Pero ¿cómo reaccionaron otros ciudadanos estadounidenses cuando tuvieron que enfrentarse a alguien armado?
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¿Defenderse o quedarse paralizado? Tres testimonios de quienes tuvieron que enfrentarse a personas armadas
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo que él habría entrado a la escuela de Parkland, Florida, donde ocurrió el tiroteo en el que murieron 17 personas incluso "si hubiera estado desarmado".
El presidente de EE. UU., Donald Trump, dijo que él habría entrado a la escuela de Florida "incluso si hubiera estado desarmado". GETTY IMAGES
La BBC recogió tres testimonios de quienes afrontaron este tipo de situaciones.
Heather Bryant, 42 años, Maryland: “Luché por mi vida”.
Una noche estaba trabajando sola en una tienda cuando un hombre entró y me puso un arma en el pecho, exigiéndome dinero.
Mientras me apuntaba con el arma, puse lentamente los billetes en una bolsa y se lo entregué, pensando: “ahora se va a ir”.
Pero no se fue.
Me dijo que cerrara la boca y me insultó. Me dijo que lo llevara al almacén. No tenía ni idea de cómo salir de esa situación y tenía pocos segundos para pensar.
Una cosa me vino a la cabeza: sería mejor ser baleada en la tienda donde alguien pudiera verme, antes que estar en un pequeño almacén sin puertas o ventanas ni vías de escape. Recuerdo que pensaba: “no voy a ir a ese almacén con este hombre armado”.
Simulé abrir la puerta. Mientras lo hacía, él dejó momentáneamente de apuntarme, lo que me dio una fracción de segundo para tirarle una vitrina metálica en la cabeza.
Él cayó de rodillas. El dinero se esparció por el suelo.
Vi que ya no tenía el arma en la mano, pero estaba furioso. Sabía que tenía que seguir luchando.
Mientras nos enfrentábamos, una mujer afuera, sorprendida por el ruido, se asomó por la ventana.
Él se asustó, agarró su arma y salió corriendo. Cuando se iba, dijo que volvería a por mí.
Conozco mucha gente que se queda paralizada cuando se enfrenta a este tipo de peligros.
Se sienten indefensos, débiles y no se pueden mover.
Por alguna razón, mi instinto fue luchar y me alegro de haberlo hecho. No tenía otra opción.
Tina Ring, 53, Oklahoma: “Luchamos y después huimos”.
En el décimo aniversario de la apertura de mi tienda de licores, un hombre armado entró cuando estaba trabajado con mi hija Ashley Lee, que ahora tiene 30 años.
Él avanzó hacia nosotras con un arma de fuego y pidiendo el dinero de la caja registradora.
Recuerdo que me preguntaba a mí misma: “¿de verdad está sucediendo?”.
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Nunca antes me había pasado algo así. No sabía cómo iba a reaccionar.
Al principio cumplí con lo que me pedía. Le dije a mi hija que abriera la caja y le diera el dinero. Ella lo hizo.
Durante ese momento no pensé en nada.
Él tomó el dinero y empezó a caminar hacia la puerta. Nosotras gateamos detrás del mostrador y agarramos dos armas que teníamos escondidas.
Lo siguiente que recuerdo es su cara, cuando vino cerca del mostrador.
Cuando él me agarró lo reconocí como un cliente que había venido a la tienda una hora antes. “Te conozco”, le dije.
Lamenté haber dicho eso, porque él entró en pánico.
Todo lo que recuerdo de ese minuto aterrador fue que trataba de proteger a mi hija. Le disparé. Ella le disparó. Pero él nunca cayó.
Temía por la vida de mi hija y la mía.
Peleamos y después huimos.
Tan pronto como estuvimos fuera de su alcance, salimos corriendo. Él vino detrás de nosotras, pero logramos escapar.
Agradezco que él esté con vida. No quería hacerle daño, sólo quería que dejara de aterrorizar a mi hija.
Uno nunca sabe cómo va a reaccionar en una situación así hasta que sucede.
Len Penzo, 54, California: “No me podía mover, estaba paralizado”.
Cuando tenía 16 años, trabajaba en un supermercado de mi pueblo. Era un turno de fin de semana.
Estaba metiendo en bolsas las compras de un cliente cuando escuché el chirrido de las ruedas de un auto que había parado violentamente frente a las puertas del supermercado.
Al principio no pensé nada. Supuse que era un conductor fastidioso que había estacionado en una zona no permitida.
Pero estaba equivocado.
Lo siguiente que vi fueron tres jóvenes cubriéndose la cara con medias panty. Entraron en el local, a gritos.
“Arriba las manos. Que nadie se mueva”.
Uno de los ladrones apuntó con su arma a las personas que estaban en la fila de la caja. Los insultaban y les decían que mantuvieran sus manos en alto.
No podía creer lo que estaba viendo. En lo profundo de mi ser, todavía no he logrado procesar el riesgo que afrontamos.
El tercer ladrón corrió hacia mí, portando un arma. Me dijo que me tirara al suelo para que pudiera llegar a la caja registradora que estaba detrás de mí.
Para mi desgracia, me quedé paralizado. Mis piernas no se movieron.
Él me gritó y me insultó de nuevo. “¡Dije que al suelo”.
No me podía mover. Estaba paralizado.
Él se abalanzó hacia mí y me tiró al suelo, boca abajo. Tomó el arma, me la puso en la nuca y me dijo que no me moviera o me volaba la cabeza.
Pensé que mi vida había terminado. Él estaba furioso conmigo porque lo estaba retrasando.
Es difícil describir lo que se siente cuando alguien te apunta con un arma a la cabeza. Además de miedo, lo otro que experimenté fue un profundo sentimiento de impotencia.
Uno está literalmente a merced de alguien a quien no le importa si uno muere o no. Tu vida pende de un hilo.
Recuerdo que pensaba qué iba a sentir cuando él accionara el gatillo. Me acuerdo de que pensaba en mi madre, mi padre y mi hermana. También recé.
Pareció una eternidad, pero no debieron pasar más de cinco minutos hasta que los ladrones terminaron y salieron corriendo por la puerta.
Viéndolo en perspectiva, creo que el miedo paralizador que experimenté fue el resultado de estar en una posición donde, inconscientemente, concluí que ni pelear ni huir eran respuestas apropiadas.