Existen cambios en nuestra forma de pensar, de comportarnos y relacionarnos (algunos deliberados pero muchos inconscientes, algunos temporales, pero otros posiblemente permanentes) que ya están comenzando a definir nuestra nueva normalidad.
Si bien esta crisis tiene pocos precedentes, hay ciertos patrones en la manera en que se comportan las personas y las comunidades cuando están sometidas a periodos extensos de aislamiento y peligro.
“Fue el primer invierno en el que nos dimos cuenta de que sería algo duradero, de que esa sería nuestra vida”, recordó Velibor Bozovic acerca del sitio de Sarajevo en la década de 1990 que paralizó la vida en esa ciudad bosnia. “Y de alguna manera vives. Así como la gente se está adaptando a la situación actual”.
Bozovic narró que, durante los casi cuatro años que duró el sitio, el sentido de comunidad, de historia e incluso del tiempo se transformaron. Ahora, él y otros sobrevivientes ya perciben los ecos de esa época en la pandemia de desarrollo lento, que se prevé que durará, salvo un milagro, un año o dos.
Las investigaciones respecto a los efectos de las epidemias y los sitios, junto con un cúmulo emergente de conocimiento acerca del coronavirus, nos dan algunas pistas de cómo podrían ser los próximos meses.
Nuestra capacidad para enfocarnos, sentirnos cómodos con otras personas, e incluso para pensar a futuro más de unos cuantos días, podría reducirse y tener consecuencias prolongadas; sin embargo, también podríamos sentir el tirón de un instinto de supervivencia que puede activarse durante periodos de peligro generalizado: un deseo de sobrellevar la situación preocupándonos por nuestros vecinos.
“Somos increíblemente capaces de adaptarnos a cualquier situación”, aseguró Bozovic, quien ahora es profesor de fotografía en Montreal. “No importa cuán mala sea la situación, te adaptas. Vives lo mejor que puedes”.
Un mundo de cierres parciales y confinamientos intermitentes
Hasta que logremos contener al virus, ya sea mediante una vacuna o una campaña estratégica mundial de confinamientos coordinados (que un estudio de la Universidad de Harvard calculó que podría tardar dos años en dar resultado), es probable que la vida diaria se defina a partir de los esfuerzos para controlar la pandemia.
No hay una fórmula maestra, pero las sugerencias de los expertos en salud pública suelen seguir un patrón.
Las reuniones numerosas deben seguir siendo escasas. Un reporte dirigido por Scott Gottlieb, excomisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, afirmó que las reuniones deben limitarse a 50 personas o menos.
Esto podría descartar muchas bodas, eventos deportivos o conciertos. Impediría un regreso absoluto a los trayectos al trabajo en transporte público. Muchos centros comerciales, gimnasios, restaurantes, bares y templos de adoración podrían permanecer cerrados parcial o totalmente, al igual que muchas oficinas y fábricas.
Es probable que los viajes sigan estando bastante restringidos, en especial porque las sociedades que han controlado sus brotes querrán evitar que se presenten nuevos.
Quizá haya momentos y lugares en los que las restricciones se relajen, ya sea porque se ha reducido el número de casos localmente o en respuesta a presiones políticas o económicas; sin embargo, mientras el virus siga existiendo en alguna parte del mundo, la amenaza de nuevos brotes locales y un regreso al confinamiento seguirá vigente.
Dado que los funcionarios de gobierno emiten mensajes contradictorios, gran parte de la carga cotidiana de decidir qué conductas valen la pena el riesgo recaerá en las personas de a pie. Incluso si los funcionarios autorizan la reapertura de las tiendas, por ejemplo, ni los empleados ni los clientes regresarán si consideran que es prohibitivamente inseguro.
Tratar de mantener el control
Cuando las fuerzas más allá de nuestro control, y quizá incluso de nuestra comprensión, dictan nuestra vida cotidiana, las reglas y normas podrían cambiar rápidamente.
“La pérdida de control de nuestras rutinas, la sensación de normalidad, la libertad, las conexiones cara a cara, etcétera”, definió gran parte de las experiencias de las personas durante la epidemia del síndrome respiratorio agudo en 2003, comentó Sim Kang, psicólogo del Instituto de Salud Mental de Singapur.
Todos los estudios de los brotes de SRAG, el ébola y la gripe porcina registraron niveles máximos casi universales de ansiedad, depresión y enojo, pero también revelaron un aumento en las conductas enfocadas en recuperar un sentido de autonomía y control: las personas reportaron trabajar en sus hábitos alimenticios, higiene o en leer más noticias.
“Durante épocas de cambios prolongados y radicales, las personas terminan cambiando”, señaló Luka Lucic, psicólogo del Instituto Pratt que estudia los efectos de la guerra.
Por ejemplo, su estudio acerca de los sobrevivientes del sitio de Sarajevo reveló que muchos manifestaban un sentido exacerbado de percepción espacial, una habilidad para evadir balas o bombas que permaneció con ellos durante toda su vida. El uso de cubrebocas sigue siendo una práctica generalizada en las sociedades afectadas por las epidemias del síndrome respiratorio agudo grave (SRAG) y el síndrome respiratorio de Oriente Medio (SROM), y se usa incluso para resfriados comunes.
Cuando el brote de coronavirus esté bajo control, es posible que la aversión hacia los extraños o los grupos numerosos de personas, y la amenaza de infección que podrían representar, resuenen en nuestras mentes durante años.
Animales sociales
El cambio psicológico más relevante en medio de la crisis generalizada podría ser lo que se conoce como “conducta prosocial”: verificar el bienestar de los vecinos, preocuparse por los necesitados, cocinar para los amigos.
Los primeros seres humanos, atrapados en un entorno hostil, prosperaron cuando cooperaron, por lo general en grupos de unos cuantos cientos.
Ahora que estamos sitiados de nuevo por la naturaleza y aislados en comunidades pequeñas, nuestros instintos de supervivencia resurgen.
Durante la epidemia del SRAG, afirmó Sim, las personas se apoyaron entre sí de maneras que quizá antes no habrían hecho. Ahora lo están haciendo de nuevo, incluso en Singapur, una ciudad conocida por su ambición y competencia capitalistas.
Esos cambios de pensamiento, añadió, no solo reflejan el altruismo consciente, sino un crecimiento emocional más profundo que puede permanecer aún después de una crisis.
Dipali Mukhopadhyay, politóloga de la Universidad de Columbia que estudia cómo las sociedades sobrellevan los conflictos, dijo: “Todas las maneras distintas en las que las personas generan solidaridad se activan durante una crisis”.
En Daraya, una zona a las afueras de Damasco en Siria que lleva mucho tiempo sitiada, Mukhopadhyay descubrió redes de caridad y apoyo mutuo más sólidas que las de muchas sociedades en épocas de paz.
Ahora, dijo, está viendo que surgen conductas similares en Nueva York, donde, al igual que en otras ciudades afectadas, los vecindarios se reorganizan para colaborar con grupos de apoyo locales conforme las personas pasan instintivamente a pensar en su comunidad inmediata.
Cicatrices profundas
Los investigadores descubrieron que, en crisis anteriores, los traumas más profundos solo salieron a la luz después de haber finalizado.
“Lo que sabemos respecto a la guerra y el trauma es que este último se mantiene bien contenido mientras te encuentras imbuido en la batalla, pero los problemas se presentan después”, afirmó Stephen Blumenthal, un psicólogo que reside en Londres.
Hasta ese momento, puede manifestarse de otras maneras.
Es probable que a las personas se les dificulte controlar sus emociones y se les facilite recurrir al enojo y al pánico. Podría haber repuntes de insomnio y drogodependencia.
En 2006, Bozovic desarrolló repentinamente síntomas de estrés postraumático que tardaron más de una década en aparecer… un ejemplo admonitorio, dijo.
“De alguna manera todos vamos a vivir con esto”, señaló. “No sé en qué se va a convertir esa ansiedad, pero ahí estará”.
Esta fue una predicción común entre los sobrevivientes. Podría sorprendernos la facilidad con la que retomamos muchas actividades, pero un año o más con temor al contacto físico podría alterar un aspecto fundamental.
“Esa ansiedad permanecerá durante mucho tiempo y cambiará profundamente la forma de interactuar de las personas durante un largo periodo”, dijo Bozovic. “Tal vez para siempre”.