Ahora se estacionan autobuses para dejar a los pasajeros debajo de un gran pabellón circular, donde las desaliñadas familias se forman en línea, mientras esperan por un examen de despistaje de coronavirus. Los que dan positivo deben permanecer en el campamento, a menudo con sus familias, hasta que estén libres del virus.
Hasta esta semana, al menos mil migrantes estaban alojados en el abarrotado campamento, erigido por el gobierno de McAllen, una ciudad cercana, como una medida de emergencia para contener la propagación del virus más allá de la frontera suroeste. Alrededor de mil personas más están en cuarentena en otras partes del Valle del Río Grande, algunas de ellas en habitaciones de hotel pagadas por una organización benéfica privada.
Las ciudades al sur de Texas, los pasos fronterizos más transitados, se encuentran ahora en una terrible situación por el encuentro de dos crisis internacionales: una ola creciente de migrantes y la propagación de la variante delta, que ha obligado a los líderes de la ciudad y a organizaciones no gubernamentales a intensificar la aplicación de pruebas y las medidas de cuarentena, al tiempo que la Patrulla Fronteriza continúa absteniéndose de realizar pruebas a los migrantes recién llegados.
En medio de un feroz resurgimiento de contagios por coronavirus en muchas partes del país, algunos políticos conservadores, incluidos los gobernadores de Texas y Florida, han responsabilizado a la administración Biden por su incapacidad de frenar la afluencia de migrantes ante el aumento del número de casos.
De hecho, la gran operación en McAllen y otras similares hace que eso sea extremadamente improbable, y los funcionarios de salud pública y los líderes electos de la localidad señalan que la región enfrentaba un número creciente de casos incluso antes del reciente aumento en los cruces fronterizos.
“No podemos atribuir el aumento de las cifras del coronavirus a los migrantes”, declaró el alcalde de McAllen, Javier Villalobos. El alcalde dijo que, el 2 de agosto, los funcionarios de la ciudad y el condado emitieron una declaración de desastre y procedieron a establecer un centro de cuarentena después de que se hizo evidente que el aumento de cruces fronterizos representaba un riesgo para la salud de los residentes locales.
Hasta el martes, de los 96 mil 808 migrantes que pasaron por McAllen este año y fueron sometidos a una prueba de coronavirus, ocho mil 559 habían dado positivo.
Sin embargo, la prevalencia del virus entre los migrantes hasta ahora no ha sido mayor que aquella presente en la población estadounidense en general, según expertos médicos, y las tasas de positividad más altas en el país no se encuentran en las comunidades a lo largo de la frontera. Más bien, se encuentran en áreas con bajas tasas de vacunación y sin mandatos de uso de mascarilla.
A principios de agosto, la tasa de positividad entre los migrantes atendidos por Caridades Católicas en McAllen alcanzó el 14.8 por ciento, después de oscilar entre el 5 y el 8 por ciento desde finales de marzo hasta principios de julio, pero no ha superado la tasa entre los residentes locales.
La semana pasada, en el condado de Hidalgo, la tasa de positividad de los migrantes fue de alrededor del 16 por ciento en comparación con el 17.59 por ciento de los residentes, que han tenido poca o ninguna interacción con los migrantes.
“¿Es esta una pandemia de los migrantes? No, es una pandemia de los no vacunados”, dijo la semana pasada, durante una conferencia de prensa, Iván Meléndez, la autoridad sanitaria del condado de Hidalgo.
Incluso sin los desafíos que representa el covid-19, el aumento ha afectado a los refugios locales, donde las familias generalmente se quedan el tiempo suficiente para bañarse, descansar y reservar viajes a destinos en todo el país.
La hermana Norma Pimentel, directora ejecutiva de Caridades Católicas del Valle del Río Grande, que administra un refugio que tiene espacio para 1200 migrantes en el centro de McAllen, dijo que tuvo que sonar las alarmas la semana pasada porque la Patrulla Fronteriza estaba dejando a demasiadas personas en la puerta del refugio.
“Le dije al alcalde: ‘Necesito ayuda’”, relató. “Nunca antes habíamos visto estos números”.
“El problema no era que un porcentaje más alto de familias dieran positivo por el coronavirus”, dijo Pimentel. “El problema fue que la cantidad de personas que llegaban era tan alta, que había más casos positivos entre ellas”.
En una hora, el ayuntamiento de McAllen votó para albergar a los migrantes en tiendas de campaña en terrenos de la ciudad, lo que provocó protestas entre algunos residentes. El refugio compuesto por tiendas pronto se trasladó al Parque Anzalduas, bien alejado de la ciudad.
Desde el año pasado, Caridades Católicas ha estado aplicando pruebas a las familias migrantes para detectar el virus inmediatamente después que la Patrulla Fronteriza los deja en libertad, y aísla en su refugio del centro de la ciudad a los que dan positivo. En febrero, en medio de un aumento de nuevos migrantes, comenzó a enviar a esas familias a moteles.
El problema estalló a finales de julio después de que un residente de La Joya, una ciudad cercana, le hiciera señas a un oficial de policía para denunciar a una familia de migrantes que parecían presentar síntomas similares a los del coronavirus mientras cenaban en un Whataburger.
El restaurante de comida rápida está a tres minutos caminando de un Texas Inn, donde se había estado hospedando la familia infectada, según el sargento Ismael Garza, un oficial de policía local. Pronto se supo que el motel era uno de varios en el Valle que estaban albergando en cuarentena a muchos otros migrantes también afectados por el virus.
“Lo publicamos en Facebook, y ya sabes…”, relató Garza casi susurrando.
La publicación, titulada “Alerta covid-19”, decía que los agentes no sabían que los migrantes que habían dado positivo en la prueba se encontraban en el hotel y señalaba que se habían observado entre 20 y 30 de ellos “paseando en la calle, la mayoría de ellos sin mascarillas”.
Pronto, Fox News llegó al lugar de los hechos.
Una tarde reciente, las puertas de todas las habitaciones del motel color arena de dos pisos en La Joya estaban cerradas. La zona de la piscina estaba vacía. Un hombre que estaba sentado en un Volkswagen Beetle azul, estacionado directamente frente al complejo, dijo que su trabajo era asegurarse de que ningún migrante saliera de su habitación. La comida se dejaba en sus puertas tres veces al día, dijo.
El propietario del motel, Sam Patel, dijo que unas 15 habitaciones estaban ocupadas por migrantes que tenían el virus, la mitad de la cifra inicial.
Una enfermera iba al motel dos veces por semana, dijo. “Todo se hace con seguridad”.
Las ubicaciones de los moteles donde se encuentran los migrantes en cuarentena no han sido divulgadas, y Vilma Ayala, de 60 años, dijo que pasó la noche en uno de ellos, solo para darse cuenta de que muchos otros huéspedes eran migrantes con coronavirus.
“Nunca nos dijeron que estaban usando este hotel para personas con covid”, dijo Ayala, quien no había sido vacunada. Dijo que empezó a sospechar cuando vio que llevaban comida a varias habitaciones. Ella reclamó y recibió un rembolso.