recuperada del lecho marino del Mediterráneo, pero no conocía los esfuerzos de Cattaneo y el ICRC para nombrar a las personas abordo hasta que le contactó la BBC.
“Es emocionante saber que hay personas tratando de averiguar sobre mis amigos que murieron ese día“, dice.
“Me ayudaría saber que los restos fueron encontrados. Apoyaré a los doctores de la forma que sea para ayudar a identificar a mis amigos”, indica.
Abdirisaq también conoce las identidades de algunos de los otros somalíes que se ahogaron, más nombres para agregar a la lista de pasajeros del barco pesquero.
“Los muertos te dicen cómo vivieron y cómo murieron“, dice Cattaneo.
“Y cómo murieron te dice lo que arriesgaron, por lo que pasaron. Están inmortalizados en el momento en que su peor miedo se hace realidad. Creo que es importante saber esto. Te cambia rmanentemente”, asegura.