Foued Mohamed-Aggad, de 23 años, pudo ser identificado gracias a su madre, que tras recibir un mensaje de texto de un número sirio donde se le comunicaba que su hijo había muerto como “mártir en París” se puso en contacto con la Policía.
La última vez que Sad supo de él fue hace cuatro o cinco meses, a través de Skype: “Como siempre, no decía nada de su día a día, de dónde estaba o de lo que hacía. Respondía solo que estaba bien, hablaba a menudo de la yihad”.
El padre dijo haberse enterado por los medios de que Foued había sido identificado ya como uno de los terroristas, y confesó que “no vio venir” lo sucedido.
Sad sabía que su hijo se había radicalizado, pero admite que en sus peores pesadillas pensaba que “moriría en Siria o en Irak, no que volvería para hacer eso”.
Foued, natural de Estrasburgo, había viajado a Siria a finales del 2013 con su hermano Karim, de 25, y otros siete jóvenes. Dos de ellos murieron allí rápidamente y el resto -salvo él- volvieron a Francia entre febrero y marzo del 2014, antes de ser detenidos por su huida yihadista.
“Nos mintió, haciéndonos creer que se iba de vacaciones”, afirmó el padre, que perdió progresivamente el contacto con su hijo, hasta que este fue prácticamente inexistente.
Su hijo, subrayó, “Había dejado de ser él. La persona con la que hablaba era otra. Alguien a quien le habían lavado el cerebro, con el que ya no servía para nada comunicarse”.
Foued vivía con su madre, y él afirma haber presenciado impotente el cambio de su hijo y haber esperado a que se le anunciara su muerte cuando supo que, del grupo que fue a Siria, él fue el único que no regresó.
El padre confiesa que “hubiera preferido que muriera allí en lugar de aquí”, y explica que nada en su infancia podía llevar a pensar que podía acabar así.
“Nació aquí, creció y fue escolarizado en Francia”, dice sobre quien recuerda como un niño “tranquilo”, que cuando comenzó a radicalizarse se dejó crecer la barba y empezó a rezar. “Pero de ahí a imaginar lo que iba a pasar después, francamente, no lo vimos venir”.