Internacional

Estados Unidos, el “animal herido” por el 11-S

Los atentados del 11-S generaron una profunda crisis existencial en Estados Unidos, que reaccionó como un "animal herido" y se embarcó en una pantanosa guerra contra el terrorismo que acabaría por acelerar su declive como superpotencia global.

Imagen del día de los ataques terroristas del 11-S en Nueva York, en 2011. Foto: EFE

Imagen del día de los ataques terroristas del 11-S en Nueva York, en 2011. Foto: EFE

Veinte años después, la humillación del 11 de septiembre de 2001 sigue viva en la conciencia colectiva del país, en forma de incertidumbre sobre su lugar en el mundo, frustración por las guerras perdidas en Oriente Medio y luto por el sueño de invulnerabilidad que terminó con los atentados.

“El 11-S marcó el inicio de la pérdida del poder de Estados Unidos con respecto a otros países”, dijo un profesor emérito de seguridad nacional en la American University, Gordon Adams.

El fin de la exuberancia

Durante la década anterior a los atentados, Estados Unidos —reforzado por su victoria en la Guerra Fría— disfrutó de una hegemonía global y de un nivel de riqueza prácticamente inéditos en la historia, un poder que parecía no tener límites.

“Había una sensación de exuberancia, y nada simbolizaba esa exuberancia mejor que esas dos torres gigantes, de 110 pisos cada una, que llegaban hasta el cielo, dominando el horizonte de Nueva York, e incluso podría decirse que el de Estados Unidos y del mundo”, relató el historiador y psicólogo Charles Strozier.

Tras la caída de las Torres Gemelas, Strozier entrevistó a decenas de supervivientes, familiares de víctimas y testigos, y constató el efecto de los ataques en una generación de estadounidenses que había crecido temiendo un ataque nuclear, y cuyos miedos persistían “bajo la superficie calmada” de finales del siglo XX.

“Los ataques (del 11-S) tuvieron una dimensión apocalíptica. Fue un desastre a tal escala que hizo sentir a la gente que (…) el mundo se podía acabar”, explicó el experto.

“Estados Unidos era un animal herido; un animal herido con un enorme poder militar”, añadió Strozier.

“Miedo, poder y arrogancia”

Nueve días después de los atentados —que en total dejaron casi tres mil muertos entre las Torres Gemelas, el Pentágono y el avión estrellado en un campo de Pensilvania—, el entonces presidente de EE. UU., George W. Bush, formuló en un discurso la pregunta que tenía al país en vilo, y le dio una respuesta que marcaría las dos décadas siguientes.

“Los estadounidenses se están preguntando, ¿por qué nos odian? Odian lo que ven aquí mismo, en esta cámara: un Gobierno elegido democráticamente”, dijo el presidente desde la sede del Congreso.

Bush allanaba así el terreno para su guerra contra el terrorismo, una incursión sin límites claros en el espacio ni el tiempo en la que todo parecía valer, porque se desarrollaba en nombre de la democracia y los valores occidentales.

“El miedo, el poder y la arrogancia caracterizaron la política exterior de Estados Unidos. Era una mezcla peligrosa”, aseguró un profesor emérito de Historia en la Universidad de Virginia, Melvyn Leffler.

Los primeros bombardeos en Afganistán llegaron en octubre de 2001, pero lejos de acabar en diciembre de ese año —cuando cayeron los talibanes— o en 2011 —con la muerte del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden—, la guerra se extendió hasta convertirse en la más larga de la historia de EE.UU., recién concluida con una derrota y una caótica retirada.

El difuso concepto de la guerra contra el terrorismo pronto sirvió para justificar otras políticas, como la invasión de Irak, que para Adams fue “el peor error estratégico de los últimos 30 años”, además de las torturas en la cárcel iraquí de Abu Ghraib y la apertura de la prisión en la base naval de Guantánamo (Cuba).

La paranoia y la doble humillación

Estados Unidos reforzó también al extremo su aparato de seguridad nacional y autorizó programas de vigilancia masiva bajo la ley antiterrorista “Patriot Act”, que incluían registros telefónicos y de internet de ciudadanos estadounidenses y extranjeros, y que salieron a la luz en 2013 de la mano del informante Edward Snowden.

“Había una sensación de paranoia, y cuanto más se extendía, más se preocupaba la gente de si su vecino podía ser un terrorista que colaboraba con Al Qaeda. Esos miedos se exageraron muchísimo”, recordó Strozier.

Para 2014, agregó el historiador, “había una conciencia cada vez mayor de que la respuesta militarista al 11-S estaba resultando en un fracaso desastroso”, lo que derivó en “una sensación de haber sido humillados por segunda vez”, con las derrotas en Afganistán e Irak, después de la deshonra que supusieron los propios atentados.

“Creo que eso fue un factor importante en la corriente populista y nacionalista que desembocó en la elección de (Donald) Trump” en 2016, opinó Strozier.

A nivel internacional, el fiasco de la guerra de Irak “empeoró las opiniones sobre Estados Unidos” en el mundo, según Adams, y lo hizo justo cuando China empezaba a expandir su poder económico y militar: fue el tiro de gracia al sueño estadounidense de un mundo unipolar.

A pesar de la deriva hacia el modelo de America First de Trump —del que el presidente Joe Biden ha mantenido algunos rasgos—, Estados Unidos no ha abandonado del todo el “modelo de la guerra contra el terrorismo”, como demuestran los temores sobre una posible pujanza de Al Qaeda o del Estado Islámico (EI) tras la retirada de Afganistán, indicó Adams.

“Es como si siguiéramos enterrados en el trauma del 11-S”, afirmó Adams, quien cree que no se han disipado “ni el instinto hegemónico ni el miedo”.