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Pero el precio que está pagando el país, su país, el que él gestiona y que permaneció sometido durante años, es demasiado alto. Cerca de 200 personas fallecidas en las protestas contra la administración del Gobierno que se autodefine democrático, de un presidente que no admite ser cuestionado bajo ningún concepto.
Reivindican una nación libre
Y así, día tras día, los nicaragüenses siguen reivindicando una nación libre, un país en paz, la Nicaragua que un día fue y que ya no es, una Nicaragua que muchos, aseguran, “ya no volverá”.
Los comercios no abren sus puertas, las escuelas dieron por concluido el curso escolar cinco meses antes de la fecha establecida, los lugares de ocio nocturno están cerrados a cal y canto, las calles se vacían antes de la caída de la noche…, y es así como Nicaragua, en su particular intifada, se transformó en un país desconocido.
Los alegría de los nicaragüenses se tornó en la tristeza que provoca la violencia y, sobre todo, la incertidumbre de qué pasará mañana, cuándo dará sus frutos un diálogo que arrancó y se interrumpió abruptamente por deseo de Ortega, y que, posteriormente se retomó, sin que hasta el momento se haya informado de un posible acuerdo.
Y no parece que vaya a ser una tarea fácil, debido a la gran distancia ideológica y social entre las partes, a lo que se suman los deseos dispares de una ciudadanía perdida en la incertidumbre y la duda.
Es país centroamericano cumplió este miércoles 64 días desde que se inició la crisis sociopolítica más sangrienta desde los años de 1980, con Daniel Ortega también como presidente, y que ha acabado con la vida de 200 personas.
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Las protestas contra Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, comenzaron el 18 de abril por unas fallidas reformas a la seguridad social y se convirtieron en un reclamo que pide la renuncia del mandatario, después de once años en el poder, con acusaciones de abuso y corrupción en su contra.
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