En el campo, la vegetación utiliza la luz solar y el agua del suelo para la fotosíntesis y luego restituye a la atmósfera el agua absorbida. Durante la noche, esta “evapotranspiración” cesa.
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Pero en la ciudad, las superficies son muy impermeables y almacenan la energía solar. Durante la noche, los edificios y las calles de cemento dejan ir el calor acumulado.
El resultado es que suele hacer más calor en una ciudad que en sus suburbios, un fenómeno que se acentúa durante las canículas y durante la noche.
“Hay diferencias nocturnas de entre 2 ºC y 3 ºC de promedio anual entre París y las zonas rurales alrededor”, según la agencia meteorológica Meteo France. Con altas temperaturas, la diferencia “puede ser de casi 10 ºC” en la región parisina.
A modo de ejemplo, durante la prolongada y mortífera canícula de 2003 en Francia, la temperatura diurna alcanzaba los 40 ºC y bajaba a entre 23 y 26 ºC en las zonas colindantes de la capital, pero solo a 28 ºC de promedio en el centro, según Meteo France.
Este microclima urbano “agrava los efectos (de la canícula), sobre todo durante la noche, periodo crítico en que normalmente el cuerpo humano se recupera”, subraya Aude Lemonsu, científica del centro de investigación de Meteo France.
Estos islotes de calor urbano pueden acabar ampliando las consecuencias del cambio climático, que a su vez provoca la multiplicación de olas de calor, según los científicos.
Múltiples factores
Los factores que favorecen estas “burbujas de calor” urbanas son de sobra conocidos: superficies artificiales minerales, vegetación y agua insuficientes, materiales de construcción inadecuados, actividades humanas.
Sin olvidar el círculo vicioso del aire acondicionado: “Cuanto más refrigeramos los edificios, más calentamos el aire exterior”, según Lemonsu, que aboga por un “uso razonable”.
La orientación de los edificios e incluso la forma de las ciudades también son determinantes, según un estudio publicado en marzo de 2018 en la revista Physical Review Letters: cuanto más “organizadas” -como típicamente una ciudad estadounidense con calles en cuadrícula o europeas como Barcelona- más absorben el calor.
Hacer estallar la burbuja
Si bien no hay soluciones a corto plazo para un problema de semejante envergadura, se pueden tomar algunas acciones rápidamente, como la vegetalización.
Gracias a la sombra y a la evapotranspiración, grandes parques, cinturones verdes o pequeñas zonas con árboles permiten refrescar el aire localmente. “También podemos recurrir a los muros y los tejados vegetales que reducen el calor emitido por los edificios”, según Amandine Crambes, ingeniera urbanista de la agencia medioambiental ADEME.
Otros ejes de acción son la concepción de edificios y la cuestión sobre los modos de construcción y los materiales, sobre todo su color.
Con 26 ºC, “un tejado oscuro puede alcanzar hasta 80 ºC, el mismo en un tono claro más bien 45 ºC, y el mismo vegetal no superará los 29 ºC”, explica Crambes.
Paralelamente, se están desarrollando los llamados “cool roofs”, techos cubiertos de una pintura reflectante. Se están llevando a cabo tests en ciudades como Los Ángeles, que revistió las calles con una pintura blanca que absorbe menos el calor.
Otra opción: el agua. París probó en los últimos años regar las calzadas para hacer bajar localmente la temperatura.
“Cada vez se tienen más en cuenta las formas de resistencia urbana”, comenta la experta del ADEME, mencionando a la vez los obstáculos que suponen los costos financieros y los lobbies a la hora de desarrollar estas políticas.
Islotes de frescor
Parques, iglesias, museos, lugares para bañarse. Ciudades como París cartografiaron “islotes de frescor” accesibles al público, útiles en periodo de canícula.
La capital francesa renueva asimismo patios de escuelas para adaptarlos al cambio climático, con fuentes, árboles y revestimientos especiales que reemplazan el asfalto.
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