Ahora que los buques de guerra chinos circulan frente a las costas de Taiwán y los misiles caen en sus mares, la lealtad dividida de los dos propietarios de la cafetería dice mucho sobre un cambio generacional en Taiwán que ha transformado la relación de la democracia insular con China.
Si China intentara tomar Taiwán por la fuerza, Chiang Chung-chieh, de 32 años, lucharía, aunque las posibilidades de ganar sean escasas. Ting I-hsiu, de 52 años, dijo que “se rendiría”.
Con una cultura forjada por épocas de pueblos indígenas, cientos de años de inmigración china, la ocupación colonial japonesa y un duro periodo de ley marcial, Taiwán no es monolítica. Durante sus tres décadas como democracia, existen debates sobre si hay que ceder u oponerse ante China, que se dividen en función de la edad, la identidad y la geografía.
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En los últimos años, ante la creciente belicosidad de China, el punto medio ha cambiado. Ahora, cada vez más, los taiwaneses se identifican a sí mismos como ajenos a China. Para ellos, China representa una amenaza existencial de un modo de vida plural y democrático. No consideran que Taiwán forme parte de una familia dividida desde hace mucho tiempo, como describen la relación Ting y muchas personas de más edad, afines a China.
Incluso en las islas taiwanesas más cercanas a China, que históricamente han tenido una inclinación más favorable al país vecino, Ting es una raza en extinción. De forma contradictoria, la generación de más edad, que recuerda con mayor intensidad los ataques de China de hace décadas, es la más amistosa con esta nación. Como beneficiarios de la liberalización económica china y receptores de una educación que enfatizaba los vínculos con China, recuerdan los años en los que este país se abrió al mundo e hizo ricos a muchos, antes de que Xi Jinping se convirtiera en el máximo dirigente. Para los taiwaneses más jóvenes, su visión de China es la que ha forjado Xi, una tierra antiliberal decidida a negarles su capacidad de elegir a sus propios líderes.
Aunque Chiang ha tenido experiencias similares a las de Ting (ambos han pasado temporadas en China y han vivido gran parte de su vida en Kinmen), valora la apertura de Taiwán y se siente amenazado por Pekín.
“Aprecio la libertad y la democracia de Taiwán y no quiero que otros me unifiquen”, dijo.
Esta perspectiva, endurecida por décadas de gobierno democrático, así como por los incesantes esfuerzos de China por aislar a Taiwán y, más recientemente, por desmantelar las instituciones democráticas de Hong Kong, explica la reacción moderada de muchos a las maniobras militares chinas en respuesta a la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi. Es lo que muchos han llegado a esperar de China.
Incluso en la cafetería del fuerte San Jiao, construido a su vez sobre un fragmento de detritus histórico de un pasado no tan lejano de confrontación militar directa, ha habido indiferencia ante las nuevas amenazas. En contraste con los tanques que se oxidan en la playa bajo el fuerte, el material desechado que recuerda los días en que las dos partes se atacaban entre sí con fuego de artillería, los simulacros se han llevado a cabo muy lejos, en los cielos y los mares.
El viernes pasado, China envió aviones de combate, bombarderos y más de 10 destructores y barcos de escolta a zonas cercanas a Taiwán, algunos de los cuales cruzaron la línea media del estrecho de Taiwán, que separa la China continental de la isla. El lanzamiento provocador por parte de China de al menos 11 misiles en el primer día de los ejercicios, uno de los cuales cruzó por encima de Taiwán, ha sido invisible para la mayoría.
En la costa de las islas Matsu de Taiwán, un archipiélago cercano a la China continental, la vida transcurría en su mayor parte con normalidad, a pesar de estar a solo 40 kilómetros de uno de los lugares donde se llevaron a cabo los ejercicios. Junto a los soldados taiwaneses que cargaban proyectiles de artillería en un barco de transporte, continuaba la limpieza voluntaria de la playa. Muchos dijeron que las cosas habían sido peores antes.
Endurecidos por décadas de estancamiento militar, los residentes de más edad se mostraron indiferentes ante las tensiones. Durante un enfrentamiento entre Estados Unidos y China en 1995 y 1996, antes de las primeras elecciones presidenciales directas de Taiwán, recordaron cómo la gente huía de las islas más pequeñas y corría a los bancos para sacar sus ahorros durante los actos militares chinos.
“La gente corría para salvar su vida”, dijo Pao Yu-ling, de 62 años.
Pao está convencida de que, al igual que la última vez, no se conseguirá gran cosa. Extrañamente, su hija de 35 años de edad, Chang I-chieh, está de acuerdo con ella.
Su hija apenas recuerda las maniobras militares del pasado durante la tercera crisis del estrecho de Taiwán, como se denominó el enfrentamiento de aquel entonces. En cambio, dijo que las excavadoras de arena chinas, que en fechas recientes abundan en los mares cercanos a las islas, eran una señal más palpable de la agresión china.
Ahora ve el autoritarismo chino con una mirada crítica. Aunque su madre cree que el crecimiento económico debe ser lo primero y admira los nuevos edificios que se han levantado en las islas chinas cercanas, Chang dice que la libertad y la democracia son primordiales.
“Sun Yat-sen, el padre de nuestra patria, tardó tanto en ganar la revolución para sacarnos de la dictadura, ¿por qué deberíamos volver?”, cuestionó.