“Esta gente tiene mucha imaginación, como el demonio”, explica Marwan Sydo Hisn, experto en desminado con sede en Sinuni, una ciudad de la región de Sinjar (noroeste) de la que el EI fue expulsado a finales de diciembre. “Miren esto”, dice a medida que va pasando fotografías en su teléfono móvil. “Hemos encontrado este cinturón de masaje que llenaron con una pequeña cantidad de explosivos, ocultos a la perfección, y listo para estallar en cuanto alguien lo encienda”.
Y eso no es todo. Una televisión llena de explosivos dispuestos para hacerla estallar en el instante mismo en que se active el mando de la Playstation, o una sortija de oro en el suelo que pone en funcionamiento el detonador de una bomba situada cerca en el caso de que alguien la recoja.
Algunas casas están minadas de arriba abajo, con cables que conectan el picaporte de la puerta de la entrada con explosivos.
En total, “tenemos una lista de 24 tipos distintos de bombas utilizadas aquí”, explica Darwish Musa Ali, otro experto en desminado.
Al igual que su colega, Darwish Musa Ali es miembro de las Asayesh, las fuerzas de seguridad kurdas. Estos dos hombres son los únicos encargados del desminado en toda la parte norte del monte Sinjar, a lo largo de la frontera con Siria. Fueron enviados desde su base de Jalawla, a unos 1.000 kilómetros más al este, en el otro extremo del frente.
“En 24 días, encontramos más de cinco toneladas de explosivos, en su mayoría de fabricación artesanal”, precisó Darwish Musa Ali.
– Equipamiento precario –
Los dos hombres fueron formados por los soldados estadounidenses antes de su retirada de Irak en 2011, pero carecen de material suficiente para llevar a cabo su misión. “No tenemos armadura especial, ni robots, ni instrumentos para interferir las comunicaciones, sólo nuestros ojos, nuestra experiencia y un par de pinzas”, protesta.
Su macabra cosecha se guarda en una sala húmeda colindante con una tienda, protegida por una persiana de acero con la advertencia “peligro” pintada de amarillo. “Sígame”, dice Hadi Jalaf Jirgo, un peshmerga, que trabaja como asistente de los dos expertos en desminado.
Con un pitillo en la boca, el peshmerga desenrolla un cable conectado a una de estas bombas, un gesto que llega a repetir unas 30 veces al día. Una vez lejos, pulsa el detonador. El humo se eleva dibujando una nube negra sobre las cumbres nevadas de Sinjar.
Hace casi un mes, los soldados reconquistaron la región, pero están muy ocupados y no dan abasto ante la cantidad de civiles deseosos de volver a casa cuanto antes.
Durante los primeros días, ocho personas murieron en explosiones, lamenta Marwan Sydo Hisn.
“Las extensas zonas arrebatadas (al EI) no están siempre libres de explosivos y para los artefactos de fabricación casera seguimos sin haber recibido los equipamientos” necesarios, se queja Ako Aziz, director de la Agencia Iraquí Kurda de Desminado (IKMAA). Aziz perdió a cuatro hombres en octubre en la región de Zumar, cerca de allí.
La mayoría de los 750 peshmergas muertos desde el comienzo en junio de la ofensiva del EI en Irak murieron por la explosión de artefactos de fabricación casera.
El peligro para los civiles tambiés es enorme. La IKMAA puso en marcha una campaña pidiéndoles que extremen las precauciones cuando encuentren objetos sospechosos.
Pero no hay más que un puñado de especialistas operacionales en una inmensa zona de guerra de fronteras movedizas. Y el tipo de artefactos dejados por los yihadistas complica su labor.