La cuenta de Twitter del presidente se ha llenado de frases famosas del repertorio de Nixon como “LEY Y ORDEN” e incluso “MAYORÍA SILENCIOSA”.
Pero, en cualquier caso, parece que Trump está caminando por el sendero político que George Wallace hizo ese año, el exgobernador segregacionista de Alabama que contendió como candidato de un tercer partido a la derecha de Nixon. Aunque no comparte las posturas extremas de Wallace, Trump está promoviendo con fuerza una plataforma combativa en favor de la policía y en contra de las protestas, que apela a los estadounidenses desalentados por los disturbios en las calles.
Las diatribas de Trump acerca de “dispararles” a los saqueadores, su denuncia belicosa de “malhechores” y “terroristas”, sus amenazas de desatar a “perros salvajes” y “armas peligrosas” y su promesa de desplegar a los soldados para que “controlen” las calles evocan el discurso incendiario de Wallace más que el de Nixon durante ese año. Trump no ha dado muchas muestras de empatía con los objetivos de los manifestantes pacíficos contra la injusticia racial y, en cambio, ha destacado los saqueos y la violencia esporádicos e incluso ha pretendido deslegitimar a las víctimas de la brutalidad policial.
Desde la seguridad de su amurallada Casa Blanca, Trump retuiteó la publicación de un analista que dice “me repugna” sugerir que George Floyd, el hombre negro que murió hace dos semanas bajo la rodilla de un policía blanco en Minneapolis provocando manifestaciones en todo el mundo, sea considerado un mártir. Y el martes, le dio difusión a una teoría de conspiración transmitida por una radiodifusora que ha hecho trabajo independiente para una unidad de propaganda rusa que insinuó, sin sustento alguno, que la agresión de un policía hacia un manifestante desarmado en Búfalo de alguna manera fue un “montaje”.
Ese tipo de enfoque va mucho más allá de la campaña de 1968, cuando, de hecho, Nixon estaba en medio de Wallace a la derecha y el vicepresidente Hubert Humphrey, el candidato demócrata, a la izquierda. Aunque Nixon se pronunciaba mucho a favor de la ley y el orden, también abogaba por los derechos civiles y predicaba la necesidad de unión con el lema de su campaña “Trabajemos juntos”. Aunque condenaba los disturbios y a los estudiantes que se manifestaban, marchó en el funeral de Martin Luther King hijo y sermoneaba a la población suburbana sobre su obligación de ayudar a los desposeídos.
“Nixon, un estratega político en verdad astuto, creía que el camino a la victoria era mediante los suburbios, donde la retórica burda y a menudo violenta de Wallace alejaba a los republicanos moderados”, señaló Dan T. Carter, profesor emérito de la Universidad de Carolina del Sur y biógrafo de Wallace. “Buscaba equilibrar cuidadosamente su retórica entre apoyar la ley y el orden y condenar las manifestaciones violentas y los disturbios, mientras expresaba preocupación por las condiciones de los afroestadounidenses y respaldaba las manifestaciones pacíficas”.
Las lecciones de 1968 se han convertido en el centro de un gran debate desde que el asesinato de Floyd provocó un crudo análisis acerca de la raza en Estados Unidos, que muchas personas han comparado con ese año traumático de hace medio siglo. De manera muy similar a ese entonces, una campaña presidencial está teniendo lugar en medio de una conmoción racial y rabia en las calles, exacerbadas en este caso por una pandemia y un derrumbe económico globales, no por los asesinatos de gran repercusión mediática y la guerra de Vietnam cada vez más impopular que en ese año contribuyeron a la sensación de desmoronamiento nacional.
A diferencia de Trump, Nixon no estaba contendiendo como titular sino como exvicepresidente de un gobierno anterior encabezado por el presidente Dwight Eisenhower que había aprobado una ley sobre los derechos civiles e impuesto la desegregación en las escuelas del sur. Pero los disturbios que siguieron al asesinato de King, el alboroto del movimiento contra la guerra y la violencia en la convención de los demócratas generaron una gran sensación de inquietud en el país que Nixon quiso aprovechar.
“La ley y el orden fue el tema nacional más importante durante la campaña, incluso más que Vietnam en la mayoría de las encuestas antes de noviembre”, afirmó Luke A. Nichter, historiador de la Universidad de Texas A&M, quien junto con Douglas Brinkley ha publicado dos libros sobre las conversaciones grabadas de Nixon. “Ni siquiera un candidato para perrero de condado podía contender en 1968 sin tener una postura al respecto. Incluso Hubert Humphrey estaba hablando de la ley y el orden para el final de la campaña”.
Patrick J. Buchanan, quien luego se convirtió en un columnista famoso, comentarista de televisión y candidato a la presidencia en tres ocasiones, escribió la mayor parte de las declaraciones de Nixon sobre la ley y el orden durante la campaña de 1968, y el martes dijo que ninguna de ellas fue demasiado controvertida en ese momento.
“Aunque Richard Nixon tenía una postura muy fuerte sobre la ley y el orden, no intentó competir con George Wallace, y el impulso de su campaña fue en realidad ‘paz con honor’ en Vietnam y un ‘nuevo liderazgo’ que podría unir al país”, señaló Buchanan por correo electrónico. En referencia a Ronald Reagan, gobernador de California, añadió: “En esos años, el gobernador Reagan era más apasionado y firme respecto del tema de la ley y el orden que Richard Nixon quien, creo que es justo decirlo, hizo lo que tenía que hacer pero no era por eso que estaba contendiendo a la presidencia”.
Por el contrario, Wallace no tenía reparos en dispararles a los manifestantes y no temía hacer llamamientos racistas. Al igual que Trump en la actualidad, hablaba de “anarquistas” y presumía que respondería con violencia si era elegido. “Si algún anarquista se tira frente a mi automóvil, será el último auto frente al que se tirará en su vida”, afirmaba.
Con el exgobernador de Alabama en la contienda, Nixon descartó al Sur Profundo y, en cambio, se concentró en los estados fronterizos con un mensaje más sutil para los electores que podrían estar de acuerdo con Wallace, argumentando que un voto para él, de hecho era un voto para Humphrey, un liberal franco y viejo defensor del movimiento por los derechos civiles y, por lo tanto, poco popular entre los sureños blancos.
Al final, Wallace ganó cinco estados que de otra forma habrían sido de Nixon, quien a duras penas ganó por un escaso margen del 0,7 por ciento del voto popular pero, a la vez, obtuvo una victoria convincente en el Colegio Electoral.
“Comparar a Nixon con Trump no le hace ningún favor a Nixon, quien más allá de sus propios demonios, casi siempre fue un estratega político brillante”, comentó Paul Stekler, el documentalista que filmó la cinta “George Wallace: Settin’ the Woods on Fire” y quien fundó el Centro de Política y Gobierno en la Escuela de Asuntos Públicos Lyndon B. Johnson de la Universidad de Texas, campus Austin. “Además, en 1968, tener a Wallace en la contienda le permitió triangular, pero fue un camino estrecho dado lo reñidas que, finalmente, fueron las elecciones”.
John A. Farrell, autor de “Richard Nixon: The Life”, dijo que, en 1968, el presidente número 37 era tanto “el candidato para el cambio como para la ley y el orden tradicionales”. Nixon cambió de rumbo hasta que ganó la presidencia y se inclinó por llamados más polarizadores luego de que no pudo concluir con rapidez la guerra de Vietnam.
“En el otoño de 1969 decidió que podría beneficiarse más dividiendo de manera deliberada a los estadounidenses y enfrentándolos unos contra otros para su propio beneficio político”, comentó Farrell.
Mientras estuvo en el Despacho Oval, Nixon se pronunció contra los manifestantes, y sus asesores elaboraron un programa de espionaje secreto interno contra los activistas. En mayo de 1970, la Casa Blanca tuvo que estar rodeada de autobuses para protegerse de las manifestaciones contra su incursión en Camboya.
Pero también quería apoyar la causa. Una noche, a unos días de la matanza de los manifestantes en la Universidad Estatal de Kent, sin haber dormido, a las 4:35 de la mañana Nixon pidió que lo llevaran al Monumento a Lincoln, donde habló de manera extemporánea con algunos de los jóvenes manifestantes antibélicos. “Sé que tal vez la mayoría de ustedes creen que soy un desgraciado”, les dijo, según su propio relato. “Pero quiero que sepan que entiendo muy bien cómo se sienten”.
No obstante, la antipatía aumentó. Para septiembre de ese año, Nixon estaba quejándose de nuevo sobre los manifestantes con William Safire, quien escribía sus discursos. “Acerca de los jóvenes, estoy muy en contra de lanzar bombas”, dijo Nixon, según el diario de Safire. “Muy en contra de las estupideces. Que digan que la vida es difícil para esos infelices, que debemos escucharlos. Los hemos escuchado y lo haremos de nuevo… después de las elecciones”.
Planteó la opción para Safire. “Siempre que hablamos de los demócratas contra los republicanos, perdemos”, dijo. “Siempre que hablamos de los radicales contra los culpables, ganamos”.
Esa es una fórmula que tal vez Trump reconocería hoy en día, y también espera que sea la que gane.