A finales de la década de 1990, casi toda América Latina se alineaba políticamente con la Casa Blanca y sus ministros de Economía cumplían con fidelidad las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI). La izquierda iba en retirada en todo el mundo después del derrumbe soviético, y la derecha ya no recurría a los golpes de Estado.
El hemisferio parecía encaminarse hacia un área de libre comercio desde Alaska a Tierra del Fuego, con EE. UU. como socio principal.
Cuando comenzó la década del 2000, México vivía días optimistas al estrenar la alternancia democrática, y Brasil, tras una fuerte crisis económica, no tenía tiempo ni para la diplomacia global ni los Juegos Olímpicos ni el Mundial de Futbol. EE. UU. prometía vínculos más cercanos que nunca con la región que siempre había considerado su “patio trasero”, y los presidentes vaqueros George W. Bush y Vicente Fox, eran los mejores amigos de la vecindad.
Desde entonces, ya nada es lo que era en el hemisferio occidental.
El analista argentino Rosendo Fraga, director del Centro Unión para la Nueva Mayoría, recordó que a finales de la década de 1990 “la democracia y el capitalismo se habían mundializado”.
El régimen de Fidel Castro en Cuba “parecía condenado a desaparecer en el mediano plazo”, y el nuevo presidente venezolano, Hugo Chávez, era “un coronel populista con pocas oportunidades de consolidarse en el poder y aislado en la región”, agregó.
Después vinieron los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 (11-S), y EE. UU. se dedicó a Medio Oriente y Asia y a su estrategia de seguridad, de acuerdo con Shannon O’Neil, asesora política del Consejo de Relaciones Exteriores en Nueva York. Latinoamérica ya no hacía bip en su radar, añadió.
Desafío
Un gesto clave que marcaría ese distanciamiento llegó poco después, cuando México y Chile —a pesar de la presión estadounidense— se negaron a apoyar la invasión a Iraq en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.
“Una parte importante de la historia de la relación entre EE. UU. y Latinoamérica en esta década es su deterioro”, expresó Jorge Domínguez, influyente profesor cubano-estadounidense de la Universidad de Harvard.
Washington no logró avances en los temas que le interesan en la región, explicó.
El Área de Libre Comercio de las Américas fracasó; la guerra al narcotráfico siguió y “su punto álgido” se mudó de Colombia a México; con el intento golpista en Venezuela en el 2002 y el golpe de Haití en el 2004, Washington “perdió la credencial” de defensor de la democracia; y tampoco pudo reformar su política de inmigración, clave en la relación con México y Centroamérica.
“En un asunto tras otro —refirió Domínguez—, el deterioro fue uno de los rasgos esenciales de esta última década”.
Meses después del 11-S, el trágico colapso económico de Argentina subrayó el creciente descontento con las doctrinas del FMI. Los latinoamericanos comenzaron a elegir más presidentes de izquierda, y algunos de estos empezaron a oponerse a Washington en hechos y palabras.
“La posición de EE. UU. en el mundo declinó tanto que ya no era un escándalo criticarlo”, comentó el historiador Peter Smith, de la Universidad de California San Diego. En el 2005, Bush fue recibido con un mitin hostil en Argentina, y al año siguiente Chávez lo acusó en las Naciones Unidas de oler a azufre, como el diablo.
“En los años de 1980, decir cosas así hubiera sido una invitación a los infantes de Marina”, aseguró Smith.
En forma paradójica, añadió, la falta de atención estadounidense tuvo resultados positivos para la región, como la mayor presencia global de Venezuela y Brasil y las mejores relaciones comerciales con China y Europa.
Sin embargo, tras alejarse de Washington, América Latina no es un bloque unido. Por un lado se encuentran Chávez y los antiimperialistas feroces; por otro, el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y otros progresistas moderados; a un costado, el colombiano Álvaro Uribe, el mexicano Felipe Calderón y algún otro aliado que le queda a EE. UU.
Consolidación
Brasil se consolida como el país más prominente, sobre todo en lo económico. “Pero aún no hay evidencia de que haya un liderazgo —político— brasileño aceptado en la región”, expuso Paulo Sotero, director del Instituto Brasil del Centro Internacional Woodrow Wilson, en Washington.
En esta década, dijo, “superada la gran crisis financiera de 1999, Brasil tuvo su gran evento político, que fue integrarse como sociedad al elegir presidente —en un país muy desigual— a un hombre del pueblo”.
Después de asumir en el 2003, Lula despejó las sospechas de radicalismo económico y logró que, por primera vez en su país, la clase media fuera mayor que la baja. “Es el gran acontecimiento —de esta década— en Brasil”, afirmó Sotero.
Brasil se planta firme y fija posiciones independientes, como la de apoyar el programa nuclear iraní, que tratan de frenar EE. UU. y otros países. Además, Lula da Silva mantiene una función central en Honduras, donde surgió una crisis institucional por el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya.
“Si alguna vez existió una hegemonía estadounidense en la región, ya se terminó”, aseveró O’Neil
Pero otros observadores no comparten esa opinión. “EE. UU. es demasiado importante” para desaparecer de la escena, argumentó Eric Farnsworth, vicepresidente del Consejo de las Américas y funcionario de la administración Clinton. Según Farnsworth, al hemisferio entero le conviene cooperar en asuntos como comercio, energía y cambio climático, para impulsar el desarrollo.
Reacción Clinton Advertencia
La secretaria de Estado de EE. UU., Hillary Clinton, advirtió esta semana a los países latinoamericanos sobre las consecuencias que puede tener para ellos ponerse del lado de Irán, y expresó su preocupación por líderes que “socavan” la democracia.
En el primero de una serie de informes diplomáticos trimestrales, dedicado a América Latina, la jefa de la diplomacia estadounidense destacó, sin embargo, que existe mayor consenso democrático en la región.
No obstante, Clinton expresó sus preocupaciones por algunas tendencias en la región, que empiezan con la creciente presencia de Irán en Latinoamérica, y la perpetuación en el poder de algunos líderes.