Puede ser para obtener compensación financiera, vivienda o drogas, o evitar el trabajo, el servicio militar o el enjuiciamiento penal.Esta práctica no es nada nueva. En la Biblia, David fingió estar loco con el fin de escapar a la ira del rey Achish. Odiseo adoptó un enfoque similar para evitar ser llamado a la guerra, aunque no tuvo éxito.
Y en el sistema penitenciario las simulaciones son comunes.
En un estudio de 879 participantes, se identificó que el 17.5% de aquellas personas declaradas incompetentes para ser sometidos a juicio (y, por lo tanto, enviados a un hospital estatal en lugar de prisión) habían fingido sus síntomas.
En la vida real, el británico James Lindsay, acusado de asesinar a la adolescente Emma Thomson, de 15 años, aseguró padecer de esquizofrenia paranoica y dijo a los médicos que el diablo lo habían mandado a matar a una mujer pelirroja.
El tribunal se enteró de su secreto en una carta que envió a un amigo mientras esperaba juicio: “Tengo un plan astuto para ingresar al Hospital de Carstairs y ser liberado después de ocho años. Si voy a la cárcel por asesinato, viviré”.
Finalmente, lo declararon culpable y Lindsay fue condenado a cadena perpetua.
Detectar a un mentiroso
Fingir una enfermedad para conseguir un fin puede ser relativamente común. Pero identificar esta práctica es notoriamente difícil.
Los síntomas fingidos son, con frecuencia, los más difíciles de evaluar. No existen análisis de sangre ni exámenes cerebrales para confirmar las alucinaciones causadas por la esquizofrenia, por ejemplo.
El llamado “estrangulador de la ladera”, Kenneth Bianchi, simuló un trastorno de personalidad múltiple (ahora denominado trastorno de identidad disociativo), culpando a su alter ego “Steve” por los asesinatos que había cometido.
Eventualmente se descubrió que fingía, pero no antes de que “los psiquiatras … se tragaran ingenuamente la historia de Bianchi”, como concluyó el juez de sentencia.
Detectar la mentira comienza con la búsqueda de exageraciones, contradicciones e inconsistencias.
Por ejemplo, es posible sospechar la credibilidad de una persona si esta reporta alucinaciones auditivas debilitantes, pero no parece haber sido perturbada por ellas.
También se debe desconfiar del ladrón de bancos que describe con extraordinaria tranquilidad haber visto a “un gigante rojo de 10 metros de altura derrumbando las paredes”.
Los simuladores a menudo afirman haber perdido el contacto con la realidad, pero sus alucinaciones pueden parecer demasiado convenientes para la “justificación psicótica”.
Hay otros elementos que los médicos pueden buscar para determinar si un episodios de psicosis es genuin o o falso .
En la psicosis genuinas, las alucinaciones auditivas suelen ser intermitentes y los pacientes a veces pueden resistirse a las instrucciones si no están muy enfermos.
En contraste, los simuladores frecuentemente dicen tener alucinaciones continuas y estar obligados a seguir todas las instrucciones.
Las personas con alucinaciones genuinas generalmente informan que las voces son repetitivas e identificables . Tanto hombres como mujeres (en las tres cuartas partes de los pacientes), hablan el mismo idioma que ellas mismas (en el 98% de los pacientes) y se originan en sus propias cabezas (en el 88%) .
Por el contrario, este escenario es poco atípico: voces no identificables de solo un género (o un género que cambia a mitad de la oración), solo la voz de un niño, o una voz que suena como un robot o un animal.
Estas características atípicas suscitan sospechas de simulación, pero no confirman nada.
Los informes de alucinaciones visuales tienen pistas similares . En la esquizofrenia, generalmente son de color y de tamaño natural (figuras religiosas, miembros de la familia, animales).
Mientras tanto, los simuladores tienden a reportar detalles exagerados.
La prueba de “la moneda en la mano”
Incluso con estas reglas generales, distinguir la psicosis genuina sigue siendo un desafío. Una sola característica no puede confirmar que la persona está fingiendo, sino que cada una apunta, en el contexto correcto, hacia la posibilidad.
La falsedad y los trastornos auténticos de salud mental también pueden coexistir. Por eso, para estar lo más seguros posible, un paso importante son las pruebas psicológicas.
La premisa básica en este sentido podría sorprenderte: algunas pruebas de memoria y reconocimiento son tan fáciles de aprobar que si el examinado se desempeña mal, puede que ese haya sido su objetivo.
En la forma más comúnmente utilizada de estas pruebas de validez de síntomas, un entrevistado elige entre dos respuestas posibles. Un puntaje que es “peor que el azar” (menor del 50%) implica que la persona eligió responder incorrectamente (o, al menos, hubo falta de cooperación).
Tomemos como ejemplo una versión simple de estas pruebas, la de la “moneda en la mano”.
Este examen se usa para personas que dicen sufrir de amnesia profunda, un padecimiento que se pone como justificación con relativa frecuencia: hasta el 45% de los delincuentes en casos de homicidio y alrededor del 8% de los autores de otros delitos violentos dicen sufrir de pérdida de memoria .
Si yo soy el examinador y usted es el sospechoso, así es como funciona: tengo una moneda en una mano, con ambas palmas extendidas. Tú tienes los ojos abiertos y puedes ver en qué mano está la moneda. Te pido que cierres los ojos y cuentes regresivamente desde el 10. Luego, abres los ojos y me dices en qué mano está. Yo he cerrado los puños, pero no he movido la moneda. No ha habido engaño.
Lo más probable es que respondas bien. Incluso los pacientes con amnesia genuina grave debida a encefalitis tuvieron un desempeño excelente en el estudio original: todos respondieron correctamente en 10 ensayos.
Sin embargo, los simuladores pueden aprovecharse de las circunstancias para su beneficio.
Escanear el cerebro
No obstante, existen advertencias sobre las pruebas de validez de los síntomas, incluso las más complejas. Aunque estas pruebas pueden poner en duda la credibilidad, no pueden probar la culpabilidad ni determinar el motivo de un crimen .
Algunas son mejores para descartar las mentiras que para probarlas. Un estudio de casos de litigios relacionados con lesiones cerebrales reveló que el 19% de los abogados muestran a sus clientes cómo se usan las pruebas de psicología para detectar simulación.
Aunque muchas de estas pruebas son relativamente resistentes al entrenamiento, eso podría tener un efecto.
Estos desafíos han impulsado una búsqueda para detectar simulacros utilizando escáneres cerebrales y mediciones de la actividad eléctrica del cerebro.
Los enfoques contemporáneos, ya sea a través de escáneres cerebrales o análisis de ondas cerebrales, hasta el momento han demostrado ser poco confiables, además de ser inadmisibles en los tribunales.
También plantean posibles violaciones a los derechos humanos y constitucionales, pues hay dudas sobre si las pruebas constituyen una búsqueda ilegal o podrían comprometer el derecho a “ la privacidad, el silencio, el pensamiento y el juicio justo”.
Esas preocupaciones éticas se extienden a los médicos: ¿deberían realmente actuar como detectores profesionales de mentiras?
Los médicos no están capacitados ni son competentes para determinar los niveles de conciencia de un paciente o cualquier inconsistencia o alcance de su intención consciente de engañar.
En última instancia, el tribunal debe decidir sobre los motivos y la credibilidad de un acusado, aunque las opiniones médicas de los expertos son fundamentales para guiar esa decisión. Cuando la Corte Suprema de Estados Unidos decidió sobre la admisibilidad judicial de las pruebas del polígrafo en 1998, dijo que “una premisa fundamental de nuestro sistema de juicios penales es que el jurado es el detector de mentiras”.
El fin de “The Oddfather “
Gigante fue finalmente sentenciado en 1997 a 12 años por crimen organizado y conspiración para asesinar.
En 2003, admitió que había estado fingiendo psicosis desde que informantes de varias organizaciones de la mafia pusieron en duda sus afirmaciones y los fiscales presentaron pruebas en audio de que hablaba con lucidez con los visitantes de su prisión y dirigía el negocio de la mafia desde detrás de las rejas “de una manera coherente, cuidadosa e inteligente”.
Los días de simulación de Gigante terminaron. Pero mientras duraron, logró engañar a una larga lista de médicos, asegurándose 28 ingresos en hospitales psiquiátricos, así como diagnósticos de esquizofrenia e incluso “demencia enraizada en daño cerebral orgánico”.
Su juez de sentencia concluyó:
“(Gigante) es una sombra de su antiguo yo, un anciano finalmente arrinconado en sus decadentes años después de décadas de brutal tiranía criminal. Me resultan familiares estas palabras de William Shakespeare:
Y un hombre en su época juega muchos papeles…
La última escena de todos,
Con eso termina esta extraña historia llena de acontecimientos,
Es la segunda infancia … ”
Gigante murió en 2005. Tenía 77 años. Difícilmente será el último criminal que intente evitar su salida de la cárcel. Quizás pocos, sin embargo, lograrán evadir la justicia durante tanto tiempo como lo hizo “El Oddfather”.