Pero Bolsonaro podría perder el poder debido a una dificultad inesperada y para la cual su manual político no tiene una respuesta fácil: la inflación.
En Brasil, un país con antecedentes relativamente recientes de episodios inflacionarios desastrosos, los precios suben a los niveles más altos de las últimas dos décadas. La moneda ha ido perdiendo su valor constantemente, al depreciarse alrededor del 10 por ciento contra el dólar solo en los últimos seis meses. Y su economía, la mayor de América Latina, volvió a entrar en recesión en el tercer trimestre del año.
Eso ha inquietado a personas como Lucia Regina da Silva, una asistente de enfermería retirada de 65 años de edad que solía apoyar a Bolsonaro. Ha visto cómo en el último año los precios al alza han erosionado el poder de compra de su humilde pensión mensual.
“Yo creía que este gobierno mejoraría nuestra vida”, dijo Da Silva en una mañana reciente, mientras empujaba un carrito de supermercado casi vacío —algunas verduras y artículos de uso personal era todo lo que le alcanzaba— por los pasillos de Campeão, una cadena de supermercados económicos de Río de Janeiro. “Pero esto fue un error”.
Bolsonaro forma parte de una generación de populistas de derecha que, en la última década y media han ascendido al poder en democracias como Turquía, Brasil y Hungría y cuyos mandatos han coincidido, al menos en principio, con periodos de sólido desempeño económico en sus países. Han permanecido en el poder azuzando las pasiones nacionalistas y causando profundas divisiones en el electorado con temas culturales candentes. En el camino se han apropiado de los medios y amedrentan a sus oponentes.
Ahora estos líderes autoritarios —entre ellos Bolsonaro, el primer ministro de Hungría Viktor Orban y
el presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan
— batallan con el alza de los precios y enfrentan elecciones nacionales en los próximos dos años. La inflación, un peligro nuevo e inesperado, amenaza con organizar y animar a la oposición política en los países de estos tres líderes de un modo que pocos habrían predicho hace unos meses.
En Hungría, donde los precios al consumidor aumentan a la mayor velocidad desde 2007, los sondeos sugieren que Orban enfrentará su elección más dura el próximo año, cuando el costo de vida y los bajos salarios serán las principales preocupaciones para los votantes.
Los votantes en la cercana República Checa —que ha enfrentado una inflación creciente y elevados costos de energía—acaban de sacar del poder por un estrecho margen a Andrej Babis, el primer ministro multimillonario populista y de derecha del país.
La situación de Bolsonaro, cuyo gobierno ha sido muy afectado por la gestión de la crisis de covid, se ha tambaleado y las encuestas lo muestran muy por detrás de quien probablemente sea su contendiente en 2022, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.
En preparación, Bolsonaro ha empezado a poner los cimientos para disputar los resultados de la votación del año entrante, que los sondeos sugieren que perdería si se realizara hoy. “Quiero decirles a aquellos que quieren lograr que en Brasil no me elijan, que solo Dios me quitará”, le dijo a una multitud entusiasta en Sao Paulo en septiembre.
Pero Da Silva ya ha incorporado la crisis económica a su incipiente campaña. “El gobierno de Bolsonaro es responsable de la inflación”, dijo en una entrevista. “La inflación está fuera de control”.
La situación es más seria en Turquía, donde las políticas económicas poco ortodoxas del presidente Erdogan han desatado una crisis monetaria total. El valor de la lira se colapsó aproximadamente 45 por ciento este año. Y los precios aumentan a una tasa oficial de más de 20 por ciento anual, una cantidad que los cálculos extraoficiales ubican en un porcentaje mayor.
Los países con líderes derechistas no son los únicos que se tambalean por la inflación. En Estados Unidos los precios aumentan a la mayor velocidad registrada desde 1982. Y los populistas de izquierda, como los que gobiernan en Argentina, también compiten contra feroces corrientes inflacionarias, que los tienen a la defensiva.
El repunte representa una ruptura repentina con la tendencia de crecimiento lento e inflación moderada que dominó la economía mundial durante aproximadamente una docena de años antes del impacto de la pandemia. Ese telón de fondo de bajo crecimiento permitió a los poderosos bancos centrales de Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido mantener bajas las tasas de interés. Y esas decisiones tuvieron grandes implicaciones para los países más pobres de todo el mundo.
Eso se debe a que las políticas de bajo interés formuladas por los bancos centrales, entre ellos la Reserva Federal, reducen los retornos que los inversionistas en los países ricos pueden conseguir al comprar bonos del gobierno en sus países de origen, lo que los impulsa a emprender inversiones más arriesgadas en mercados emergentes que prometen mayores retornos.
Los economistas dicen que el flujo de dinero hacia los países en desarrollo podría haber sido un elemento poco apreciado del éxito del que han gozado los líderes populistas de derecha en años recientes, pues les brindó un viento económico favorable que coincidió con sus mandatos.
Turquía, que en 2009 sufrió una aguda recesión, pudo recuperarse de una manera relativamente rápida gracias a un auge de préstamos de inversionistas extranjeros que le dieron un gran impulso al crecimiento. La elección de Bolsonaro en 2018 coincidió con un renovado impulso para disminuir las tasas de interés de la Reserva Federal, lo que llevó a los inversionistas estadounidenses a comprar más deuda de mercados emergentes y ayudar a levantar el real.
“Desde la recesión financiera global, el ambiente macroeconómico global fue una bendición para los autoritarios”, dijo Daron Acemoglu, profesor de economía en el Instituto Massachusetts de Tecnología que ha estudiado el deterioro de las democracias. “Básicamente, con tasas de interés muy bajas, hizo que muchos países que ya tenían o democracias débiles o semi autoritarismos, o francos autoritarismos, siguieran siendo atractivos para el capital extranjero”.
Pero cuando la economía global empezó a recuperarse de la pandemia este año, una combinación de perturbaciones en la cadena de suministro, la impresión de moneda de los bancos centrales y el gasto público dirigido a aprovechar la recuperación dieron lugar a un alto incremento en los precios de todo el mundo. Esto hizo que los líderes de muchos países en desarrollo ajustaran sus políticas y que los inversionistas globales repensaran sus inversiones en esos mercados.
Claudia Calich, líder de deuda en mercados emergentes en M&G Investments en Londres, ha invertido en bonos gubernamentales turcos, con denominación en liras, durante años. Pero, según Calich, el aumento en la presión pública que Erdogan ejerció este año en el banco central para recortar las tasas de interés ocasionó que el fondo se deshiciera de toda su inversión.
“Tan pronto como empezamos a ver este año que los cambios iban en la dirección equivocada, es decir hacia una mayor reducción de tasas, entonces nos empezó a preocupar la moneda”, dijo Calich. “Esta ha sido, hasta ahora, la respuesta equivocada en materia de políticas. Y sí, hemos estado muy contentos de salirnos de esa posición”.
Hay pocas opciones políticamente aceptables para los países de mercados emergentes que se enfrentan a un repunte inflacionario y al debilitamiento de las monedas. Pero por varias razones, el aumento inflacionario es un terreno político especialmente complicado para populistas como los señores Orban, Erdogan y Bolsonaro, quienes se enfrentan a elecciones en 2022 o 2023.
Su enfoque personalista de la política —y el hecho de que todos llevan años en el poder— dificulta que intenten evadir la culpa por las condiciones económicas. Al mismo tiempo, su tipo de populismo, que enfatiza las rivalidades nacionalistas y en el pasado ha dado resultados, puede parecer fuera de la realidad para los ciudadanos cuyo nivel de vida se desploma rápidamente.
El remedio tradicional para la inflación requeriría una combinación de tasas de interés más elevadas por parte del banco central y menor gasto público. Pero ambas medidas podrían afectar el crecimiento económico y el empleo, al menos el corto plazo, lo que podría empeorar las perspectivas de reelección.
En Turquía, Erdogan —que ha adoptado un estilo de liderazgo cada vez más autoritario desde que sobrevivió a un intento de golpe en 2016— ha descartado una respuesta convencional. En semanas recientes, el Banco Central de la República de Turquía, que Erdogan básicamente controla personalmente, ha recortado las tasas de interés repetidamente.
La mayoría de los observadores consideran que Erdogan ha empeorado una situación de por sí difícil, pues la perspectiva de más recortes a las tasas de interés y el declive monetario ha hecho que los inversionistas extranjeros retiren su dinero de Turquía.
Al mismo tiempo, los vientos políticos también parecen soplar en contra de Erdogan. La situación económica que cada vez está peor ha motivado algunas protestas callejeras dispersas. Los políticos de oposición piden unas elecciones anticipadas para lidiar con la crisis mientras insisten en criticar a Erdogan por lo que dicen que ha sido una gestión económica desastrosa.
Orban y Bolsonaro, quienes alguna vez se perfilaron como conservadores al formular los presupuestos, han abandonado sus posiciones anteriores. En cambio, están impulsando un aumento a corto plazo del gasto gubernamental para proporcionar una entrada de efectivo a los votantes antes de las elecciones del próximo año. Sin embargo, no está claro que este enfoque ayude, ya que es probable que empeore las presiones inflacionarias.
Una tarde reciente, sentado en una banca de un mercado local de productores en Budapest, Marton Varjai, de 68 años, se reía del cheque por aproximadamente 250 dólares que Orban le había enviado hace poco como parte de un pago que el gobierno autorizó para todos los pensionados, que representan un 20 por ciento de la población.
Varjai cobra una pensión mensual de aproximadamente 358 dólares, de los cuales destina el 85 por ciento al pago de medicinas y servicios. “El resto es lo que tengo para vivir”, dijo y añadió que le preocupaba que le alcanzara para llegar a fin de mes.
Estos sentimientos se están convirtiendo en un foco cada vez más importante para los votantes húngaros. Un estudio reciente de Policy Solutions, un grupo progresista de expertos en Budapest, encontró que los húngaros están más preocupados por el costo de la vida y los bajos salarios.
“Si estos temas dominan las campañas, no será bueno para Fidesz”, dijo Andras Biro-Nagy, director de Policy Solutions, en referencia al partido oficialista de Orban.
Matt Phillips cubre mercados financieros. Antes de integrarse a The New York Times en 2018, fue editor jefe de Vice Money e integrante fundador del personal en Quartz, el sitio de negocios y economía. Pasó siete años en The Wall Street, donde cubría mercados bursátiles y de bonos.
Carlotta Gall es la jefa del buró de Istanbul y cubre Turquía. Previamente ha reportado sobre los efectos de la Primavera Árabe desde Túnez, de los Balcanes durante la guerra en Kosovo y Serbia y ha cubierto Afganistán y Pakistán.