Este martes mataron a balazos al periodista Cándido Ríos. Es el décimo comunicador que cae este año en México y el tercero en Veracruz, luego de Ricardo Monlui, director del diario El Político, y de Edwin Rivera, camarógrafo hondureño que se autoexilió tras ser amenazado.
Muchos de los crímenes ocurren en pleno día, en total impunidad. Más de 90% están sin castigo. Algunos son atribuidos al narcotráfico que golpea a México desde hace una década, otros a la autoridad misma.
Esta violencia, sumada al escaso mercado laboral y bajos salarios para un oficio sin horario -de US$300 a US$700 mensuales promedio-, se resiente en las escuelas de periodismo, donde contados jóvenes sueñan con ser reporteros.
“Ha disminuido enormemente el gusto por el periodismo reporteril, del reportero, el que va al campo, el que va a levantar información. Y específicamente aquellos que quieren dedicarse a la sección policíaca”, dice Marco Malpica, director de la Facultad de Comunicación de la Universidad Veracruzana.
Esta universidad, localizada en el puerto de Veracruz y la primera entidad pública en ofrecer periodismo, registró en cinco años una caída de 35% en el numero de aspirantes a Comunicación.
La Escuela de Periodismo Carlos Septién García, una institución privada en Ciudad de México y decana de la especialidad en ese país, inició este año un nuevo curso con 75 alumnos contra 110 de hace un lustro. Es resultado, entre otros factores, del deterioro de las condiciones del trabajo periodístico, reconoce su director, Víctor Hugo Villalva.
“Terminaría en un hoyo”
Artículo 19, organización defensora de la libertad de prensa, observa preocupada esta violenta escalada y sus implicaciones para el desarrollo democrático en México.
Estefani Gámez, de 18 años, estudiante de la Universidad Veracruzana, dice que lo suyo es la fotografía artística. Del fotoperiodismo no quiere saber nada. “Terminaría en un hoyo, en alguna fosa común”, resume.
Carlos David Chávez, de 22 años, cuenta que tranquilizó a su padre cuando le dijo que se especializará en comunicación organizacional. No le atrae el periodismo porque junto con la violencia “algunos medios han perdido la ética, sólo les importa vender cuando hay un asesinato”, critica.
Ángel Antúnez, de 18 años y originario del balneario de Acapulco (sur), entre las localidades mexicanas más violentas de México, inicia sus estudios en la escuela Carlos Septién García. Sueña con un programa televisivo y dice ser consciente del riesgo de ser periodista, sobre todo en su ciudad natal.
“Es algo que pasa, es como preguntarle a un doctor si teme que se le muera un paciente. Eso se va quitando con la experiencia, pero obviamente siempre va a haber cierto miedo”, comenta.
Nuevas alternativas
A Malpica se le quiebra la voz cuando se le pregunta sobre los egresados de la Veracruzana asesinados. “Pierdo el número”, dice al reconocer el impacto de estos crímenes entre los estudiantes.
Sólo 20% quiere especializarse en periodismo, 50% busca comunicación organizacional y 30% elige tecnologías. “Y de los periodistas, se inclinan más por lo deportivo, financiero o conducir noticieros”, explica.
La Carlos Septién García, enfocada al trabajo periodístico, registra la misma tendencia mientras que los padres son quienes más se inquietan por la violencia.
“Damos pláticas informativas y nos interesa que también vengan los padres y generalmente hay un cuestionamiento sobre el futuro laboral, el asunto de la seguridad, la violencia”, explica el director Villalva.
La Universidad Nacional Autónoma de México, la mayor de Latinoamérica, no es ajena a esta decepción, reconoce Víctor Manuel Juárez, exreportero, columnista y vocero de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.