El joven Bajandar, oriundo de una aldea en la provincia sureña de Khulna, asomó a principios de año a las portadas de medio mundo tras conocerse que tenía una extraña enfermedad, epidermodisplasia verruciforme, con la que había desarrollado pesadas verrugas con forma de corteza de árbol en manos y pies.
“Poco a poco vuelvo a recordar las sensaciones que tenía antes de que a los 15 años mis manos empezaran a llenarse de verrugas. ¡He sufrido tanto! Había gente que me evitaba y tuve siempre muchos dolores. Echaba de menos todo. Desde comer por mi cuenta a jugar con mi hija, abrazarla. Esas cosas que todo padre quiere hacer con sus hijos”, dijo.
Después de una decena de operaciones quirúrgicas en sus extremidades, Abul afronta ahora un proceso de “embellecimiento”, con unas cinco intervenciones más que le mantendrán ingresado al menos durante “los próximos seis meses”, según el centro médico.
Y, entretanto, el hospital estudia en cooperación con médicos de Estados Unidos, a quienes han enviado muestras de ADN del paciente y varios familiares, si existe manera de evitar que las protuberancias vuelvan a crecer dado que la dolencia, una enfermedad no contagiosa de la que se conocen muy pocos casos, a priori no tiene cura.
“De momento no ha habido recurrencia y su condición está mejorando. Pero no sabemos qué pasará en el futuro”, admitió el doctor Samanta Lal Sen, coordinador de la unidad de quemados y cirugía plástica del hospital.
Tras la presión mediática que suscitó el caso, el costoso tratamiento de Bajandar fue asumido por el Gobierno de Bangladés y ahora Sen saca pecho de la respuesta ofrecida por su equipo de cirujanos, dermatólogos y otros especialistas.
“Era una operación muy nueva para nosotros. Era muy complicado saber dónde estaban los dedos, los vasos sanguíneos.
Había mucho riesgo de crear complicaciones. Es un logro y hemos demostrado que si lo intentamos, en Bangladés podemos hacer un buen trabajo”, subrayó el doctor.
Bajandar, por su parte, solo tiene buenas palabras hacia los médicos y es “plenamente optimista” de que sus manos serán “completamente normales” al final del proceso.
“Mucha gente me ha visitado y ofrecido apoyo en este tiempo. Es bueno que mi caso haya sido conocido en todo el mundo, pues ha animado a otras personas a tratar enfermedades difíciles”, aseguró.
Un propietario de una fábrica textil ha prometido a su familia una ayuda mensual de 5.000 takas (63 dólares) y un doctor del centro, Kobir Chowdhury, le dio 600 mil takas (siete mil 630 dólares) que destinó a comprar un terreno en el pueblo donde más adelante, cuando reúna dinero suficiente, podrá construir su propia casa.
“Asumo que al principio tendré que depender de ayuda de los demás”, expuso el joven, que en todo caso manifestó que no volverá a conducir bici-carros de transporte de mercancías como hacía para ganarse la vida antes de que la enfermedad le obligara a mendigar en las calles.
Le gustaría, confiesa, dedicarse al negocio de la compra y venta de arroz, cereal que muchos bangladesíes consumen hasta tres veces al día, y afirma que tiene un sueño: que su hija, de tres años de edad, sea doctora cuando se haga mayor.
“Queremos que nuestra niña sea médico y cure a gente con problemas similares a los de su padre, a personas pobres y necesitadas”, secundó la esposa de Bajandar, Halima.
Halima respira hoy aliviada, pues el camino de la familia hasta llegar a la situación actual ha sido una tortuosa odisea en la que gastaron paciencia y decenas de miles de takas en tratamientos: desde homeópatas en el pueblo hasta visitas a médicos en la ciudad india de Calcuta.
“Ahora solo siento alegría. Por fin vemos la luz”, sentenció.