MIRADOR

“… porque estás como ausente…”

Hace diez días, la naturaleza nos puso nuevamente a prueba. Pareciera querer evaluarnos sobre las lecciones aprendidas de los huracanes Mitch y Stan, de la tormenta Agatha, de los terremotos de San Marcos de las diferentes erupciones del Pacaya o del deslave del Cambray. Contando con idéntica información, la gerente de un resort tuvo la visión, la capacidad y la determinación de evacuar el lugar ante una amenaza inminente, mientras el director de la institución nacional encargada de planificar, prevenir y actuar frente a desastres ralentizó una necesaria decisión. El resultado, conocido a la fecha aunque no definitivo, son 110 muertos y decenas —¿o centenas?— de desaparecidos, además de miles de damnificados y una cifra superior al 1.7 millones de afectados.

Los permisivos y quienes apoyan al gobierno pregonan el unificado mensaje de que es momento de unirnos y no hacer críticas, actitud similar a la sostenida en otras tragedias con emotivos argumentos sustentados en la conmoción del instante, pero que no justifica la pasividad e inacción posterior al desastre. Una especie de silencio cómplice que deja bajo tierra periódicamente a cientos de personas mientras salva momentáneamente la cara del inútil e irresponsable funcionario que esconde la cabeza como el avestruz, y lo justifica con “esto no es de ahora sino de los años en que nadie se ha preocupado”, aunque hereda exactamente lo mismo —o peor— de lo que encontró, ¡y qué arree quien venga detrás!

En esta ocasión —como en muchas otras— la gestión técnica y política de la catástrofe ha sido —además de ineficiente— negligente y patética. Las autoridades encargadas fueron incapaces de decidir con prontitud, algo que si hicieron los directivos del resort La Reunión sin estar acostumbrados a interpretar estudios técnicos; tardías en darse cuenta y reconocer lo que estaba pasando; torpes en generar información y liderar la dramática situación; silenciosas en aceptar la responsabilidad que les corresponde y sobre todo, sumamente orgullosas, lo que hizo que no se solicitara ayuda internacional hasta pasados varios días, cuando todo era inútil para muchos. No sé si la tragedia se pudo haber evitado, es difícil afirmar algo así, pero estoy seguro que actuaciones más profesionales, sensatas y racionales hubieran dado resultados diferentes y mejores ¡No tengo la menor duda!

Mientras eso ocurría, el Congreso —“hondamente preocupado”— exoneraba al ministro de Ambiente de una obligada dimisión por incapaz, pero sobre todo por muestras evidentes y continuadas de corrupción, a las que habría que sumar su “desaparición” durante la crisis. En las elecciones de 2015 pensamos que nos habíamos librado de corruptos y ladrones, al zafarnos del plantel que nos ofrecía la oferta electoral, pero caímos en un pozo lleno de idéntica mugre política mezclada con incapaces probados y mafiosos constatados, a quienes hay que sumarle infaustos extremistas, próximos al crimen organizado, que coadyuvan a que este caos nacional sea posible.

¿Tenemos el gobierno que nos merecemos? Pues aunque no nos merezcamos ese desfile de muertos vivientes, no hay que engañarse: los elegimos y mantenemos con nuestro silencio y pasividad, y permitimos que sigan actuando por no sé qué puñetero miedo a dar un paso al frente y construir un mejor futuro. No pasamos de rebaño dócil que prorrumpe fuertes balidos de vez en cuando, mientras los lobos devoran lentamente a la ovejas de al lado. Y ellos, viejos zorros, lo saben.

PD: Que gratificante ver gente que ayuda y no dice nada, a diferencia de otros que dan algo —muchas veces ni siquiera suyo— y lo quieren pregonar en medios, redes, con fotos y con lucimiento político.

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