A punto de cumplirse 50 años de su ejecución, el 9 de octubre de 1967 en La Higuera, tras ser detenido un día antes en Vallegrande, en la provincia de Santa Cruz (este), Prado asegura que el Che confesó que él no había tomado la decisión de venir a Bolivia.
Tras su errático periplo por varios países de África y por Checoslovaquia, luego de abandonar sus cargos en el Ejecutivo cubano, Fidel le permitió regresar clandestinamente a Cuba.
“Tiene una reunión y le arman el equipo de cubanos que le iban a acompañar. El enlace cubano que debía mantener el vínculo con Cuba se va y los deja solos”, explica Prado en una entrevista con la AFP, en su casa en Santa Cruz.
Al Che lo envían a Bolivia “para librarse de él”. “No tenía idea de cómo era Bolivia”, dice este militar a quien un balazo accidental de un compañero hace más de 30 años lo dejó en silla de ruedas.
Esa idea la defiende Prado en su libro La guerrilla inmolada.
En los 11 meses que operó el medio centenar de guerrilleros en Bolivia, nunca fueron un peligro real, aunque en las dos primeras operaciones, las de los ríos Ñancahuazú, el 23 de marzo, e Iripití, el 10 de abril de 1967, sorprendieron a un ejército desorganizado y mal armado, que acusó 18 bajas. Ninguna en las filas insurgentes.
El ejército boliviano entrenó a 650 hombres, con ayuda de Estados Unidos.
Pero cuando Prado, comandante de los 'Rangers', capturó al “Che”, sólo quedaban 17 guerrilleros. “¡No representaban peligro para nadie!”, sostiene con su voz suave apenas audible.
Despojo humano
El “Che” no era ni sombra de lo que fue. Hambriento y sucio. “Tenía una ollita con cuatro huevos y los cuidaba más que a su vida”, dice Prado.
Herido de bala en una pierna, el calzado que llevaba estaba hecho de trapos y el cañón de su arma había sido perforado por un proyectil del ejército.
Tras comer, beber y fumar a lo largo de la tarde y de la noche del 8 de octubre, su ánimo mejoró, dice Prado que entonces tenía 28 años. “Me preguntó qué iban a hacer con él y yo le dije: será juzgado como los otros prisioneros”.
Pero pese a que el propio “Che” creía que valía más vivo que muerto, al día siguiente, mientras Prado y sus hombres buscaban a los últimos siete guerrilleros, lo llevaron a la escuela de la aldea La Higuera por orden de La Paz.
Uno de los muchos voluntarios que se presentaron, el sargento Mario Terán, lo acribilló.
Los Rolex del Che
Entre sus pertenencias, diarios y varios rollos de fotos sin revelar, el “Che” le encomendó a Prado el cuidado de dos relojes de la marca Rolex, que Fidel Castro les había regalado a los guerrilleros cuando los despidió.
Uno era de su amigo Tuma, caído en combate, que se lo entregó al comandante del batallón. El otro, que el “Che” marcó con una piedra para saber que era el suyo, lo conservó Prado.
Años más tarde, cuando La Habana y La Paz establecieron relaciones con la vuelta de la democracia a Bolivia en 1983, Prado se lo envió al ministro del Interior cubano para que se lo hiciera llegar a su familia.
“Nunca supe si llegó a la familia”, dice.
Ejército denostado
Ajenos a los fastos que el gobierno de izquierda de Evo Morales organiza en Vallegrande a lo largo de esta semana y que contarán con la presencia del ejército y los hijos del “Che”, los militares que liquidaron el germen de la revolución inaugurarán en Santa Cruz el próximo día 8 un monumento para recordar a los 54 caídos suyos que pusieron “fin al sueño utópico” de Ernesto Guevara.
Prado, exembajador boliviano en Gran Bretaña y México, lamenta que 50 años después solo se le recuerde a él por haber capturado a esta “figura magnificada que no corresponde a la realidad” y no por haber sido uno de los artífices que “ayudó al retorno de la democracia” en Bolivia.
Prado cumple prisión domiciliaria desde hace más de cinco años. El gobierno de Morales lo acusa de haber participado en una supuesta operación secesionista de la región de Santa Cruz.