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Los “glaciares eternos” del oeste de Estados Unidos ya no lo son

Los cambios reflejan una cruda realidad mundial: los glaciares de montaña están desapareciendo a medida que la quema de combustibles fósiles calienta la atmósfera terrestre.

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Los glaciares a escala mundial, como el de Zongo, Bolivia, están perdiendo su hielo. (Foto Prensa Libre: EFE)

Los glaciares a escala mundial, como el de Zongo, Bolivia, están perdiendo su hielo. (Foto Prensa Libre: EFE)

PARQUE NACIONAL DEL MONTE RAINIER, Washington — Antes había 29. Ahora ha desaparecido al menos uno, quizá tres. Los que quedan tienen casi la mitad del tamaño que solían tener.

El monte Rainier está perdiendo sus glaciares. Eso es muy sorprendente porque se trata de la montaña más cubierta de glaciares del territorio contiguo de Estados Unidos.

Los cambios reflejan una cruda realidad mundial: los glaciares de montaña están desapareciendo a medida que la quema de combustibles fósiles calienta la atmósfera terrestre. Según el Servicio Mundial de Monitorización de Glaciares, la superficie total de los glaciares ha disminuido de forma constante en el último medio siglo; algunos de los descensos más pronunciados se han producido en el oeste de Estados Unidos y Canadá.

El Parque Nacional del Monte Rainier, un popular destino turístico que recibe cerca de dos millones de visitantes al año, está sintiendo los efectos con intensidad.

Las flores silvestres, una de sus principales atracciones estivales, florecen en épocas extrañas. La temporada de escalada a la cumbre de 4267 metros es más corta. Los abetos de Douglas descienden por las laderas de la montaña hacia zonas donde hay menos nieve que antes. El retroceso de los glaciares está provocando el desprendimiento de rocas que arrasan con los bosques antiguos, cambian el curso de los ríos y, lo más importante para el Servicio de Parques Nacionales, inundan las carreteras que se supone que esta agencia debe mantener para que los turistas puedan conducir y disfrutar de su naturaleza salvaje.

Un pequeño glaciar orientado al sur, el Stevens, ya no existe y ha sido eliminado del inventario de glaciares del parque. Otros dos, conocidos como Pyramid y Van Trump, “corren grave peligro”, según un exhaustivo estudio publicado este verano por el Servicio de Parques, y es muy posible que ya hayan desaparecido para cuando el organismo realice el próximo estudio en uno o dos años, según Scott R. Beason, el geólogo del parque que dirigió el estudio.

“Acabar con un glaciar no es algo que me tome a la ligera”, dijo. “Perderlos no es poca cosa”.

Su estudio utilizó mediciones históricas de glaciares, imágenes por satélite y fotografías aéreas para elaborar un mapa tridimensional de la nieve y el hielo del parque. Descubrió que el área total cubierta por hielo glaciar se había reducido un 42 por ciento entre 1896 y 2021. (Otro estudio realizado en otoño de 2022 por un glaciólogo, Mauri Pelto, concluyó que el Pyramid y el Van Trump habían desaparecido).

La cara del monte Rainier está cambiando, quizá para siempre.

Beason se dio cuenta cuando entró al parque la semana pasada y miró hacia arriba. La montaña parecía “apagada”, comentó.

Incluso para ser septiembre, quedaba poca nieve invernal en el glaciar Nisqually, uno de los glaciares más prominentes y grandes de la montaña. Rocas negras se aferraban a la superficie del glaciar. Con los años, la desembocadura del Nisqually se había desplazado cada vez más montaña arriba. “Los glaciares del monte Rainier se encuentran en un proceso de desaparición a largo plazo”, advertía el informe del Servicio de Parques. “Los impactos a largo plazo de esta pérdida serán generalizados y afectarán a muchas facetas del ecosistema del parque”.

Los alpinistas también se enfrentan a nuevos retos. Los glaciares son las autopistas que recorren para llegar a la cumbre. Esos pasajes se derriten con cada vez más anticipación en el verano. Los caminos hacia la cumbre son cada vez más largos, pues los escaladores tienen que sortear grietas y fisuras arriesgadas. La temporada de escalada se acorta.

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Un jueves de agosto, una mañana de niebla, Paul Kennard, geomorfólogo jubilado tras veinte años en el Servicio de Parques, dejó su auto en el estacionamiento de Paradise, pasó junto a los visitantes que habían venido a admirar las flores silvestres y pronto se desvió para subir al Nisqually.

Es uno de los glaciares con más problemas. La mayor parte se encuentra por debajo de los 3048 metros y está en la cara sur de la montaña, donde el calor es más intenso. Es poco probable que la cima de la montaña pierda su nieve y su hielo. Si así fuera, el monte Rainier, un volcán activo, tendría un aspecto muy diferente. “Como la cabeza de Darth Vader”, dice Kennard.

Para el visitante inexperto, no parecía un glaciar. Kennard aseguró que sí lo era. Había escalado el Nisqually al menos 75 veces, afirmó. Hoy tenía peor aspecto del que había imaginado.

“Un glaciar que está sano, o al menos se mantiene, o avanza, tiene un aspecto diferente”, señaló. “No parece tan vacío”.

Bajo algunas rocas se veían brillantes vetas de hielo negro. A veces, se oía un silencioso gorgoteo de agua, un recordatorio del río helado sobre el que se estaba. Un rugido a lo lejos anunciaba que estaban cayendo rocas. Las grandes, explicó Kennard señalando las que eran del tamaño de una furgoneta, pueden desprenderse y caer en cualquier momento. Según la cantidad y velocidad, pueden causar estragos.

El peor desprendimiento que recuerda Kennard fue en 2006, cuando un glaciar reventó y envió un poderoso lodo de sedimentos húmedos y piedras por un afluente del río Nisqually. Le sonó como un tren de carga. Enormes rocas rodaron hacia abajo. El flujo de escombros, como se le llama, asfixió una arboleda de abetos de Douglas de al menos cien años. El río se desbordó, cambió de curso y se llevó por delante parte de la carretera Westside, de 21 kilómetros.

Esa carretera permanece cerrada al tráfico rodado. Los esqueletos de aquellos abetos de Douglas bordean las orillas más lejanas. “Veo un río desbocado”, describe Kennard.

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Hace unos años, justo antes de jubilarse, Kennard desarrolló una solución de bajo costo, que utilizaba lo que la montaña expulsaba: árboles altos y rocas grandes. Creó una serie de contrafuertes de troncos, intercalados entre rocas, que daban al río, en un esfuerzo por proteger a la ribera de la corriente.

Se trataba de un proyecto piloto, diseñado para proteger una de las estructuras más importantes del parque: la carretera principal que los automovilistas toman desde la entrada sur. Esa carretera se encuentra peligrosamente cerca del río Nisqually, que se desboca a medida que desaparecen los ríos de hielo del monte Rainier, antes eternos. “Ahora son menos eternos. Los glaciares se están desmoronando”, concluyó Kennard.