Tras numerosas gestiones, contactó con la Universidad de Le Havre (noroeste de Francia), que desarrolló una técnica para reproducir el olor humano.
“Se toma una prenda de la persona, se extrae el olor -lo cual representa más de 50 moléculas-, y se reconstituye en forma de perfume disuelto en alcohol, al cabo de cuatro días”, explica Géraldine Savary, docente en esa universidad.
El hijo de Katia Apalategui, estudiante de empresariales, lanzará el negocio a mediados de septiembre con la ayuda de un ingeniero químico.
“A través de las funerarias, propondremos a los deudos un estuche con un pequeño frasco con el olor del difunto, recabado en alguna prenda que nos hayan proporcionado”, explicó Apalategui.
“Es algo hecho a medida, algo íntimo, que costará unos 560 euros”, precisó, calificando su producto de “consuelo olfativo” que se sumará a fotografías, videos y otros recuerdos de la persona desaparecida.
La empresa, que espera luego poder implantarse en otros países, no quiere limitarse al sector fúnebre, sino que también apuntará a otros mercados, como por ejemplo el de San Valentín o el de niños alejados por alguna razón de sus padres.