Thomas no sabía de nadie de su congregación que hubiera conocido alguna vez a un refugiado sirio. Aun así, la prohibición lo molestaba profundamente, al igual que la idea de hablar en su contra desde el púlpito, pues prefería no abordar temas políticos.
Así que esa mañana en la Primera Iglesia Bautista de Williams, una iglesia relativamente liberal con una congregación de mayoría blanca, llevó consigo un sermón sobre las bienaventuranzas, ocho bendiciones para los necesitados que, según se dice, Jesucristo les dijo a sus seguidores en una colina en Galilea.
“Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados”, decía una.
“Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la Tierra”, decía otra.
A estas, el pastor agregó un verso suyo: “Bienaventurados quienes buscan refugio y a quienes les cierran las puertas en la cara”.
Lo que no sabía Thomas, un predicador de 35 años con cabello rubio rapado y una barba bien afeitada, era el nivel al que la elección de Trump ya había polarizado a su pequeña iglesia. Tampoco sabía de qué manera la presidencia de Trump seguiría fracturando a la congregación durante los siguientes tres años, una división que se ampliaría y amenazaría su propia gestión de la iglesia de Williams conforme las guerras culturales se extendieran entre sus feligreses de maneras que no podría controlar.
Unos cuantos días después del sermón de las bienaventuranzas, un grupo de feligreses quería hablar.
“Más o menos dijeron esto: ‘Son frases lindas, pero no tenemos que tomarlas de guía en nuestras vidas”, Thomas recuerda que dijeron los miembros de la iglesia acerca de los versos, un pilar de las escrituras cristianas. “Era como si dijeran: ‘Estás criticando a nuestro presidente. Evidentemente lo estás haciendo’. Desde entonces, comenzaron a medir mis palabras”.
Después del sermón de los refugiados, los feligreses comenzaron a monitorear las publicaciones de Thomas en Facebook, y se comunicaban cuando el pastor le daba “like” a algo que consideraban demasiado liberal. Cuando un grupo de misioneros de la iglesia regresó de un viaje humanitario a la frontera con México, recibieron una fría bienvenida por parte de quienes decían apoyar el plan de Trump de construir el muro fronterizo. Una familia propuso un grupo de vigilantes para asegurar que los nuevos miembros no fueran homosexuales.
Entonces, en 2018, un pequeño grupo de feligreses encabezó un intento secreto para desplazar a Thomas y despejar el camino con el fin de tener a un predicador más conservador.
“No hay duda de que el país está más polarizado, y la Iglesia comenzó a reflejarlo”, comentó Bobby Burns, exmiembro del comité financiero de la iglesia. “Los muros de esta iglesia no pudieron protegernos del mundo exterior”.
Ahora que Estados Unidos se prepara para otra elección presidencial, esta vez bajo circunstancias extraordinarias, la iglesia rural está haciendo un recuento de los estragos que los últimos años han traído: al menos 40 feligreses, un tercio de la congregación, se han ido de la iglesia de Williams, muchos para orar en una iglesia rival en la misma calle, que es más conservadora.
Y este mes Thomas anunció que él también se iría de la iglesia, por lo que ahora la iglesia de Williams no tiene pastor.
Wayne Flynt, un ministro que también es historiador de las iglesias bautistas de Alabama, dijo que difícilmente son los únicos que tienen feligreses polarizados, pues las Iglesias episcopal y metodista en todo Estados Unidos también están atrapadas en los mismos problemas. Hace dos años, la iglesia a la que asiste en Auburn, Alabama, fue expulsada de la asociación eclesiástica local después de una disputa en torno al matrimonio igualitario.
“Esto no solo se trata del cristianismo”, dijo Flynt, que creció en Anniston, no muy lejos de la iglesia de Williams. “Se trata de la cultura y la política estadounidenses en 2020”.
Reflexionó durante un momento y agregó: “Eso es lo que ocurre en la iglesia de Williams. Y es asombrosamente doloroso cuando un pastor ve algo así”.
Feligrés y pastor
Jim Green creció en la que pudo haber sido una típica comunidad conservadora en Alabama. Su iglesia, la Primera Bautista de Williams, fue donde conoció a Sally, su difunta esposa, cuando eran niños y asistían a la iglesia. El recinto se encontraba en una intersección entre dos caminos rurales al otro lado del único lugar de reunión en la ciudad, la tienda general. Más allá estaban las casas dispersas de tres familias que habían plantado algodón después de la guerra civil. Como él, todas se apellidaban Green.
Sin embargo, Williams era diferente, dijo Green. La Universidad Estatal de Jacksonville de Alabama, donde trabajaba, se encontraba a poca distancia en auto de ahí, por la carretera, y muchos profesores iban a orar a la iglesia rural. El reverendo Barry Howard, uno de los ministros de Green en la década de 1990, recordó haberse topado con un grupo de hombres que bebían café en unas viejas bancas de iglesia que alguien había puesto afuera de la tienda general.
“Me maravillaban los profesores y campesinos jubilados de ahí, y no se sabía quién era quién”, comentó. “Tenían conversaciones sobre filosofía, y debatían hablando de Platón y Aristóteles”.
Al otro lado de Alabama, el hombre que terminaría por dirigir la iglesia de Williams aún era un niño pequeño que crecía en la ciudad de Enterprise, a unos kilómetros de la frontera con Florida.
Después de que así lo pidió su abuela, su familia asistió a la iglesia local. Sin embargo, el padre de Thomas estaba en su segundo matrimonio y, después de que se divorció de nuevo, la familia ya no fue bienvenida en la iglesia, comentó Thomas. “Fue como si la iglesia dijera que era mejor que no estuviéramos ahí”, recordó.
El rechazo afectó a Thomas, pero terminó por encontrar el camino de regreso a la Iglesia como conservador acérrimo. Antes de su graduación de la preparatoria, mandó grabar dos banderas de los Estados Confederados en su anillo, que ya no usa.
No obstante, la vida académica en el seminario en Texas cambió su perspectiva, pues lo expuso a debates a los que jamás se había enfrentado en Enterprise. Se enteró de las perspectivas diversas sobre las mujeres de la iglesia, y de Gene Robinson, el clérigo de Kentucky que se convirtió en el primer obispo abiertamente homosexual de la iglesia episcopal.
“Esas eran cosas que mi maestra de la escuela dominical jamás me había dicho”, comentó.
Para cuando estaba en el mercado laboral, Thomas pudo ver que su perspectiva política había cambiado y le dijo a Sally, su esposa, que quizá tendría sentido que se mudaran a la costa este, donde había iglesias bautistas liberales. Sin embargo, como sureño, tenía pocas conexiones fuera de su estado de origen, y la única iglesia que lo contrató estaba en Alabama.
Desde el inicio, no fue buena opción. Las tensiones raciales que Thomas quería dejar atrás parecían gestarse siempre ahí.
Thomas recientemente había publicado un artículo en el diario local acerca de “Las 11 a.m. del domingo es la hora más segregada”, el ensayo de Martin Luther King hijo con el que hacía un llamado a favor de la integración de las iglesias bautistas en el sur. La columna había llamado la atención de los miembros del comité que estaban buscando a un nuevo pastor para la iglesia de Williams. Lo llamaron para tener una entrevista.
Williams era distinta de la iglesia y la ciudad de las que estaba tratando de irse, dijeron. Tenía una mezcla de profesores y campesinos. Valoraba la tolerancia en Alabama. Y después del resurgimiento conservador bautista, sus miembros se habían puesto del lado de los integrantes más moderados de la iglesia.
Cuando Thomas aceptó quedarse y ser pastor en Williams, Wendell McGinnis, miembro del comité de búsqueda, dijo que vio a un personaje transformador en el horizonte.
“Dije: ‘No será como ningún otro pastor que hayamos tenido en Williams”, comentó McGinnis. “No era mi opinión ni nada. Era el espíritu de Jesucristo dentro de mí”.
En el púlpito en Williams
La primera gran prueba llegó en forma de una nota que dejaron en el cementerio de la iglesia. La había firmado un grupo que se describía como la sección local del Ku Klux Klan, y los autores habían dejado otras copias por la ciudad, que casi en su totalidad estaba conformada por gente de raza blanca; en ella, hacían promesas ambiguas acerca de proteger a la comunidad.
La nota enfureció a Thomas, que acababa de comenzar su mandato. Los miembros del Klan habían profanado el cementerio donde casi todas las familias de la iglesia tenían familiares.
Thomas llevó la nota al púlpito el siguiente domingo por la mañana y la sostuvo en lo alto.
“Jesucristo no tolera esto, y nosotros tampoco”, Thomas recuerda haber dicho. La congregación estuvo de acuerdo.
Entre los que se mostraron impresionados por el nuevo pastor se encontraba Jim Green. El hombre, que ahora se acerca a sus ochenta años, aún vivía en la misma casa donde había crecido, y podía nombrar a pastores que databan de la Segunda Guerra Mundial. Le gustó que Thomas era joven. Green apoyó la votación para elegir a mujeres diáconas en la década de 1980, cuando una generación de más edad de bautistas aún se mostraba escéptica.
Sin embargo, la década de 2010 se perfilaba para ser distinta, dijo Green, y ahora eran los progresistas del país quienes parecían ir demasiado lejos. Aunque alguna vez había orado junto con el director homosexual del coro de la iglesia, la legalización del matrimonio igualitario lo inquietaba. La población de inmigrantes indocumentados provocó que se preguntara si habría recursos restantes para la generación de sus nietos.
Además, un personaje externo a su iglesia comenzó a llamarle la atención: Donald Trump. Green dijo que Trump parecía impetuoso, pero hacía énfasis en asuntos clave en una época en que “no decimos la verdad”.
Thomas siguió adelante en su nueva iglesia. Dio sermones acerca de Clarence Jordan, un bautista de la era del movimiento de los derechos civiles que tradujo el Nuevo Testamento a un dialecto sureño para enfatizar las disparidades raciales, remplazando palabras como “judío y gentil” con “hombre blanco y hombre negro”, y refiriéndose a la crucifixión de Jesucristo como un “linchamiento”.
Fue demasiado lejos, dijo Martha Almaroad. “No nos gustaba la doctrina y no nos gustaba lo que se estaba predicando”, dijo.
Después llegó el discurso de Thomas acerca de las bienaventuranzas y su referencia directa a los refugiados días después de la inauguración de Trump.
“Durante la elección y el periodo consecuente, creo que hubo una consolidación o una revelación de algunas personas. De pronto había personas que decían y hacían cosas que jamás se habrían imaginado”, recordó el pastor.
Después de que algunos feligreses se reunieron con Thomas en su oficina para expresar sus quejas, otros comenzaron a llamarlo por teléfono. Las críticas provenían de una minoría y a menudo insinuaban que Thomas tenía un sesgo político. Cuando Thomas dio un sermón con el que preguntó qué publicaría Jesucristo en una cuenta de Twitter, varios feligreses lo consideraron una crítica de Trump y le dijeron que dejara de atacarlo.
De repente había temas que parecían estar fuera de límite para el domingo: los derechos de las personas homosexuales, la inmigración, cualquier cosa relacionada o con alusiones a un muro. Sin embargo, la Biblia está llena de historias acerca de muros, dijo Thomas, desde la batalla de Jericó, donde Josué derriba los muros de la ciudad con trompetas mientras los israelíes reconstruían las murallas alrededor de Jerusalén.
“Entonces repasaba el manuscrito de mi sermón y pensaba: ‘¿Cómo se escuchará esta oración? ¿Cómo escucharán esta frase?’”, comentó.
Un ala liberal comenzaba a formarse dentro de la iglesia, a menudo dirigida por un empresario retirado llamado Jim Justice. A los 87 años, Justice se convertía en una contraparte progresista de Jim Green, el anciano conservador de la iglesia. Él y su esposa solían ser parte de una iglesia en otra ciudad, pero se fueron en 2004 después de que una facción fundamentalista tomó las riendas, dijo.
La iglesia de Williams no era la única congregación bautista del sur que tenía problemas con la polarización cada vez mayor, y al año siguiente, la Hermandad Bautista Cooperativa, el grupo moderado creado en la década de 1990, comenzó una fuerza de trabajo para encontrar terreno en común. Uno de los artículos de la agenda, mucho antes del fallo reciente de la Corte Suprema acerca de que los empleados no pueden ser despedidos debido a su sexualidad, era actualizar las prácticas de contratación del grupo respecto de la comunidad LGBTQ. “Fue como patear la cima de un hormiguero”, recordó Thomas.
Green fue uno de los primeros en enterarse de los cambios propuestos, los cuales permitirían que las personas homosexuales fueran contratadas para tener puestos administrativos dentro de la hermandad, aunque no en iglesias locales. Sintió que los cambios eran un intento más por parte de los líderes para ser “políticamente correctos”.
“Estaba en las redes sociales”, dijo Thomas. “Le dije: ‘Jim, no hay nada de qué preocuparse. Me reuní con las personas. Lo imprimí’”.
Green decidió hacer circular una petición para permitir que los feligreses soliciten que sus donaciones no lleguen a la hermandad bautista debido a su política para permitir que haya empleados homosexuales.
Los feligreses ahora se daban cuenta de que había un conflicto entre dos facciones crecientes. Organizaron una reunión en un salón de bodas de campo construido al estilo de una cabaña de madera en las afueras de la comunidad. Tanto los conservadores como los liberales llevaron a casi una decena de personas.
Wendell McGinnis, el miembro del comité de búsqueda que había ejercido presión para contratar a Thomas, dijo que desde el inicio se sintió incómodo por la reunión.
“Recuerdo que me estacioné y pensé: ‘Simplemente deberías irte, Wendell”, dijo “Pero apagué el auto y entré”.
La facción conservadora expresó sus preocupaciones. La iglesia se había vuelto demasiado liberal, dijeron. La congregación debía adoptar una postura firme en contra de la homosexualidad.
“Finalmente, dije: ‘¿Alguien propone una solución?’”, preguntó McGinnis, dirigiéndose con un ademán a los conservadores. “Después ellos respondieron: ‘Bueno, quizá la solución es que Chris se vaya. Entonces todo estaría bien’”.
Los liberales se mostraron impactados. McGinnis dijo que se sintió desconsolado. Había llegado a ver al pastor “como al hermano que nunca tuvo”.
Aun así, las casi dos decenas de feligreses decidieron que la única solución sería llevar la petición del financiamiento —y cualquier petición para que Thomas se fuera— a los líderes de la Iglesia y al pastor.
La reunión se organizó una tarde en la iglesia. Las dos facciones acordaron sentarse afuera en unas bancas de jardín mientras los representantes de cada bando se reunían con el pastor en las oficinas de la iglesia.
“Escuché, leí la petición, y traté de calmar la ansiedad”, dijo Thomas. “Ninguno de nuestros diáconos la había firmado. Ninguno de los miembros de nuestro personal la había firmado”.
Algunos dijeron que los habían engañado para que firmaran. La furia comenzó a aumentar dentro de la congregación debido a lo que algunos consideraban una toma hostil de posesión. Los conservadores parecían estar perdiendo.
Y así, cuando la tensión finalmente estalló, la furia no se dirigió al pastor. Se dirigió contra Green y su petición.
Un éxodo
En marzo de 2018, seis tornados descendieron del cielo sobre Alabama. Uno de ellos atravesó la ciudad de Williams y destruyó una capilla llamada Iglesia Bautista de West Point.
Ronny Moore, el ministro de West Point, tenía un estilo conservador que contrastaba con Thomas. Dijo que oraba por Trump y otros líderes “constantemente” los domingos y, durante la temporada electoral, “trató de alejarse de la política y regresar a lo bíblico”. En torno a los asuntos de la comunidad LGBTQ, hacía eco de Jim Green, pues decía que ser homosexual era pecado y la iglesia debía alzar la voz en contra de la homosexualidad.
Y, les guste o no, Moore tuvo la oportunidad de reconstruir su congregación a partir del desacuerdo en la iglesia vecina de Williams.
Sin embargo, a pesar de todas las personas que se fueron a West Point, alrededor de 40 personas en total, Green no era una de ellas.
“Nací en esa iglesia”, dijo Green. “Puedo decirles aquí ante Dios que todo lo que he hecho es tratar de que funcionen las cosas, pero me han malinterpretado mucho”.
Flynt, el historiador bautista de la Universidad de Auburn, dijo que las personas que dejaron de asistir a la iglesia de Williams formaban parte del “proceso natural de descarte que se lleva a cabo en una sociedad polarizada”. Terminaría por hacer que el lugar fuera más estable, dijo.
Este mes, tras semanas en las que la iglesia se encontró en su mayor parte vacía debido al coronavirus, Thomas se preparaba para abrir la Primera Iglesia Bautista de Williams de nuevo. Sin embargo, había una salida más que sería anunciada: la suya.
Thomas citó el libro de Eclesiastés, y explicó que era hora de seguir adelante: “Hay una temporada para todo, un tiempo para cada actividad bajo el cielo”, le escribió a la congregación.
“Williams es como un hogar para mí. Es el lugar en el que crecí. Conozco a la gente y hablo su idioma”, dijo en una entrevista posterior. No obstante, los últimos dos años también han mostrado diferencias importantes.
El racismo había expulsado a Thomas de su primera iglesia en Alabama; en Williams, la división había sido causada por los derechos de las personas homosexuales.
Pensó en Green.
“Lo confundía el hecho de que la cultura se hubiera transformado bajo su nariz y sin su permiso”, comentó. “Pero es un hombre de buen corazón”.
Y pensó en sí mismo y en ser cristiano en una época turbulenta.
“Paso de la acción profética —di lo que debas desde el púlpito y enfrenta las consecuencias, aunque solo se te una la mitad o un tercio— a pensar que a veces todos estamos exhaustos por la situación”, comentó. “Y quizá la Iglesia debería ser un oasis en medio de ese cansancio”.