Luego pasó décadas criticando la idolatría impulsada por otros líderes comunistas, como Mao Tse-tung, Josef Stalin o la familia Kim, de Corea del Norte.
“No existe culto a ninguna personalidad revolucionaria viva”, dijo Castro en el 2003. “Los que dirigen son hombres y no dioses”.
Sin embargo, a pesar de ese disgusto que le provocaban esos honores, el marxista de barba se mantuvo como un símbolo globalmente reconocido de resistencia a Washington, EE. UU. y al libre mercado capitalista, un héroe para sus aliados latinoamericanos izquierdistas cuyos movimientos ayudó a inspirar y un genio diabólico para sus enemigos en Miami.
A lo largo de los años, esa máquina de propaganda produjo carteles y retratos enmarcados que fueron colgados de las oficinas gubernamentales y cubrieron todo, desde restaurantes de pizza hasta estadios de béisbol.
Sus palabras se transformaron en eslóganes desplegados en carteleras a lo largo de las autopistas con baches de la isla.
Decenas de miles de cubanos eran convocados a sus frecuentes discursos, que divagaban por horas bajo el sol abrasador del Caribe y luego eran retransmitidos en la televisión estatal.
Incluso después de haber entregado la presidencia a su hermano menor, Raúl, Fidel Castro se mantenía como una sombra, publicando ensayos largos que eran publicados en todos los periódicos cubanos, incorporados a los planes de estudio de las escuelas y meticulosamente leídos por los locutores de noticias, que consumían su tiempo al aire esforzándose por leer cada palabra.
“La presencia de Fidel, a través de las incesantes apariciones públicas y la repetición que los medios hacían de sus palabras, era ubicua. Eso supera y excede la ausencia relativa de imágenes de Fidel”, como estatuas y monumentos, dijo Brian Latell, un importante exanalista de la CIA y autor del libro After Fidel.
Castro le dijo una vez al cineasta Oliver Stone que él nunca pensó cómo sería recordado.
Aún así, amigos extranjeros como el expresidente venezolano Hugo Chávez y el mandatario boliviano Evo Morales hicieron de Castro una especie de ícono viviente, tratándolo como mentor y símbolo de la independencia de Washington.
Incluso muchos cubanos exiliados admiten a regañadientes lo brillante de un hombre que desafió a 11 administraciones distintas de Washington, sobrevivió a múltiples intentos por derrocarlo o asesinarlo y vivió más que muchos de sus amargados enemigos.
La leyenda de Castro crecerá con su muerte, predijo Jaime Suchlicki, director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami.
“Siempre ha sido percibido como infalible, y eso resaltará más aún; su legado ha sido reusado, así que su impacto en la historia será más grande”, dijo Suchlicki.
Poco después de que los rebeldes de Castro se arremolinaran en La Habana en 1959, el escultor Enzo Gallo Chiapardi erigió un monumento de mármol en honor del líder cerca de la base militar colombiana.
Castro, furioso, ordenó que fuera destruida. En lugar de eso, en los siguientes años transformó a otros líderes revolucionarios en íconos, el más notable Ernesto Che Guevara, cuyo nombre y rostro aparece en carteleras, estadios, billetes de tres pesos y un retrato de seis pisos que se eleva sobre la Plaza de la Revolución de La Habana.
Sin embargo, ahora que se ha ido, ¿será renombrado el aeropuerto internacional José Martí de La Habana o se erigirán estatuas de Castro en parques públicos?
Un signo de lo que posiblemente vendrá fue la declaración en el 2009 como monumento nacional a la plantación en la provincia oriental de Holguín, donde Fidel y Raúl Castro nacieron.
Sin embargo, los observadores de Cuba dicen que una proliferación de bulevares de Fidel y plazas Castro es improbable, al menos por ahora.
Hay una buena posibilidad de que el rechazo de Castro a los monumentos en su honor “se siga honrando después de su muerte, aunque quizá con algunas excepciones”, dijo Latell.
Porque Castro vivió hasta ser un hombre viejo y enfermo, su misticismo nunca será rival del muy romantizado Che, dijo Paul Dosal, un profesor de historia de la Universidad del Sur de Florida.
Guevara fue asesinado a los 39 y su rostro aún adorna camisetas, llaveros e imanes para refrigeradores alrededor del mundo.
“Será difícil, si no imposible, que cualquier gobierno subsecuente cambie o reemplace esa imagen final”, dijo Dosal. “Un revolucionario que muere viejo no es tanto un revolucionario”.