1502. Cuarto y último viaje de Cristóbal Colón a las Américas. Cuatro carabelas con ciento cuarenta tripulantes. Tardaron dos meses en cruzar el Atlántico. El Caribe los recibió con tormentas huracanadas y olas de cinco metros. Se refugiaron en el actual archipiélago de Bocas del Toro, en el occidente panameño. Colón quedó fascinado con esa bahía inmensa y serena, colmada de delfines. La bautizó con su nombre: Almirante a la Bahía y Colón a la isla principal. Buscaban un paso hacia el océano Pacífico.
Los indígenas de la zona llegaron en canoas con frutos y obsequios. Los españoles solo tenían ojos para las láminas de oro que llevaban como collares. Les preguntaron de dónde las sacaban. Les contestaron que a un par de días de navegación, hacia el oriente, podía encontrarse ‘oro infinito’. A ese lugar, los nativos Gnäbes y Buglé, lo llamaban Veraguas.
Los europeos pusieron proa hacia allí y decidieron fundar un asentamiento en la desembocadura de un río al que bautizaron Belén. Convencieron a los indígenas para que los llevaran a sus minas. Apenas ingresaron al bosque veían brillar piedras en las raíces de los árboles. Podían conseguir oro revolviendo la tierra con las manos. Colón escribió para los reyes de España: “he visto más oro en dos días en Veraguas que en dos años en La española -República Dominicana-”.
Nacía entonces el mito negro del ‘oro infinito’ que seguiría vivo, siglo tras siglo, hasta llegar al día de hoy. Después de 515 años de la llegada de Colón, se vuelve a lanzar una campaña que crece silenciosamente y compromete la vida de decenas de comunidades en uno de los últimos pulmones de bosque primario de Panamá en el corredor biológico Mesoamericano. La amenaza es un proyecto extractivista que incluye hidroeléctricas, megaminería, una red de transmisión eléctrica para exportar energía a la región y decenas de kilómetros de caminos e infraestructura en bosques protegidos. Todo comienza con una trocha de treinta kilómetros de asfalto que terminará de comunicar la carretera panamericana con el Caribe. Es un proyecto que el estado panameño bautizó, con sensibilidad de piedra, como “La conquista del Atlántico”.
Abriendo camino
La carretera que se abre paso a través de las montañas de la provincia de Veraguas, se planificó a mediados de los años ‘70, durante el régimen del general Omar Torrijos. Al mando de un país ocupado por las bases militares de Estados Unidos y partido en dos por un canal que no le pertenecía, Torrijos creía que estas montañas alimentarían la riqueza nacional. No eran tiempos de cambio climático ni apocalipsis ambiental. La deforestación no era una decisión suicida sino la esperanza: la ampliación de la frontera agropecuaria podía ser un motor del desarrollo. Torrijos realizó varios intentos, sin suerte. Torrijos, fascinado, visitaba estas tierras en forma constante y allí encontraría su propia muerte, en 1981, cuando la avioneta en la que viajaba se estrelló contra un peñón cerca de Coclé del Norte.
El proyecto de la carretera quedó en un limbo.
Hasta que en 2004 el hijo de Torrijos, Martín, llegó a la presidencia y decidió poner en marcha el viejo proyecto de su padre. Fue entonces que inició la construcción de la primera fase de la carretera, entre Santa Fe y Guabal. No le tembló el pulso para atravesar con el trazado el Parque nacional Santa Fe.
La segunda fase, la más crítica, se inició en 2014 y está en obra, con un avance del 60%. Serán treinta y tres kilómetros a través de la selva que avanza sobre diversas comunidades indígenas y terminará de consolidar un corredor vial desde la carretera Panamericana hasta el mar Caribe. A las comunidades se les dijo que era un proyecto social para mejorar su conexión con el mundo.
El Ministerio de Ambiente de Panamá autorizó el Estudio de Impacto Ambiental que permite el avance de maquinaria pesada sobre bosques primarios y permite a las empresas producir las materias primas necesarias en estas mismas montañas. Así se hicieron exploraciones mineras volando cerros con dinamita y se montaron inmensas canteras a la vera de distintos ríos que absorben piedra de los lechos para molerlas y conseguir el material para la construcción. Cómo en Río Luis donde funciona una de las canteras más grandes. El diario La Prensa denunció meses atrás que había niños afectados por beber aguas de las quebradas, como lo hicieron siempre. La Defensoría del Pueblo inició una investigación de oficio.
“Yo creo que la carretera va a traer cosas buenas y cosas malas”, dice Mariela, joven Buglé, mientras amamanta a sus hijos en una pequeña casade madera y paja al borde de lo que será la carretera. Tiene una pequeña fogata encendida donde cocina sopa de plátano. “Las cosas buenas serán para los de afuera y las malas para nosotros” afirma. “Vinieron aquí y nos dijeron que iban a hacer esto para los pobres. Pero si no tenemos los dólares para pagar el transporte no nos lleva nadie”.
Resistencia ancestral
El escritor caribeño Franz Fannon, autor de Los condenados de la tierra, habla de la zona del ‘no-ser’ para explicar cuál es el lugar que la sociedad occidental le da a los pueblos originarios: un espacio brumoso de individuos sin rostro ni derechos, que siempre pueden ser desplazados en nombre del progreso.
La economía panameña, con el mayor crecimiento de América Latina durante la última década, mantiene un nivel de desigualdad de los más altos del mundo. En el marco de esa desigualdad, los pueblos originarios son particularmente castigados. Si el Estado invierte 480 dólares por habitante al año, en los pueblos ancestrales esa cifra se reduce a 200 al año por habitante, según el Atlas de Desarrollo Humano de Naciones Unidas.
Desde la ciudad, se considera a los bosques en el interior del país como tierra inhóspita, deshabitada y salvaje. Selva que hay que desarrollar. Pero en las montañas del norte de Santa Fe de Veraguas viven cerca de 40 mil personas, en su mayoría indígenas y campesinos. Sin luz, sin agua corriente, sin cloacas, viven una vida premoderna. No hay división entre ser humano y naturaleza. Para ellos el bosque es un espacio de vida, no una oportunidad de negocios.
La gente casi no maneja dinero. Solo ingresa efectivo cuando trabajan como jornaleros -a 5 dólares el día- o cuando reciben alguna ayuda del Estado. La comunicación entre las comunidades sucede caminando a través de pequeños senderos enlodados en la selva cerrada. Deben caminar horas para llegar a un centro de salud precario; el hospital más cercano se encuentra lejos. Solo van en caso de emergencia. Los niños nacen en sus casas y la medicina chamánica sigue siendo la opción más recurrente.
Estas montañas son el último refugio de bosques primarios en un país que en los últimos 80 años perdió el 65% de su cobertura boscosa según sentenció el ambientalista del Instituto Smithsonian Stanley Heckeadon en el documental Cuando vuelvan los Bosques, recién estrenado.
La historia enseña que cada vez que se abrió un acceso hacia este tipo de zonas, luego de la carretera, llegó la deforestación masiva.
“Cuidar la naturaleza es cuidarse a uno mismo”, explica Cristina, una joven Buglé. “Es la única forma de sobrevivir”.
En Panamá, el 50% de los bosques están en las comarcas indígenas, aunque solo controlan el 17% del territorio nacional según el Programa Conjunto de las Naciones Unidas para la reducción de las emisiones por deforestación y degradación de los bosques (ONU-REED). Si a eso se le suman las zonas de uso colectivo no legalizadas, la cantidad aumenta aún más.
Según estás estadísticas es mucho más efectivo legalizar territorio a los pueblos originarios que crear áreas protegidas. Quizá por eso el ecologista canadiense David Suzuky afirma que el camino para revertir el cambio climático no está en seguir a los ambientalistas sino a los pueblos originarios. Es decir, el futuro de la humanidad será indígena o no será. Están en la primera línea de batalla enfrentando con palos y piedras a ejércitos y transnacionales. Sólo en 2017 murieron de forma violenta ciento treinta dirigentes alrededor del mundo, según reportó Climate Home.
“El gobierno lo que quiere es titularnos la tierra de forma individual. Una finquita para cada familia. Y nos negamos a eso porque acabaría con nuestra forma de vida. Es una trampa. Después los especuladores nos compran de a uno en uno”.
Pro mundi beneficio
El pasado 9 de octubre, en la Gaceta Oficial, el gobierno de Panamá solicitó a la asamblea Nacional la creación de la Empresa Nacional de Recursos Minerales. Es una decisión estratégica íntimamente ligada al avance sobre las tierras del Caribe que pone de manifiesto la visión de desarrollo que tiene el Estado.
Según la Dirección Nacional de Recursos Minerales hay en el país dieciséis proyectos aprobados de extracción metálica en distintas fases. La mitad corresponden a la zona de Donoso y Veraguas. Es aquí donde están las segundas reservas de cobre más importantes del mundo, luego de Chile.
Solo el proyecto Minera Panamá, a punto de empezar las operaciones de extracción, promete obtener 200 mil millones de dólares en treinta años. Son cuatro zonas que suman trece mil hectáreas. La empresa está realizando la inversión privada más grande de la historia de Panamá con más de 6 mil millones de dólares. Los dueños del proyecto, la empresa canadiense First Quantum Minerals afirma que aumentará el PBI en un 4% a lo largo de los 30 años que dura su licencia de explotación -prorrogables por 20 años más-. La inversión incluye un puerto propio sobre el Caribe para la exportación directa y una generadora de energía a base de carbón de 300 MW, que excede largamente la energía que se necesita para el funcionamiento de la mina. La capacidad del Estado para controlar el pago de regalías y la sostenibilidad de la extracción está en entredicho.
Sobre la salida del Canal de Panamá en Atlántico, cerca de la ciudad de Colón, la empresa multinacional AES de origen norteamericano, está construyendo una planta generadora de energía utilizando gas licuado de 380MW. Por su parte, el grupo chino Shanghai Gorgeous anunció una inversión de 1800 millones de dólares para construir un nuevo puerto de contenedores y otra planta de energía a base de gas que generará 350 MW.
Para incorporar toda esta energía a la red nacional, el gobierno proyecta construir la cuarta línea de transmisión que recorra la costa Caribe y se conecte hacia Colombia y Costa Rica. Esta infraestructura iría paralela al mar y se construiría conjuntamente con una carretera que unirá el nuevo puente sobre el Canal con la carretera en el norte de Santa Fe, en Calovébora. Y luego continuará hacia Bocas del Toro donde se encuentran las Hidroeléctricas Fortuna de la italiana ENEL, Changuinla 1 y la futura Changuinola 2 en fase de diseño de AES.
En Panamá hay setenta y un proyectos hidroeléctricos en distintas fases de desarrollo, diez de los cuales están en Veraguas, incluyendo una en Santa Fé, Guayabito. La potencialidad de los ríos que desembocan en el Carbe prometen nuevos proyectos. Incluso, sobre el Cerro Tute, dónde el diputado Gonzalez logró titular su finca, se proyecta un inmenso campo de producción Eólica que ocuparía más de mil héctareas dentro del Parque Nacional.
En los últimos diez años el consumo de energía eléctrica se duplicó en Centroamérica y Panamá se propone como una solución para el crecimiento de la demanda: esta inmensa infraestructura permitiría la exportación de energía a este creciente mercado.
Semanas atrás la Asamblea Nacional aprobó en primer debate una ley que abriría la posibilidad de poner en venta terrenos costeros para desarrollos turísticos en zonas protegidas en Donoso, límite de Veraguas. Quieren vender las playas para desarrollos turísticos. Para construir Resorts de lujo y apartamentos de playa. Una estocada de muerte a las tierras y la cultura Buglé.
Cómo se advierte, la Conquista del Atlántico va más allá de la construcción de una carretera.
Sigue siendo, cinco siglos después, el mismo choque de civilizaciones: el pensamiento comunitario contra el individualismo feroz. Sostenibilidad versus rentabilidad. Conservación versus progreso permanente. La batalla de una forma de vivir en la tierra contra una forma de usufructuar esa tierra. Puede parecer exagerado, pero las consecuencias de este tipo de disputas excede a Panamá: está en juego el futuro de nuestra especie.
Créditos:
- Coordinación general y textos: Guido Bilbao
- Investigación: Israel Gonzalez, Sol Lauría, Guido Bilbao y Andrea Gallo
- Es una investigación auspiciada por el Pulitzer Center on Crisis Reporting