Los voluntarios son, en su mayoría, los mismos vecinos y personas que transitaban por los lugares afectados y decidieron ayudar. Para colaborar con los rescatistas y paramédicos, la gente de los alrededores ofrece comida, agua y materiales de trabajo.
Son numerosos los muertos en la Ciudad de México, Morelos, Puebla, Estado de México y Guerrero. La cifra aumenta hora a hora. El epicentro del terremoto de magnitud 7,1 que remeció el país el martes, recién iniciada la tarde, estuvo menos de 130 kilómetros al sur de Ciudad de México.
Los desaparecidos también son muchos, gente atrapada entre los derrumbes, algunos avisando de su situación con mensajes de texto, incluidos niños bajo los escombros de una escuela. Casas, locales y escuelas quedaron reducidas a escombros.
“¿Algún médico? Necesitamos un médico en la zona sur”, decía un miembro de Protección Civil en la calle Álvaro Obregón, donde un edificio de oficinas y departamentos se convirtió en ruinas. Un grupo de mujeres y hombres con batas blancas, de una clínica odontológica cercana, se acercó.
Desde la tarde y durante toda la noche la gente de esa zona, ubicada en la colonia (barrio) de Condesa, llevó botellas de agua, vendas, medicinas y herramientas. En la calle Ámsterdam, también en esa colonia, formaban hileras para pasar de mano en mano los materiales de ayuda y los escombros que retiraban.
En el sur de la ciudad una escuela se colapsó y más de 20 niños murieron. Los cuerpos de rescate siguieron trabajando en medio de la noche para sacar de ahí a los que siguen atrapados. Gritos y llantos se mezclaban con las sirenas de las ambulancias y los bomberos.
La reacción de los ciudadanos fue rápida. Organizados en grupos y sin que nadie se los pidiera, no sólo se dedicaron a recolectar provisiones y a ayudar en las labores de rescate, sino que también colaboraron con la evacuación de casas y locales.
Algunos incluso ayudaron a los policías de tránsito para despejar las vías de circulación, donde tanto vehículos como personas intentaban trasladarse en medio del caos. “En medio de toda esta tragedia, es bueno ver que los mexicanos nos levantamos y nos mostramos solidarios”, dijo Ángelo Martín, de 34 años, que todavía con saco y camisa cargaba un par de botellas de varios litros de agua. “Es importante ayudar. Eso nos da esperanza”.
Durante la tarde columnas de personas se movilizaban de sur a norte de la ciudad y viceversa con maletas, mascotas y bolsas en mano, algunos buscando llegar a sus hogares, otros dejando los suyos para ir a algún lugar más seguro.
La confusión, el miedo y el caos se apoderaron de la capital mexicana durante horas después del terremoto, que azotó el centro de un país que todavía intentaba recuperarse del sismo de 8,2 que lo golpeó hace dos semanas.
“No hubo ninguna alerta. La alarma sísmica sonó después de que todo tembló y es irónico porque momentos antes había sonado para el simulacro”, comentó a dpa Adaly Serrano, una joven de 20 años que acababa de armar su puesto de venta de fruta cuando empezó el temblor.
El simulacro se hizo como todos los 19 de septiembre, en el aniversario del terremoto de 1985 que causó graves daños en Ciudad de México y un número calculado en más de 10.000 muertos.
Fugas de gas, incendios, fallos en el servicio eléctrico y daños a estructuras obligaron a las autoridades a evacuar varios edificios. Muchos tuvieron que alojarse en albergues o prefirieron dormir en las calles por temor a las réplicas. Con bolsas de dormir, mantas y maletas pequeñas, decidieron acampar en algunas calles y parques.
Las autoridades locales y municipales habilitaron centros y refugios en varias zonas para quienes se han quedado sin un techo o tienen miedo de quedarse en sus casas por tener algún daño.
“Este sismo es una dura prueba y muy dolorosa para nuestro país, pero los mexicanos hemos aprendido a responder con entrega y espíritu de solidaridad”, dijo el presidente Enrique Peña Nieto en un mensaje cerca de la medianoche. “Sigamos unidos enfrentando el desafío”.