En su cama de hospital, el pequeño Artem mira al vacío. Agarra un pequeño tractor amarillo de juguete, pero no dice nada mientras enfermeras especializadas monitorean su estado.
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Rusia y Ucrania | “Miré al suelo y vi a mi pequeña nieta con la cabeza completamente destrozada”: las desgarradoras historias que deja el bombardeo en Mariúpol
Lo peor de la guerra de Vladimir Putin en Ucrania y lo que el implacable bombardeo ruso le ha hecho a las personas atrapadas en la ciudad sitiada de Mariúpol se puede ver en el Hospital Infantil Regional.
El proyectil ruso que arrojó esquirlas en su vientre también hirió gravemente a sus padres y abuelos cuando intentaban huir de Mariúpol.
Víctima de la guerra de Putin y aún no tiene tres años.
En la cama contigua yace Masha, de 15 años, también de cerca de Mariúpol. Su pierna derecha fue amputada luego de que la explosión de un proyectil ruso la desgarrara el martes pasado.
Lo peor de la guerra de Vladimir Putin en Ucrania y lo que el implacable bombardeo ruso le ha hecho a las personas atrapadas en la ciudad sitiada de Mariúpol se puede ver en el Hospital Infantil Regional, en la cercana ciudad de Zaporiyia.
Cientos de personas han sido evacuadas aquí. Sus heridas físicas son obvias y pueden, hasta cierto punto, sanar. El trauma psicológico vivirá con ellos para siempre.
Cuerpos tirados por las calles
Los médicos aquí y los familiares sobrevivientes de los niños nos pidieron que contáramos sus historias, entre ellos el Dr. Yuri Borzenko, director del Hospital de Niños. No puede ocultar su desprecio por lo que ha hecho Rusia.
“Odio a Rusia”, dice sin un atisbo de emoción en su rostro. “La niña que perdió la pierna (Masha) estaba tan traumatizada que no comió ni bebió por días. No podía lidiar mentalmente con lo que había sucedido. Tuvimos que alimentarla por vía intravenosa”.
“Otro niño”, dice el médico, “un niño de seis años, con metralla en el cráneo, describió, sin lágrimas ni emoción, cómo vio a su madre morir quemada en su automóvil después de que fuera impactado. Dos días después, dijo: ‘papá, cómprame una nueva mamá, necesito que alguien me lleve a la escuela'”.
Lo que está pasando en Mariúpol es un desastre humanitario, incluso -quizás- un crimen de guerra. Se estima que el 90% de los edificios de la ciudad han sido dañados o destruidos.
Tras la destrucción la semana pasada de un teatro donde se refugiaban más de 1.000 personas, se informa ahora que una escuela de artes, con 400 personas dentro, también ha sido atacada.
Aquellos que han podido escapar de Mariúpol hablan de horrores inimaginables. Relatos de primera mano de cuerpos tirados en las calles, de casas destruidas. Inundados por esos recuerdos, ponen tanta distancia física como pueden entre ellos y la experiencia que atravesaron.
“No me importaba si moriría en Mariúpol o tratando de escapar”
En un café en la ciudad central de Dnipró, que a su vez ha sido atacada por Rusia, conocimos a Oksana Gusak. Con su esposo Andrii y sus padres, Oksana huyó de Mariúpol la semana pasada a través de caminos minados y una docena de puestos de control hostiles del ejército ruso.
Beber un vaso de agua ahora se siente como un lujo para Oksana, después de que se quedaron sin nada en Mariúpol.
Todos rechazaron cortésmente nuestra oferta de café, diciendo que sería un insulto para los miembros de la familia que dejaron atrás en partes de Mariúpol de donde era imposible huir.
Su esposo, Andrii, me dijo que no había suministro de agua en la ciudad, ni electricidad, ni calefacción ni comunicaciones, por lo que no tuvieron más remedio que irse.
“Estábamos definitivamente corriendo un riesgo, pero en ese momento no me importaba si moriría en Mariúpol o tratando de escapar”, dice Oksana.
“Sabíamos que había una posibilidad, que nos atacarían y nos dimos cuenta de que teníamos que correr ese riesgo. Si nos hubiéramos quedado, las posibilidades de sobrevivir serían cero”.
Andrii y Oksana tienen la suerte de haber escapado ilesos y juntos. Ellos lo saben.
“Dios, ¿por qué me haces esto?”
En el Hospital Infantil de Zaporiyia me encontré con un padre afligido e inconsolable, cuya familia había sido completamente destrozada.
Su hija Natasha, de 26 años, y su nieta Dominica, de 4, murieron cuando un proyectil ruso cayó cerca del refugio donde toda la familia buscaba protegerse del bombardeo de Mariúpol.
“Miré al suelo y allí yacía mi pequeña nieta con la cabeza completamente destrozada”, dice Vladimir. “Ella yacía allí sin un solo aliento y justo a su lado estaba mi hija con las piernas fracturadas, con fracturas abiertas”.
Dominica, cuyas fotos su abuelo casi acaricia en su teléfono, murió instantáneamente. Su madre murió a causa de sus heridas al día siguiente.
Aunque está destrozado, Vladimir trata de mantenerse fuerte para su segunda hija, Diana. Ella también resultó gravemente herida en la explosión y estaba a punto de someterse a una cirugía de emergencia.
Pero no pudo ocultar su dolor. “Dios, ¿por qué me haces esto? Se suponía que no debía enterrar a mis hijos, mis hermosas niñas, fallé en protegerlas”.