Muchos de los acuíferos responsables de abastecer el 90 por ciento de los sistemas de distribución de agua de la nación y que han transformado vastas extensiones de Estados Unidos en las tierras agrícolas más pródigas del mundo muestran una disminución grave. Este decrecimiento podría ocasionar daños irreversibles a la economía y la sociedad de Estados Unidos en su conjunto.
The New York Times realizó un análisis de los más completos sobre el agotamiento de las aguas freáticas en todo el país y descubrió que este recurso vital para Estados Unidos se está agotando en gran parte de su territorio; lo peor es que, en muchos casos, no se recuperará. Debido al desarrollo industrial de las granjas y el gran crecimiento de las ciudades, están desapareciendo algunos acuíferos que podrían tardar siglos o milenios en reabastecerse, si es que acaso lo hacen.
Varios estados y comunidades ya están pagando el precio.
La pérdida de aguas subterráneas ya afecta a estados de las Grandes Llanuras como Kansas, donde el principal acuífero, que se encuentra debajo de poco más de un millón de hectáreas de tierra, ya es incapaz de sostener la agricultura a escala industrial. La producción de maíz se ha desplomado. Si esa baja se propaga, pondría en peligro la situación de Estados Unidos como superpotencia alimentaria.
Sólo 2000 kilómetros hacia el este, en el estado de Nueva York, la extracción excesiva de agua pone en peligro los pozos de agua potable de Long Island, donde nació el suburbio estadounidense moderno y donde se encuentran poblados de clase trabajadora, además de los Hamptons con sus mansiones frente a la playa.
En las inmediaciones de Phoenix, una de las ciudades de crecimiento más rápido en Estados Unidos, la crisis es tan grave que las autoridades estatales han declarado que no hay suficientes aguas freáticas en ciertas partes del condado para construir nuevas casas dependientes de los acuíferos.
En otras áreas, como partes de Utah, California y Texas, se extrae tanta agua que los caminos han comenzado a hundirse, los cimientos de las casas muestran quiebres y se abren fisuras en la tierra. Por si fuera poco, en todo el país hay casos de ríos abastecidos por aguas freáticas que se han convertido en arroyos, hilos de agua o solo recuerdos.
“No hay manera de recuperarla”, explicó Don Cline, director adjunto de recursos acuáticos del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, por su sigla en inglés), sobre el agua subterránea perdida. “Es casi imposible expresar cuál es su importancia”.
Este análisis se basa en decenas de miles de pozos de monitoreo de aguas freáticas distribuidos por toda la nación. El Times recopiló datos para estos pozos, que se encuentran muy dispersos y a los que en general se les da poco seguimiento, de decenas de jurisdicciones federales, estatales y locales.
Esa base de datos revela el alcance de la crisis de muchas maneras. Por ejemplo, cada año desde 1940, más pozos han registrado un descenso en el nivel del agua que un ascenso.
Uno de los mayores obstáculos es que casi no existen normas relativas al agotamiento de este recurso natural que no vemos, pero es esencial. El gobierno federal prácticamente no desempeña ningún papel en la regulación de este recurso, por lo que los estados han implementado una cantidad impresionante de normas que, en general, no son estrictas.
Además, casi no existen estudios del problema a nivel nacional. Los expertos en hidrología y otros investigadores por lo regular se concentran en acuíferos individuales o cambios regionales.
Todos estos factores contribuyen a promover y reforzar prácticas que han causado el agotamiento de los acuíferos, como la siembra en áreas secas de cultivos que consumen mucha agua, como la alfalfa o el algodón, y la dependencia excesiva de las aguas subterráneas en áreas urbanas de rápido crecimiento.
Oklahoma intenta determinar cuánta agua queda en sus acuíferos, información que los legisladores estatales podrían emplear para fijar límites a su extracción. Pero Christopher Neel, director de derechos sobre el agua del Consejo de Recursos Acuíferos de Oklahoma señaló que a la ciudadanía quizá no le agrade que el gobierno le diga que su tierra se está quedando sin aguas subterráneas.
“Si empezamos a mostrar ese tipo de datos, va a afectar el valor de tu inmueble”, explicó. “Si se espera que se agote el agua, digamos en dos años, si alguien intenta vender ese terreno, no van a poder hacerlo”.
Para tener una perspectiva lo más clara posible sobre la situación de las aguas freáticas en Estados Unidos, el Times entrevistó a más de 100 científicos, legisladores encargados de definir políticas y expertos en hidrología, además de construir su base de datos nacional con millones de mediciones de pozos empleados para medir la profundidad de las aguas subterráneas.
El análisis de esos datos, recopilados en parte de pozos a los que se les ha dado seguimiento durante un siglo, le permitió al Times relacionar el nivel del agua a lo largo del tiempo con la cubierta de cultivos y los patrones de población. Los resultados también se compararon con lecturas de satélites sofisticados capaces de medir ligeros cambios en la gravedad desde el espacio para así calcular cambios en las aguas freáticas.
El cambio climático agrava el problema.
Si las regiones vacían acuíferos que se llenaron en miles o millones de años, se arriesgan a perder acceso a esa agua en el futuro, cuando quizá la necesiten más debido a que el cambio climático hará menos predecible la lluvia y más graves las sequías.
“Desde una perspectiva objetiva, es una crisis”, afirmó Warigia Bowman, profesora de Derecho y experta en agua de la Universidad de Tulsa. “En algunas partes de Estados Unidos, se agotará el agua potable”.
El símbolo más visible de la prosperidad agrícola de Estados Unidos es el sistema de riego “de pivote central”, una estructura de metal sobre ruedas conectada a una bomba que gira en torno a un punto central. Un solo brazo con aspersores instalados puede ser de casi un kilómetro de largo y extraer de un pozo cientos de litros por minuto, 24 horas al día, por semanas o meses sin parar.
En la mayor parte de las Grandes Llanuras, el elemento dominante en el paisaje son estos pivotes.
Pero alguien que visite el condado de Wichita, en el occidente de Kansas, verá menos, por una sencilla razón: queda muy poca agua para rociar. Los pozos han comenzado a agotarse.
El riego puede aumentar a más del doble la cantidad de maíz cultivado por hectárea. A medida que las granjas del área han ido consumiendo las aguas subterráneas, ha bajado la producción de maíz, lo que ha eliminado décadas de avances.
La región nos permite ver el futuro de la industria agrícola de Estados Unidos si se sigue consumiendo el agua subterránea.
“La sobreexplotamos”, se lamenta Farrin Watt, quien ha trabajado en agricultura en el condado de Wichita desde hace 23 años. “No sabíamos que se iba a acabar”.
En Estados Unidos, la agricultura no siempre dependió de la extracción de grandes volúmenes de agua del suelo. Hasta mediados del siglo pasado, los agricultores en general dependían del agua de lluvia o de un río. Los pozos pequeños se usaban únicamente como fuente adicional.
Sin embargo, los avances en la tecnología de bombeo tras la Segunda Guerra Mundial dieron origen a una potencia agrícola estadounidense y convirtieron al Occidente y a las Grandes Llanuras en un lugar donde abundaban el maíz, la alfalfa y otros cultivos, con rendimientos imposibles con solo el agua de la superficie.
Ese éxito se ha basado en el bombeo de más agua de la que la naturaleza puede reponer.
Apenas a finales de los años noventa, los agricultores del condado de Wichita producían entre 206 y 218 fanegas de maíz por cada media hectárea, muy por encima del promedio nacional. Pero no fue gratis… los agricultores secaron el acuífero para regar sus sembradíos. El promedio de precipitación en esa área es de menos de 50 centímetros al año, aproximadamente un tercio menos que en todo el territorio continental de Estados Unidos, cantidad que no es suficiente para remplazar el agua que se extrae del suelo.
Cuando a los agricultores se les fue acabando el agua, comenzaron a cambiar a la llamada agricultura en seco, que depende solo de la lluvia.
Ese cambio se refleja en la producción de maíz a lo largo del tiempo. El año pasado, los productores de maíz de todo el país recogieron en promedio 216 fanegas por media hectárea. Pero en el condado de Wichita, la producción fue de solo 88.25 fanegas, la más baja en más de seis décadas.
No solo en Kansas se están agotando los acuíferos a un ritmo acelerado. Lo mismo ocurre en distintas áreas de todo el país.
Un poco más de un tercio del volumen total de agua potable en Estados Unidos se obtiene de las aguas subterráneas, según datos del USGS. Pero las comunidades pequeñas y rurales dependen mucho más de los pozos, que por lo regular involucran costos menores que el agua que requiere tratamiento y transporte desde los ríos y lagos. De los 143.070 sistemas de distribución de agua de la nación, 128.362 dependen principalmente de las aguas freáticas, según la Agencia de Protección Ambiental.
Los efectos de la disminución en el abastecimiento de aguas subterráneas se observan de otra manera: el mismo suelo se está abriendo.
En el suroeste de Utah, a orillas de una ciudad llamada Enoch que sigue creciendo con rapidez en otras zonas, se observan trazos de una colonia que parece haber desaparecido. Hay calles y banquetas que bordean lotes en los que se planeaba construir casas, pero ahora solo tienen un poco de basura y mala hierba muy crecida.
Al sur se encuentra Arizona, cuyo mapa muestra 272 kilómetros de fisuras en la tierra, según el Servicio Geológico de Arizona, una oficina de la Universidad de Arizona. En 2007, una fisura causó la muerte de un caballo, que cayó en una grieta y no pudo ser liberado.
En el área de Houston, como resultado de la extracción excesiva de aguas freáticas, combinada con la extracción de petróleo, parte del terreno se ha sumido más de 3 metros con el paso de las décadas, según funcionarios locales. En Florida, la extracción excesiva algunas veces causa la formación de sumideros.
Pero Enoch, que tiene una población de alrededor de 8000 habitantes, es el ejemplo perfecto de hundimiento.
Un desarrollador comenzó a preparar una zona residencial durante la época de auge inmobiliario a mediados de la década de 2000; planeaba construir ochocientas viviendas. El proyecto fracasó cuando el sector inmobiliario se fue a pique. Más tarde, algunos empleados de la ciudad se percataron de algo que evitó que otros desarrolladores probaran suerte: observaron una grieta inusual en el camino. Según descubrieron, la zona residencial se encontraba sobre una fisura terrestre.
Extraer agua puede provocar que se suma la tierra que se encuentra encima de un acuífero y desaparezca el espacio que dejó vacío el agua extraída. Cuando se pierde ese espacio, ya no puede concentrar agua.
Ese proceso, llamado hundimiento, se observa por todo el país y más del 80 por ciento se debe al uso de agua subterráneas, según el USGS. Esa agencia afirma que hundimientos de este tipo han afectado más de 120.000 kilómetros cuadrados de terreno y vías fluviales en todo Estados Unidos.
Cuando se hunde la tierra, causa daños en los cimientos de las viviendas, la tubería del alcantarillado y otras estructuras. Sin embargo, una de las consecuencias más drásticas del hundimiento es una fisura. Cuando se hunde el suelo suave, algunas veces una sección adyacente de terreno se mantiene firme. El movimiento resultante hace que se abra la tierra.
“Como sacamos agua, el terreno se comprime”, explicó Rob Dotson, administrador de la ciudad de Enoch.
Es difícil predecir dónde aparecerán fisuras antes de que se abran. Pero una vez que aparecen, no es fácil rellenarlas o cerrarlas. Más bien, tienden a ensancharse y alargarse.
Fue necesario abandonar la nueva colonia de Enoch. Encima, la fisura se detectó en otra colonia cercana donde ya hay residentes.
No obstante, a pesar de conocer las consecuencias, Enoch no ha podido dejar de extraer las aguas subterráneas. Esta decisión de seguir extrayendo agua se observa por todo el país, en ciudades y en terrenos agrícolas. Después de todo, hay que mantener los cultivos y las comunidades como Enoch siguen creciendo.
“La gente no deja de venir y esa gente necesita agua”, comentó Dotson.