“Juana de Maldonado, hija de un español acaudalado, efectivamente vivió en el país, se hizo monja, y fue abadesa del convento de la Limpia Concepción en Antigua Guatemala, pero todo lo demás que se le atribuye no se puede confirmar”, enfatiza Anchisi de Rodríguez.
¿Una monja acaudalada?
El cronista Tomás Gage, quien viajó por México y Guatemala de 1625 hasta 1637, describe en sus memorias la opulencia de algunos conventos como el de La Limpia Concepción, al cual perteneció sor Juana de Maldonado, indica Anchisi de Rodríguez.
Para Gage, habría en el claustro “mil personas, entre las religiosas, las criadas, esclavas y las niñas que las monjas educaban”. No era un monasterio para religiosas de baja condición social. Comenta que la dote para ingresar era de 500 a mil ducados lo cual proporcionaba al convento “una gran renta”.
En sus escritos habla de sor Juana como una monja tan acaudalada que mandó a construir una casa para ella dentro del convento, “con muchos cuartos, galerías y un jardín interior”. Además, tenía a su disposición “seis negras para servirla”.
Describe que la capilla en donde rezaba estaba decorada con cuadros italianos. “El altar estaba adornado con piedras preciosas, coronas, candeleros y lámparas de plata cubierta de un dosel bordado en oro”.
Gage sugiere que sor Juana tocaba para deleitar al obispo, quien la visitaba con frecuencia. Incluso insinúa que los encantos de la joven y bella monja impactaron en él a tal punto de que la ayudó para que fuera elegida abadesa, pese a la oposición de religiosas más antiguas.
La familia Maldonado Paz era originaria de Galicia, España. Ciertamente Juana no creció en el seno de un hogar pobre. Su padre era oidor, un juez de la Real Audiencia, un alto funcionario de la Corona , que primero estuvo designado en Guatemala y después en México, indica la investigadora.
En ese entonces existía una división entre los conventos, explica Anchisi de Rodríguez, había monjas de velo blanco y de velo negro. Las primeras tenían una vida en común y podían revocar sus votos. En cambio las segundas no. Eran también conocidas como urbanistas y tenían mejor posición social. Sor Juana era de esta clase de religiosas, entre las cuales era común tener esclavas, hay cientos de documentos que así lo confirman, recalca la historiadora.
La Limpia Concepción contaba con servidumbre. Era normal construir celdas como si fueran una especie de apartamentos y que amigas o parientes vivieran juntas. Así que este no era un ambiente atípico como lo describió Gage. Además, las religiosas podían tener joyas.
“El convento no podía mantener por sí mismo a las monjas. Las dotes servían para construir, iglesias y sacristías; eran invertidas en gastos de mantenimiento entre una larga lista. Incluso algunas entraban con propiedades”, agrega la historiadora.
La capilla de sor Juana estaba valorada en unos seis mil ducados, y en opinión del cronista, a los antigüeños les parecía demasiado para alguien que había hecho votos de pobreza. Pero esta monja, según las investigaciones, murió endeudada.
Aunque los planos encontrados por el historiador Verle Annis muestran lo que supuestamente fue el “convento privado” de sor Juana, lo cierto es que era un área común en el monasterio de las concepcionistas, dice Anchisi de Rodríguez.
Según la historiadora, en la misma época en la que sor Juana de La Concepción vivió hubo otras cuatro religiosas que adoptaron el mismo nombre cuando profesaron.
El convento era lo más alejado de ser un lugar pobre. Así lo explica el historiador francés Christopeh Belaubre en su estudio Lugar de poder y poder del lugar: el convento de La Concepción en la capital del reino de Guatemala siglo XVIII.
Belaubre, quien analiza la historia de la Limpia Concepción desde sus inicios, afirma que de la riqueza de este monasterio hay muchos datos encontrados en los registros notariales y archivos judiciales de la época. “Los ingresos devengados de los capitales constituidos por diversos fines, transformaron el convento paulatinamente en una verdadera institución de crédito”.
“En términos de los recursos financieros que tenían bajo su control, los comisionados y las abadesas se encontraban en el mismo nivel que los comerciantes más activos del reino”, agrega Belaubre.
La historia del cronista
¿Pero por qué Gage pintó otro perfil de la monja? “Para entender en su contexto sus descripciones hay que empezar por explicar quién era este cronista inglés”, indica Anchisi de Rodríguez, quien con la presentación del estudio mencionado ingresó como miembro de número en la Academia de Geografía e Historia.
Thomas Gage nació a comienzos del siglo XVII, fue enviado a completar su educación en el colegio para nobles ingleses a cargo de los jesuitas en Saint Omer. De acuerdo con el historiador Camilo Sáenz de Santa María, su familia esperaba que después se trasladara al seminario de San Albano en Valladolid.
“Investigaciones más recientes parecen descartar que fue estudiante en este centro; pero nos consta que por esas fechas se produjo un sonado rompimiento con sus maestros que quedó sellado y simbolizado con la entrada al Colegio de San Pablo y en la orden de Santo Domingo”, cita Sáenz de Santa María en su ensayo Los Viajes de Gage en el siglo XVII.
La decisión de ordenarse fraile dominico provocó que su padre lo desheredara, agrega el historiador.
Gage consideraba que los límites del continente americano le habían sido “vedados injustamente” a Inglaterra. Algunos de sus biógrafos lo acusan de haber sido un espía con la misión de ayudar al imperio inglés.
“Así que, si se toma en cuenta la postura política de Gage descrita por Santa María, pues el dominico tendría motivos para mal informar a una monja española, hija de un oidor”, comenta Anchisi de Rodríguez.
“Para el historiador Mariano López Mayorical, el padre de sor Juana, Juan Maldonado de Paz, arribó al país en 1587, se casó en 1597 y Juana nació en 1598”, pero según la investigación de Anchisi de Rodríguez, Juana no vino al mundo en Guatemala y tampoco perdió a su madre cuando tenía cinco años.
La Familia Maldonado y Paz no arribó al país hasta 1609. En las licencias encontradas por Anchisi de Rodríguez en el Archivo General de Indias, Juan Maldonado de Paz solicitó el permiso para traer a sus hijos, pero no hizo mención de ninguna hija, quien era en ese entonces una jovencita. Además, estos documentos que fueron presentados ante un escribano en España en 1609, confirman que Berenguela Moscoso López y Ríos fue su primera esposa y probablemente la madre de Juana.
La escritora y crítica guatemalteca Luz Méndez de la Vega (1919-2012), en su libro La amada y perseguida sor Juana de Maldonado y Paz, asegura que Juana entró al convento para diluir el escándalo provocado por una pintura en la que fue retratada como Santa Lucía.
“El cuadro en cuestión existe. El historiador Ernesto Chinchilla Aguilar encontró en los Archivos de la Inquisición de la ciudad de México, en la década de 1940, una denuncia presentada ante la inquisición en 1615, contra el padre de sor Juana”, explica Anchisi de Rodríguez.
El denunciante era el doctor Rodrigo de Villegas ante Felipe Ruiz del Corral, comisario del Santo Oficio, enemigo político de Juan Maldonado de Paz. La acusación asegura que la familia se había retratado en una pintura sacra y que sor Juana era hija ilegítima. Finalmente la audiencia determinó que carecía de fundamento y pidió la remoción del comisario.
“En efecto la que aparece como Santa Lucía en este óleo, del cual se desconoce su paradero, era sor Juana, quien rondaba los 15 años”, comenta la historiadora.
¿Una monja artista?
Méndez de la Vega afirmó que el padre de sor Juana construyó un apartamento para que ella pudiera dedicarse al arte.
Anchisi de Rodríguez difiere de esto, pues en aquel prestigioso convento que contaba con hasta el 40 por ciento de las vocaciones, se llevaba una vida monástica muy rigurosa.
Escribir en aquel entonces para una monja no era tarea sencilla. “Quienes tenían experiencias místicas como apariciones de santos, revelaciones divinas, un éxtasis, tenían que confesarlas. Era el sacerdote quien evaluaba si debían o no redactarlas. El texto pasaba por una rigurosa revisión y aun así la religiosa se exponía a ser acusada ante la inquisición”, afirma la historiadora.
Sin embargo, Mariano López Mayorical, quien compró libros del convento de la Limpia Concepción, atribuye algunos poemas a sor Juana. En una edición Príncipe de la vida de Carlos V halló una hoja suelta con un fragmento de un villancico. El manuscrito -que se encuentra en el museo del Libro Antiguo en Antigua Guatemala- perteneció al monasterio, pero su autor es de apellido Fernández.
Según Anchisi de Rodríguez, este fragmento pudo haber estado traspapelado en el libro que López Mayorical encontró. La firma que aparece en la profesión de sor Juana, que data de 1619 y en poder del Archivo Histórico Arquidiocesano de Guatemala (AHAG), no es la misma.
Tampoco coincide la letra del autor de los villancicos y la de los informes que ella redactó como abadesa. Además, el papel al igual que la tinta datan del siglo XIX.
Otro historiador que concuerda con que estos villancicos no pertenecen a sor Juana es Luis Luján Muñoz.
Autores como Carmen Ydígoras citan a otro manuscrito con cinco obras del cual se desconoce el paradero. Uno más de los escritos que se le atribuyen es Obsequio de la huida a Egipto o El ángel de los forasteros, pero tampoco hay pruebas fehacientes que ella fue su autora.
Sor Juana no murió siendo una escritora rica, famosa, ni reconocida. Los archivos encontrados por Anchisi de Rodríguez dan cuenta que dejó 450 pesos en “alhajas”, probablemente objetos religiosos de valor no necesariamente joyas. Con ello y lo que produjo la venta de su celda se saldaron préstamos que había contraído para ayudar al convento.
¿Una monja enamorada?
Corría junio de 1627 y los habitantes de Santiago de los Caballeros de Guatemala salieron a las calles para presenciar el fastuoso desfile de bienvenida en honor a Diego de Acuña, el nuevo Capitán General y Presidente de la Real Audiencia. El nuevo funcionario no venía solo; lo acompañaba su hijo Rodrigo de Acuña y Avendaño quien al pasar frente al tablado de las monjas concepcionistas reparó en una: sor Juana Maldonado y Paz. Así comienza la novela de Máximo Soto Hall, La divina reclusa, inspirada en la religiosa, publicada en 1938.
“La joven monja que estaba sentada al lado de la abadesa tenía los ojos negros, grandes, de curvas pestañas, su perfil respondía a impecable línea clásica, en su boca regular, carnosa, de blanca y pareja dentadura palpita por momentos unasonrisa”. Esa belleza debió haber impactado al hijo del presidente de la Audiencia quien esa misma noche acompañado de sus amigos fue a conocer la calle del convento donde vivía sor Juana, se relata en esta crónica novelada.
Siguiendo un poco la línea de Gage, de la monja que llevaba una vida un poco disoluta, Soto Hall, usa la voz de sus personajes para refrendar esa idea.
Gastón de la Fuente, uno de los amigos de Rodrigo, la describe así: “No solo es la más bella mujer de nuestro reino, es además, la de más altos quilates como inteligencia, versada en prosa, música y pintura”.
Marcelino del Vivar, otro de sus camaradas le advierte al hijo del presidente de la Audiencia que es: “La monja menos monja de toda la cristiandad”.
Ambos le cuentan que en el monasterio, incluso, se han organizado bailes y que en el predio vecino son frecuentes las corridas de toros a las que las concepcionistas asisten.
Soto Hall desarrolló toda una trama amorosa alrededor de Rodrigo y sor Juana. Atribuyó la entrada al convento de la religiosa a un despecho amoroso causado por Santiago de Córdoba, un hombre con el que estaba comprometida y quien huyó con una mujer casada.
Santiago de Córdoba existió, pero llegó a Guatemala en 1625, cuando ella ya tenía 6 años de estar en el convento, según Anchisi de Rodríguez.
La celda de una despechada sor Juana, pero que no pone ninguna resistencia a ser consolada por el hijo del alto funcionario es uno de los escenarios escogidos por Soto Hall.
La inspiración más reciente de la figura de sor Juana es el cuento “Una tarde de música en el convento de La Concepción” (1946) contenido en la trilogía Memorias de fuego del uruguayo Eduardo Galeano.
Nuevamente basándose en una dudosa relación con el obispo fray Juan Zapata y Sandoval, difundida por Gage, este escritor dibuja al religioso un poco embriagado por las copas de anís, quien mientras observa a una seductora sor Juana tocar el laúd, le promete hacerla abadesa.
Galeano describe al prelado enloquecido con “el cuello de cisne” de la monja. Parece haber olvidado, quizás a propósito, el detalle de la toca, una prenda de vestir que se usa alrededor del cuello, el mentón y que incluso puede cubrir la cabeza y que es parte de los hábitos de religiosas tradicionales.
Sor Juana de la Concepción, como también fue llamada, murió en 1668 y con el paso de los siglos ha sido superada por la leyenda. Quizás, sostiene Anchisi de Rodríguez, después de todo fue una mujer más común de lo que podríamos imaginar.