Estamos en la legendaria calle Reeperbahn de Hamburgo, con sus grandes calles, callejuelas y plazas, un centro de ocio nocturno internacional con puntos de atracción como la Millerntor, la plaza Spielbudenplatz, y las calles Herbert y Große Freiheit. A lo largo de los 930 metros de la calle Reeperbahn dedicados al placer también deambulan turistas y autóctonos en el pandémico verano de 2020.
DEUTSCHE WELLE
Reeperbahn, el barrio rojo de Hamburgo, en modo coronavirus
A las "strippers" se les prohíbe bailar, pero el teatro agudiza su ingenio e incorpora protocolos contra el virus. Así se vive la pandemia en la célebre Reeperbahn.
Mientras, en la calle paralela a la Reeperbahn, la Herbert, conocida por sus burdeles, aún reina el vacío. La prostitución sigue estando prohibida. Música cubana suena procedente del bar Sommersalon. En la plaza Spielbuden hay previstos conciertos al aire libre. En las aceras de varias calles hay sillas, mesas y bancos donde se come, se bebe, se mira y se flirtea. Los hamburgueses conocen la zona de Reeperbahn como “Kiez” y es, junto con el casco antiguo de Heidelberg y el castillo de Neuschwanstein, una de las principales atracciones turísticas de Alemania.
Más que un barrio rojo
Los visitantes emprenden rumbo a Hamburgo para beber una cerveza en sus calles, hacerse una foto junto a la comisaría del barrio con mujeres ligeras de ropa de fondo y para celebrar despedidas de soltero en sus clubes de striptease. En las últimas tres décadas, el antiguo barrio rojo ha pulido su imagen y se ha aburguesado, al incorporar clubs de jazz, restaurantes temáticos y teatros. Normalmente, el lugar recibe unos 20.000 visitantes al día. Pero en tiempos de coronavirus no están permitidos más de 22.000 y la policía acude los sábados a controlar que no haya más personas de las debidas.
Los “Cornern” son los grupos de amigos que se reúnen para beber en torno a puntos de venta de alcohol y gasolineras. Para los comerciantes de la zona solían ser ya una molestia antes de la pandemia y la venta de alcohol para llevar se ha prohibido durante el fin de semana.
El teatro Schmidts Tivoli, de Corny Littmann, fue el primero en reabrir con protocolos higiénicos compatibles con la pandemia. Fue el pasado 2 de julio con el show Paradiso, un programa colorido, exuberante, musical y lleno de sorpresas. “Casi todos los días colgamos el cartel de no hay entradas”, dice Littmann con orgullo. El aforo se ve limitado a 250 personas en lugar de 630 y la función dura 75 minutos sin pausas, pero está recibiendo una respuesta muy positiva. Littmann tiene claro que no va a acercarse a los fantásticos resultados de 2019, con 450.000 visitantes, pero al menos así minimiza sus pérdidas y rescata a sus empleados del expediente temporal de regulación de empleo: “Hemos hecho de la necesidad una virtud e incorporado muchas de las medidas de higiene dentro del programa”, expresa Littmann.
Mascarilla y distanciamiento en los bares
No tan contento está Christian Fong, que dirige los bares Safari Bierdorf, Shooters, Bierstub y Dollhouse, todos ubicados en la calle Große Freiheit. El bar de striptease Dollhouse es el que más le preocupa. Solo puede admitir a un tercio del aforo del local y a las bailarinas profesionales no se les permite bailar, además de que tienen que usar mascarilla y guardar distanciamiento. Las bailarinas sirven bebidas con sus atuendos sexis, pero no es suficiente para atraer público y el local suele quedarse vacío. Fong calcula que los cuatro locales han perdido cerca de 80% de sus ingresos respecto al año pasado.
¿Qué pasará tras el verano?
Fong, nacido en China, pero con pasaporte alemán desde la década de los 90, no oculta su preocupación y asegura que solo con ayuda estatal podrá mantener sus negocios. ¿Qué pasará cuando haga frío? Hamburgo es conocida por su clima gris y lluvioso y entonces no será posible colocar mesas fuera del local. A partir del 31 de octubre ya no se pueden servir bebidas al aire libre. “¿Qué sucederá entonces? No tengo ni idea”, dice Fong.
Es casi medianoche y hablamos con dos visitantes procedentes de Múnich. Parecen algo desencantados: “Esperábamos algo más de Reeperbahn”, admiten Niklas y Daniel, de 19 años. Ambos escuchan a un músico solitario que interpreta tras una pantalla de plexiglás una versión de Purple Rain, de Prince. En el local se proyectan partidos de fútbol sobre grandes pantallas en la pared. Ambos esperaban más fiesta, un ambiente más relajado, pero, aun así, se sienten más libres que en Baviera, donde hay más restricciones para los amantes de la fiesta nocturna.