“El Señor Ballena protege a los pescadores cuando están en el mar. Cuando hay una tormenta, les lleva a la zona más tranquila y les protege de las olas”, dice sin atisbo de duda Dung Tam, un antiguo pescador de 64 años que ahora oficia de custodio del templo.
Tam explica que antes de salir a la mar por periodos largos la mayoría de pescadores pasan por el templo, idéntico a una pagoda budista, y ofrecen generosas donaciones al dios ballena para pedir su protección.
“Los más humildes dan un millón de dongs (US$50), pero los patrones o aquellos que se van a pescar para más tiempo ofrecen hasta 20 millones (US$1 mil)”, explica.
En la parte trasera del edificio, en una estancia que solo se abre en ocasiones especiales, descansan los esqueletos de dos ballenas que, según los lugareños, quedaron varadas en la isla hace más de cien años.
“Solo podemos abrir la habitación donde están los huesos si lo permite el “Ca ong”, apunta Tam.
Después de varios rituales y una ofrenda ante el altar, el custodio afirma que el dios ballena autoriza que se abra la habitación y descubre los huesos, polvorientos y amontonados sin ningún orden.
“Los limpio una vez al año, antes del año nuevo lunar”, dice.
En una isla como Ly Son, en la que tres mil de sus 21 mil habitantes se dedican a la pesca, la adoración de las ballenas es algo que a nadie le resulta extravagante, un fenómeno que se repite en comunidades de toda la costa vietnamita.
En su obra Culto a las ballenas en Vietnam, la investigadora sueca Sandra Lantz afirma que “prácticamente todos los pueblos pesqueros de Vietnam tienen al menos un templo dedicado a las ballenas”.
“Los pescadores ven al “Ca Ong” como a un dios y piden su protección en el mar”, indica.
La investigadora sueca Sandra Lantz afirma que prácticamente todos los pueblos pesqueros de Vietnam tienen al menos un templo dedicado a las ballenas.
Aunque los avistamientos de ballenas no son tan frecuentes como en el pasado, los marineros aseguran que siguen encontrándolas de vez en cuando y que les salvan de los peligros.
“Cuando se acerca una al barco la dejamos ir, esperamos a que se vaya sin sacar las redes para evitar hacerle daño”, explica Tran Minh Viet, uno de los pescadores.
Pero el acontecimiento que de verdad moviliza a todo el pueblo es la aparición de una ballena varada cerca del pueblo.
A pocos metros del templo de Tan, delante de una pagoda y una iglesia católica, está enterrada la última ballena que fue a morir a las playas de la isla, hace ahora ocho años.
No hay ninguna lápida, pero todos los lugareños reconocen el túmulo de arena de unos ocho metros de largo en el que reposan los restos del cetáceo.
“Cuando una ballena muere la llevamos hasta la playa para enterrarla y celebramos un funeral en el que participa todo el pueblo. Si es muy pesada y los hombres no pueden arrastrarla, rezamos para que el mar nos ayude a llevarla”, dice Tam.
Los pescadores creen que el cetáceo muerto lleva a la orilla las almas de los marineros que perecieron en el mar y además traerá buena suerte a los primeros en descubrirla.
Cuando pasan 10 años, los huesos son desenterrados y guardados a uno de los templos dedicados a este culto.
La adoración a las ballenas está tan arraigada que a ninguno de los marineros presentes en el templo les parece posible que alguien agreda a estos animales.
A la pregunta de qué castigo divino recibiría aquel que quitara la vida a estos mamíferos, el custodio del templo se encoge de hombros y esboza una media sonrisa: “No lo sabemos. Nadie mata ballenas”.